No es el título de una película de Hollywood con final feliz en el que triunfan la democracia y el periodismo. Es el último capítulo de la quijotesca Wikileaks. Las verdades secretas de Estados Unidos, reveladas esta semana por esa organización, vuelven a dejar al desnudo las mentiras oficiales de Washington y descubren sus tejemanejes con los Gobiernos de todo el planeta, incluido el de Madrid.
Pero en su onda expansiva, las verdades secretas van más allá de las mentiras oficiales. También exponen a la luz las mentiras oficiosas, las de quienes dicen defender una prensa libre para, luego, cuando al fin se ejerce, pedir abiertamente el asesinato del fundador de Wikileaks, Julian Assange, como ha hecho un asesor del Gobierno canadiense.
Si en anteriores ocasiones, el trabajo de Wikileaks revelaba las íntimidades del Pentágono, esta vez, la filtración de 220.000 cables diplomáticos, censurados por el sello confidencial, ha permitido conocer cómo piensa y cómo actúa la diplomacia estadounidense.
Muchas de esas revelaciones ya se conocían. Eran secretos a voces. A veces porque habían sido noticias publicadas, otras porque eran sospechas y rumores que, a fuerza de escucharse en los pasillos de la ONU, se iban confirmado cotidianamente, como el uso interesado que Estados Unidos hace de la ayuda al desarrollo: Tú me guardas unos presos de Guantánmo yo te doy tres millones de dólares en programas de cooperación internacional, según ofreció al archipielago de Kiribati.
En la última hornada de Wikileak, ha habido revelaciones que han sido, como se lee en los despachos cruzados entre Washington, Moscú, Buenos Aires y Madrid, más inocuas que otras veces, más de andar por casa y que han mostrado, simplemente, la falta de tacto a quienes se les presupone por oficio: Que si el presidente ruso es un macho alfa, que si cómo está de la cabeza la presidenta de Argentina, que si el presidente del Gobierno español tiene ideas trasnochadas. Nada grave, ni siquiera para los ingenuos.
Pero también ha habido revelaciones serias. Entre ellas, el intento de convertir a los diplomáticos estadounidenses en espías, como deseaba, no el director de la CIA, sino la propia jefa de la diplomacia norteamericana, Hillary Clinton. Los cables confidenciales también muestran que, metida en faena, pidió espiar, incluso, al secretario general de la ONU, Ban Ki Moon. Ese tipo de labores de espionaje está prohibido por los tratados internacionales pero, la verdad, es que tampoco parece nada grave, al menos para los espiados, porque nadie ha protestado.
Incluso, ha habido revelaciones sobre actos mucho más graves, tanto que son invitaciones directas al delito. Como la petición hecha al Gobierno de Madrid para que, con nocturnidad y alevosía, metiera a un sospechoso de tráfico de armas en un avión a las tres de la mañana. Aunque este secreto no es nada por lo que los cínicos vayan a rasgarse las vestiduras. El avión no salió. ¿Cuál es el escándalo?
El descubrimiento de las verdades secretas de Washington incluye los tejemanejes con sus aliados en todo el mundo y señala, por ejemplo, que algunos ministros del Gobierno español «trabajaban» para intentar cerrar el caso abierto por la muerte del cámara de Telecinco José Couso, tras el disparo de un blindado estadounidense al hotel en el que se alojaba la prensa durante la invasión de Irak. Nada grave, salvo para Couso, su familia, los periodistas españoles y algún que otro voluntario.
Muchas de esas revelaciones ya se sabían, como han destacado algunos ex dirigentes políticos, así que las filtraciones de Wikileaks, en realidad, han dado a conocer poca cosa a los enterados y a los que ya sabían cómo funciona el mundo.
Sin embargo, para los que se las dan de menos duchos, la información en cadena y a escala planetaria sí ha permitido una vista panorámica sobre cómo actúa la diplomacia del país militarmente más poderoso de la Tierra.
Los documentos de Wikileaks serán así una gran fuente para los futuros libros de Historia, para conocer quiénes eran aliados, quiénes enemigos, a quién se premiaba y a quién se castigaba, cómo se negociaba, cuáles eran sus intereses y qué recursos naturales buscaban los Estados Unidos de América.
Lo sorprendente es que esa cantidad de información, tan importante para la Historia, tiene de momento pocas implicaciones en el presente. Para la diplomacia norteamericana no parece, de momento, que mucha. Más allá de algún dirigente enfadado por cómo se refieren a él los enviados de Washington, nadie, ni siquiera la ONU, ha hecho una protesta formal.
Y si las revelaciones de Wikileaks no generan quejas fuera de Estados Unidos, parece que menos las van a crear dentro. De momento, no se ha oído una sola disculpa, menos aún se ha hablado de una dimisión.
Claro, que no debería sorprender. Tampoco hubo grandes protestas fuera, ni disculpas o dimisiones dentro, cuando Wikileaks reveló los documentos del Pentágono, esos que mostraban que 66.081 civiles habían muerto en la guerra liberadora de Irak frente a tan sólo 23,984 enemigos y esos que revelaban el uso extendido de la tortura y el asesinato por parte de las fuerzas del democratizado Estado iraquí.
A partir de ahí, empieza el mundo al revés. Como no hay nada grave en el comportamiento de Estados Unidos y sus aliados (el mundo está bien como está) lo grave ha de ser el comportamiento de Wikileaks que intenta perturbar la paz en la que dormimos las sociedades occidentales.
Esa ha sido la estrategia de Washington desde las primeras filtraciones. Sean bobos, no observen la luna, miren el dedo que la señala. Y así, cuestionando los motivos y la agenda oculta de Wikileaks, ha terminado siendo esta organización la que, según Hillary Clinton, ha lanzado «un ataque a la comunidad internacional». Nada menos.
Para ella y su jefe, Barack Obama, quien realmente, «pone en peligro las relaciones entre los distintos países» es Wikileaks. Y aún más: Wikileaks es «quien pone en peligro la vida de las personas». Algo, por fin, que ya sí es muy grave para los cínicos.
Ahí está, por ejemplo, Thomas Eugene Flanagan, asesor del conservador primer ministro canadiense, Stephen Harper, dictando su particular fatwa contra Assange desde el minarete de una cadena de televisión estadounidense: Hay que asesinar a Assange dice con total impunidad hasta del periodista que le pregunta. Ahí está la musa de la ultraderecha estadounidense, vestida de Tea Party, Sarah Palin, pidiendo que se encarcele a Assange a toda costa. Y ahí está un senador republicano que ha pedido incluir a Wikileaks en la lista de organizaciones terroristas.
Curioso razonamiento. Lo peligroso no es pedir en televisión ir asesinando a las personas sino usar la nueva prensa universal para revelar al planeta que los Gobiernos nos están mintiendo y que el mundo en el que vivimos no es realmente el mundo en que vivimos. Periodismo en estado puro.
No es de extrañar el éxito de Wikileaks frente al declive de los medios de comunicación que, en lugar, de hacer lo mismo, se han dedicado durante años a tapar y a cubrir esas mentiras cuando las conocían.
Y aún lo siguen haciendo. Hasta el mismísimo New York Times, que publica las revelaciones de Wikileaks, intenta parar los golpes. Si cuando se conocieron las torturas de las fuerzas iraquíes, el periódico dijo «peor estaban antes», ahora asegura que lo mejor de las nuevas revelaciones es que muestran que el Gobierno de Obama lo está haciendo bien y no ha cometido errores graves.
Malos tiempos para las revelaciones; nada hay más inútil que gritarle a un sordo.
Ni más peligroso. Las revelaciones de Wikileaks y las amenzas contra Assange coinciden con las órdenes cursadas a Interpol para que dé la máxima prioridad a su captura como presunto autor de abusos sexuales. Una captura solicitada por Suecia.
Nada es gratuito o todo es casualidad. Suecia era el país que iba a ser sede permanente de Wikileaks por sus facilidades para la cobertura de fuentes y la práctica del periodismo.
El problema es que tras las revelaciones de Wikileaks todo está bajo sospecha: ¿Habrá alguna organización que en el futuro revele la existencia de cables diplomáticos en los que se pedía la fabricación de acusaciones contra Assange?
A fuerza de tanta mentira, la Tierra se ha vuelto de nuevo plana.
Antonio Lafuente
UN UNIVERSO DE DATOS ANTERIOR A LAS FILTRACIONES
Mucho más por encontrar: el cablegate como una mina de datos
Hace unas semanas la administración británica anunció que todos los gastos públicos superiores a 25.000 libras serían comunicados y puestos a disposición de todo el mundo a través de su plataforma electrónica de datos, data.gov.uk. Mientras se lanzaba esta iniciativa a los medios, uno de sus asesores, el físico y fundador de la web Tim Berners-Lee, reflexionó a su vez sobre una de las implicaciones que en una democracia supone este nuevo paso por parte de los agentes públicos: el periodismo del futuro tiene que ser capaz de analizar de forma ágil cantidades ingentes de datos telemáticos. Esto es, tiene que dar lugar a herramientas y conocimientos con los que, independientemente de los expertos en bases de datos, poder tratar y trabajar este formato cada vez más habitual de comunicación de la información.
La idea no es nueva, y para aquellos que han defendido en otros momentos la incorporación de estas formas de lectura del presente a través de técnicas que facilitan el acceso a volúmenes ingentes de datos, la cuestión no consiste en reemplazar unas prácticas periodísticas por otras, sino más bien en ampliar los recursos disponibles gracias a esta verdadera avalancha de información electrónica. Se trata de incorporar la capacidad de vislumbrar patrones, relaciones o cadenas lógicas escondidas en el interior de los registros, estadísticas o colecciones de documentos y de esa forma interpretar y trasmitir mejor la actualidad, que no es más que una parte de la realidad. Aprovechar en definitiva las posibilidades que se abren cuando los datos son accesibles también cuantitativamente, con el fin de buscar con ellas nuevas radiografías de lo que ocurre a nuestro alrededor.
Una de las técnicas que más ha destacado estos últimos años a la hora de mostrar el orden y la complejidad de estas fuentes ha sido la visualización de datos -que con más detalle ha sido expuesta y contextualizada en este artículo de fronterad–. Una práctica, a caballo entre la infografía y el diseño de entornos interactivos, que apuesta por trasladar al receptor la responsabilidad de interpretar las relaciones entre los datos, a base de concentrar los esfuerzos en reflejarlos de la forma más clara y atractiva posible.
Pese a compartir el objetivo de proporcionar una imagen global -una big picture– y permitir lecturas más profundas, los trabajos en este campo no terminan en historias cerradas, sino en herramientas que más bien buscan captar la curiosidad del lector para que se transforme él mismo en explorador, descubridor e intérprete de las tramas en los conjuntos de datos. A veces estos trazos culminan en la generación de una imagen a partir del tratamiento que se ha hecho de los archivos mediante el ordenador. La espléndida capacidad del cerebro de reconocer patrones es quien completa su lectura, como en el caso paradigmático de Wordle, la aplicación que ofrece de un vistazo al espectador tanto el tema y tratamiento de un texto como algunas de sus características. En otras ocasiones, la visualización proporciona una interfaz interactiva con la que el usuario puede explorar los datos y hallar por sí mismo los aspectos llamativos o los más ocultos en las estadísticas o datos en cuestión. Véase como recomendación el tratamiento del New York Times de la evolución del desempleo durante el 2009: como si de un juego se tratara, enseguida acaba uno combinando unas con otras opciones, pensando en voz alta de esta forma a través del movimiento.
Visualizaciones del cablegate de WikiLeaks
En el caso de las filtraciones de transmisiones de la diplomacia norteamericana publicadas por WikiLeaks, los 250.000 documentos subidos a internet constituyen un verdadero alud de datos particularmente indigesto, especialmente para quienes quieran hallar en ellos una lectura nueva y global de la política de la todavía primera potencia mundial. Tanto la particular naturaleza de los documentos como la estrategia de haberlos ofrecido en primer lugar a cinco periódicos (The New York Times, The Guardian, Le Monde, El País y Der Spiegel) propician la lectura a cuentagotas a la que estamos asistiendo. Si bien la mayoría de las comunicaciones tiene un valor indiscutible, si pasáramos por alto la posibilidad de analizar en su conjunto esta gran bolsa de nombres, lugares y coordenadas perderíamos una oportunidad de retratar los mecanismos a gran escala que permiten el tipo de prácticas y comentarios que van surgiendo en los documentos sacados a la luz.
Hasta ahora, el tratamiento del total de los datos por los distintos medios que se han atrevido a ello no ha hecho más que comenzar a recorrer la superficie de los mismos. Los documentos del cablegate son mensajes con remitente -generalmente una embajada-, destinatario -la mayoría de las veces Washington-, fecha, cuerpo del mensaje y una serie de etiquetas que especifican su nivel de confidencialidad y las categorías temáticas a las que pertenecen. Las visualizaciones aparecidas hasta la fecha están permitiendo explorar apenas agrupaciones de los mismos -esto es, lugares, fechas, categorías…- sin acceder sin embargo a establecer relaciones entre los contenidos de los mensajes. Las limitaciones técnicas de la entrega masiva de los archivos a tantos receptores interesados ha retrasado sin duda el momento en el que hemos podido disponer todo el mundo realmente del conjunto de documentos publicados.
El acceso más detallado a los datos lo proporciona la interfaz interactiva de The Guardian, que no presenta sin embargo demasiados alicientes visuales para explorar el índice de documentos y tampoco extraer alguna conclusión del conjunto de los mismos. Es el acceso más cómodo a la base de datos, pero sólo eso. Der Spiegel, con un lenguaje visual habitual en infografías -tales como las de El País o The Guardian a propósito del filtrado-, ofrece ya una visualización geográfica en la que por fechas y por zonas podemos identificar momentos y zonas de especial intensidad de estos envíos de información. El propio equipo de Wikileaks, finalmente, y de nuevo el más que activo departamento de análisis de datos de The Guardian, han puesto también a disposición de los internautas los datos ordenados en la presentación habitual de diagramas de barras y hojas de cálculo: números útiles, con los que se puede trabajar, pero menos seductores.
La visualización que acompaña este artículo persevera en la misma línea de agrupar ordenadamente el índice de documentos del cablegate. A diferencia de las anteriores, el punto de partida de ésta consiste en la demarcación visual de las categorías que han protagonizado los envíos de información desde cada una de las sedes diplomáticas emisoras. El usuario puede preguntar de esta forma qué embajadas han sido las que han proporcionado más información sobre unos temas u otros, y recuperar de esta forma la imagen de los puntos calientes en el mundo a la hora de indagar sobre una gran variedad de asuntos. Sirvan de ejemplo las preguntas sobre la energía (Ankara > Nueva Delhi > Moscú), comercio exterior (Pretoria > Hanoi > Ankara) o petróleo y gas natural (Ashgabat > Lagos > Baghdad).
Abelardo Gil-Fournier