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WikiLeaks y el mal periodismo

 

La organización de Julian Assange es un medio de comunicación: no tanto por la manera de tratar la información, sino por la existencia de una agenda informativa. Qué llega y qué no divulgan. En el silencio puede leerse su política editorial. En la colaboración tejida entre WikiLeaks y los periódicos tradicionales, los directores renunciaron al contraste de la información y dieron lo que se les suministraba como verdad. Pasado el tiempo, se comprueba la escasa relevancia que ha tenido la publicación de contenidos de altísimo valor. El periodismo jugó mal sus cartas.

       El periodismo se ha revestido de heroísmo y primicia gracias a la tecnología que WikiLeaks ofrece a los internautas: recibe información por medio de canales limpios, que no dejan rastro a las agencias de seguridad, y que permiten absorber cualquier cantidad de datos. La encriptación, solo legible por sus creadores, protege la confidencialidad de quien la remite. La imposibilidad de cualquier gobierno democrático de obligar a un periodista a revelar sus fuentes es uno de los grandes triunfos del periodismo tradicional, y ese derecho ha sido cuidado con su propia credibilidad: lo que ofrece al público ha sido procesado y contrastado. La marca del medio de comunicación y la firma de sus responsables dan fe de su veracidad. ¿Es esto lo que ha ocurrido con la información que varios periódicos en diversos países han publicado gracias a la colaboración de WikiLeaks?

        No.

       Los periódicos otorgaron credibilidad a la información por el mero hecho de provenir de WikiLeaks, que asegura comprobar la existencia de los documentos que publica. Los periódicos endosaron su responsabilidad. Una cosa es que los documentos sean reales y otra distinta es que la información que contienen sea veraz. En verificar los contenidos estaba el trabajo de los periodistas. No en transcribir ni en resumir ni en traducir. Ante la imposibilidad de ser objetivo, pues el ser humano juzga a través de su tamiz ideológico y sentimental, el periodismo busca la pluralidad, la multitud de versiones con la que construir una historia, con la que contrastar todos los datos. 

       WikiLeaks parece sustentar su credibilidad en el volumen de datos. La materia inabarcable es, ahora, una fortaleza. Una fortaleza que protege una enorme debilidad: tal volumen de palabras y folios requieren demasiado tiempo de lectura por parte de personas que posean criterio suficiente para clasificar y seleccionar. Ante el reto, los medios de comunicación se apoyaron en la tecnología de los robots. Hubo una primera criba automática, a partir de la cual ha trabajado el intérprete del material: selección, traducción, resumen. Y hasta ahí.

       Además de no contrastar la información, ¿han cometido algún otro error los directores de los diarios en este asunto de WikiLeaks? Para saber si el periodismo tradicional ha caído en una trampa, al decidir publicar los materiales que provienen de WikiLeaks sin hacer su labor tradicional, hay que enfrentarse a una pregunta: ¿Es WikiLeaks (que se autodenomina non-profit media organization) un medio de comunicación o un simple intermediario de información? Si es lo primero, los directores han dejado que sus diarios sean manipulados, convertidos en altavoces irracionales del interés de quien suministra la información. El contraste de las fuentes (sea una persona o una institución) siempre ha protegido al periodista de esta manipulación. WikiLeaks se considera a sí mismo una agencia de noticias (“Like a wire service, WikiLeaks reports stories”) que cuenta con una plantilla de periodistas (“We provide an innovative, secure and anonymous way for independent sources around the world to leak information to our journalists”). ¿Lo es realmente?

       En apariencia, el valor del contenido filtrado por WikiLeaks es precisamente la ausencia de intermediación, ya sea de un periodista o de un editor. Ciertamente, su premisa “Los lectores pueden verificar la verdad de lo reportado” es un valor y una tendencia actual gracias a la tecnología.  Con una interfaz sencilla, una serie de vínculos conducen a esa materia prima que les ha llegado por medio de sus canales protegidos. La popularidad llegó cuando colgaron el vídeo Collateral Muder, del que existen dos versiones, la íntegra de 39 minutos y la editada de 17 minutos, reducida a la secuencia clave, en que los soldados del Ejército de Estados Unidos asesinaban a sangre fría a civiles en Bagdad, incluyendo a los niños que viajaban en una furgoneta que se detuvo para auxiliar a los heridos. En el audio se escuchan risas, bromas, como si los soldados jugaran un videojuego.

       En los cables diplomáticos y en otras informaciones de WikiLeaks no ha mediado la edición y, al no existir esta intermediación periodística, podría creerse que WikiLeaks no es un medio de comunicación. Pero sí lo es por un factor clave: tiene una agenda, centrada en la divulgación de aquello que afecte y desacredite a Estados Unidos. Hay un director-editor que decide qué se publica y cómo. Al carecer de información (paradójicamente, la administración de Assange no suministra datos internos) sobre qué otro tipo de información le ha llegado, hay que ceñirse a lo evidente, lo divulgado: vídeo del Pentágono, cartas de diplomáticos norteamericanos, los papeles de Irak de Afganistán e informes de Guantánamo. Puede suponerse que su sistema ha recogido filtraciones de otros países, que permanecen ocultos, que no se han hecho públicos. No expone toda la información que obtiene. Dosifica sus contenidos. Cuando se vio acorralado por PayPal y Visa, Assange amenazó con poner en órbita datos de la banca mundial. Cuánto omite Assange y cuánto poder le otorga el silencio.

 

 

              La información de WikiLeaks se filtra. Filtrar es buen verbo para la acción de WikiLeaks, ya que, antes de salir a la luz pública, la información pasa por un tamiz, un filtro, una rejilla. No son soltados ni liberados como si se abriera la compuerta de una represa. Antes, media una decisión editorial, empresarial, personal, dirimida en el seno de WikiLeaks, sobre cómo, cuándo y para qué hace público un documento.

       Es un proceso meditado. Quizás sí sea impulsivo el envío de material sensible que una fuente en alguna parte del mundo le envía a WikiLeaks. O quizás no. En el envío de lo confidencial puede existir la buena intención, pero también puede estar de por medio la defensa de un interés concreto (defensa que en ocasiones se camufla en el ataque a intereses contrarios). El silencio de WikiLeaks en relación con otros asuntos mundiales no desmerita la información conocida gracias a la organización, pero sus contenidos no son más que materia prima para el buen periodismo.

 

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       Como WikiLeaks es un medio de comunicación, los periódicos que se hicieron eco de sus informes dejaron que les marcaran la agenda. Desde la aparición de WikiLeaks y su información dosificada, los diarios, convertidos en socios de Wikileaks, abandonaron esa agenda propia que caracteriza a los medios serios e independientes. Durante el lapso de la cobertura, El País, por ejemplo, jerarquizó (titulares, despliegue) lo remitido por WikiLeaks por encima de los contenidos obtenidos por sus propios periodistas.

       No se pone en duda el valor noticioso de la mayoría de los cables que se publicaron (se entiende la noticia como el descubrimiento de un elemento nunca antes divulgado, y no como algo de rabiosa inmediatez). Por ejemplo, en la gran cobertura que obtuvo el caso de los cables enviados por diplomáticos norteamericanos hubo temas de gran interés público, como las conversaciones de alto nivel para encubrir el asesinato del fotógrafo José Couso, sobre todo porque quien las revelaba era uno de los protagonistas: el que ejercía presión sobre el fiscal (cable del 18/01/2007, titulado “Spain/Couso case: meeting with chief prosecutor”).

       No obstante, cabe otra pregunta: por qué lo que ocurrió hace un año, incluso un lustro, no obtuvo el mismo despliegue periodístico en ese momento que ahora. Por caso, la doble página que El País dedicó al golpe de Estado ocurrido en Mauritania (7 de diciembre, pp. 2-3), sucedido en 2008. La actuación del Gobierno de España consistió en colaborar con los golpistas en aras del interés económico que tiene en ese país africano. Un año después, el general golpista celebró unas elecciones que ganó y España fue el primero en felicitarle, debido a que anteponía “seguridad a democracia”. La nota está escrita en pasado, desde luego. Pero en el artículo de 750 palabras publicado el 6 de agosto de 2008 en ese mismo diario, no posee este enfoque político nacional. Tampoco lo tienen las notas publicadas en días sucesivos, aunque sí señalan la amenaza de sanciones por parte de Washington y París y la expulsión de ese país de la Unión Africana. Pocos días después, el acontecer mauritano desaparece de sus páginas.

       Los cables diplomáticos no son otra cosa que textos de autor; a veces, crónicas jugosas y, en ocasiones, verdaderos reportajes con multitud de fuentes. ¿Son los diplomáticos norteamericanos los mejores periodistas de la actualidad? A juzgar por sus escritos y por la información que recogen en el campo, sí. Y también por la manera en que trabajaron los diplomáticos sus fuentes en sus textos y la forma en que la usaron luego los periódicos. Mientras los primeros mantenían la prudencia ante las historias que enviaban a sus jefes, manteniendo que lo que contaban había sido relatado por alguien y no lo habían presenciado, en los periódicos se daba por cierto, en sus titulares y textos interiores, que eso que se contaba había sucedido. Es muy distinto el matiz que tiene escribir, por ejemplo, “La fuente relata que Jafari abofeteó entonces a Ahmadineyad”, como se hizo en el cable del 11 de febrero de 2010, referenciado como 10BAKU98, a redactar “El jefe de la Guardia Revolucionaria abofeteó a Ahmadineyad en un consejo”, como apareció en el titular de El País (30 de diciembre de 2010, p. 5). Los representantes diplomáticos parecen poseer, sea cual sea el sitio donde se desenvuelven, más olfato periodístico, mayores contactos y más capacidad para redactar una historia que la mayoría de los corresponsales de los medios de comunicación, cada día menos audaces.

 

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       De toda la información suministrada por WikiLeaks, los documentos realmente importantes son los que hicieron menos ruido, los que tenían menos color, los que carecían de chismografía que explotar. Por qué ha sido tan escasa la indagación y el seguimiento que los medios de comunicación tradicional ha hecho de los papeles de Irak y de Afganistán, en los que se revelaba la muerte –el homicidio– de miles de civiles en las incursiones militares de los gobiernos aliados. Comprobar la muerte hace de un artículo algo irrefutable. Las autoridades norteamericanas, al menos, no negaron la veracidad de lo filtrado. Un punto para WikiLeaks. Pero la matriz de opinión, que podría haber generado una enorme reacción en la sociedad, se perdió por otros meandros informativos: la Casa Blanca trabajó en el ataque a Assange en lo personal, gracias a la creación de un burdo caso legal (haber tenido sexo consentido, pero sin condón, con dos mujeres mayores de edad). Los periodistas tomaron posición: consideraron que lo importante era WikiLeaks como fenómeno y no el contenido de los documentos que revelaba. He ahí un ejemplo del periodismo pobre (pobre en criterio, por elegir la segunda opción, y pobre en recursos, pues comprobar los datos e indagar en las historias que se abren al desmarañar la madeja enredada en los documentos requiere recursos económicos).

       Elegir cubrir el fenómeno WikiLeaks y no el contenido de sus revelaciones le posibilita al periódico cierto margen de acción en caso de que salgan a la luz contenidos que afecten los propios intereses de los medios de comunicación. En Estados Unikdos, mucho antes de que se publicaran las comunicaciones de los diplomáticos, Hillary Clinton hizo movimientos para mitigar los efectos. Las filtraciones se filtraron a la Casa Blanca. Raffi Khatchadourian, de The New Yorker, señala al propio Assange, que pedía al Departamento de Estado que censurara aquello que pudiera poner en riesgo la vida de personas (1 de diciembre de 2010). Los intereses se cruzan. Los periódicos también eligen qué sacan y qué no. Silencian, otorgan, culpan con matices. Sin embargo, los documentos que publican no son exclusivas periodísticas. Son material público, una vez que WikiLeaks los cuelga en su portal. Con la filtración de los cables de la diplomacia de Estados Unidos, cinco medios (la revista Der Spiegel y los diarios The New York Times, Le Monde, El País y The Guardian) lideraron una ofensiva propagandística en la que ensalzaban su propia actuación como si dispusieran de una primicia, cuando no hacían otra cosa que poner sus ediciones al servicio de WikiLeaks. Cada diario impuso un estilo, desde el elegido por The New York Times, que prefirió escuetas introducciones a los cables, lo que evitó la interpretación y fortaleció su distanciamiento; hasta los de El País o The Guardian, que los transformaron en artículos que resumían y en ocasiones editorializaban el documento. Otros diarios (como El Comercio, de Perú, o El Tiempo, de Colombia) e incluso plataformas (como Alerta24 o Rebelión) utilizaron también esa información pública, al mismo tiempo y sin tanta pompa.

       En todo caso, con la materia prima al descubierto, la credibilidad del medio, ya perjudicada por la falta de contraste, se expone aún más, pues el lector que se tome unas horas para explorar la web de WikiLeaks puede saber, como nunca, qué llegó a la redacción y no salió. En esta era de saturación de información, el juicio se basa, otra vez, en el interlineado y el lector tiene ahora más responsabilidad. Con la aparente no-edición de sus contenidos, WikiLeaks confía en un lector inteligente, que digiera la materia prima de un reportaje y haga el papel de editor y saque sus propias conclusiones. En este sentido, otra vez, los periódicos no hicieron otra cosa que seguirle el juego. Es probable que medida en palabras haya sido la “mayor” filtración de la historia. ¿Y qué ha pasado para que no se convirtiera entonces en el más importante trabajo periodístico de la historia? El gran periodismo se gana esa categoría por las consecuencias que provoca su denuncia, y que permiten que trascienda, perviva, supere la prueba del tiempo y del papel barato.

 

 

       Hasta ahora las instituciones cuidaban el sueño de sus ciudadanos. Ocultaban información para que durmieran bien, sin saber la mugre que emana su bienestar (o el bienestar de sus líderes). Tenían la opción de ignorar, y mantenerse, así, inocentes. De lo contrario, cómo explicar el revuelo que suscitaron las fotografías de Abu Ghraib, que desvelaba torturas inocuas si se comparan con la picana, las uñas arrancadas y las violaciones animales que suceden en las guerras y en los aparatos represivos. La guerra se compone de ejecuciones, torturas, violaciones sistemáticas de la integridad del enemigo, el uso de toda táctica que le debilite y permita derrotarle. ¿Qué creía la gente que hace un soldado en territorio extranjero? Hoy, todo el que quiera conocer qué sucede puede saberlo con un mínimo esfuerzo. Ya nadie es inocente. En cualquier hogar está el acceso a la información sobre el resto del mundo. Al menos, a un trozo de la realidad. Ampliarlo, pluralizarlo, detallarlo, contrastarlo es la misión del periodista, que debe indagar en más de una fuente, rastreándola en la realidad y no solo en internet, que es lo que hace quien no se gana la vida con el periodismo y pasa el rato frente al ordenador.

 

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       Antes de que WikiLeaks divulgara Collateral Murder, Reuters, la agencia de noticias donde trabajaba el fotógrafo Namir Noor-Eldeen, asesinado en la operación, había pedido a las autoridades americanas que se lo facilitaran. Tanto el Ejército como los tribunales le negaron la cinta e impidieron su difusión. He ahí el poder de WikiLeaks: no respeta la autoridad establecida. Investido de una moral difusa (su oposición a la política exterior de Estados Unidos y a la impunidad de los norteamericanos) que le hace ganar adeptos, y con un radio de acción mundial que le permite burlar los controles nacionales, actúa amparado en el vacío legal.

       Estas dos características (desconocer a la autoridad y aprovechar las legislaciones obsoletas) se han legitimado en internet. La filosofía de “actúo primero, me responsabilizo después (siempre que medie la denuncia)” es la gran aliada de empresas como Google. Y probablemente el gran efecto de la red en todos los ámbitos sea la disolución de la autoridad. Por ejemplo, para el lector de periódicos ya no hay una cabecera de referencia, donde un redactor jefe impone qué leer, cuánto saber y qué pensar gracias a su línea editorial. Existe Twitter, donde cientos de lectores recomiendan lecturas sin importar dónde se han publicado o reportan en tiempo real lo que está sucediendo.

       En este escenario, los retos del periodismo actual frente a informaciones como las que suministra WikiLeaks son:

        1) El contraste de los datos y la información, y la contraposición de distintas versiones para llegar a la pluralidad. Escapar de la cárcel que significa la ingente cantidad de palabras que suministra su fuente, en este caso WikiLeaks. En ocasiones, el contraste podía nutrirse de otros lenguajes que aportaran testimonio, como el fotográfíco. La polifonía, ese universo mostrado a través de múltiples voces, es el signo de la buena novela y el buen reportaje.

        2) Perfilar al autor de cada texto, para conocer su subjetividad y sus intereses, y poder así ponderar su punto de vista y la manera como influye en la historia al contarla. Por ejemplo, semblanzas complejas de cada uno de los diplomáticos que estaban detrás de los cables.

        3) Importa más la calidad del contenido que su volumen o la pirotecnia con que se presenta. Para aumentar la calidad, sirve la contextualización, tanto de forma espacial, indagando en el lugar en que sucede el hecho, como temporal, con la historia que provoca ese hecho.

        4) Seguimiento, qué sucede a partir del momento en que se hace pública una noticia.

       En su conjunto, la información que proviene de WikiLeaks ha causado indignación. En particular, no hay ninguna noticia que haya trascendido, que haya provocado verdaderas sacudidas con lo que denunciaba. La poca repercusión muestra el fracaso del papel de las instituciones periodísticas en este tiempo de internet. Filtraciones han existido siempre. Por ejemplo, el caso de Chuck Hamel, quien denunció la actividad de Exxon en Alaska, por prácticas anti-ecológicas. Su información provino de empleados indignados, que estaban dentro de la propia industria, acabó con amonestaciones para la gigante petrolera. Entremedias, Hamel fue amenazado y amedrentado. Se le atacó en el plano íntimo y personal. En juicio se comprobó que Exxon había sufragado la contratación de una mujer para que sedujera a Hamel y poder así chantajearlo. Exxon tuvo que cambiar sus prácticas empresariales y pagar indemnizaciones.

 

 

       Pasados ya varios meses desde que cinco de los principales periódicos de Occidente comenzaron a publicar los documentos de WikiLeaks, puede comprobarse la escasa repercusión real que han tenido sus revelaciones. Ni una renuncia relevante, ni una disculpa, ni un juicio. Se han jugado mal las cartas, se ha fortalecido el silencio de los gobiernos. Un nuevo tipo de silencio, que ya no esconde, sino que expone en un contexto de saturación de información.

 

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       El criterio de Assange para decidir qué se publica y qué no convierte a WikiLeaks en un medio de comunicación, con una línea editorial y una toma de postura clara ante lo que acontece en el mundo. Será la lectura entrelíneas de aquello que no se publica lo que ayuda a desvelar el corazón de WikiLeaks.

       La mayoría de los periódicos, especialmente los cinco diarios que se “asociaron” a WikiLeaks para divulgar los cables de la diplomacia norteamericana, ha actuado como mero altavoz de WikiLeaks y su línea editorial. Dispusieron de una buena materia prima, pero en lugar de trabajarla como una información de la que partir para profundizar en la realidad y elaborar un reportaje se dedicaron a pregonarla como una verdad. Lamentable. No estamos en la era del gran periodismo que con algarabía anuncian los directores de medios. No hay por qué darse palmaditas en la espalda. El foro de directores de Der Spiegel, El País, Le Monde, The New York Times y The Guardian, reunidos en el auditorio del Museo Reina Sofía de Madrid en febrero de 2011, ha sido la apoteosis de la era del periodismo embrutecido. El periodismo sin agenda propia y sin apego por su credibilidad.

       En esta historia, en la que se ha renunciado al más elemental principio periodístico (el contraste de la información y la pluralidad que la investigación otorga) no hay héroes. Hay títeres.

 

 

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* Doménico Chiappe es periodista. En FronteraD coordina la sección de ciberliteratura. Acaba de publicar en Alertes el ensayo de periodismo literario Tan real como la ficción.

http://cronicasyotrasnaranjas.blogspot.com/

En Twitter: @domEnicochiappe

 


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