Del ardor de la pasión
a la muerte en el poema

Al Berto

[versión de Fernando Menéndez]

El cuervo vuela como una navaja atravesada en la boca de quien escribe. Viene a posarse en el hombro luminoso del habla. Quien escribe segrega palabras negras, tan negras como sus alas:
—No hubo un solo día en que no estuviese enamorado de ti. En que no haya pensado, en pleno vuelo, deshacerte a picotazos. Tan solo quiero decirte, Alexandre, que llegué a comprender el lenguaje limpio de los pájaros, a leer nuestro futuro en las entrañas de las víctimas, a vencer al miedo, a las serpientes por medio de encantamientos, a evocar las sombras, a excavar la ciudad hasta sus abismos más profundos, a hacer del día noche y de la noche día...
Pero si miras el firmamento, descubrirás una ruta de estrellas. Y verás que una estrella comienza a caer. Debes, entonces, observar atentamente su recorrido y el lugar donde por fin se extinga.
En ese punto de la noche insomne encontrarás Samarcanda.

     Allí se muere en la lodosa extinción del tiempo - como las aves migratorias que se extravían de su antiguo recorrido habitual, y caen al mar...ahogándose en tu mente como un estertor de sangre.
Y las noches, las centelleantes noches de Samarcanda, están pobladas de pequeños espectros de éter que surgen de la tierra y cantan. Ascienden enfurecidas por las paredes escuálidas del sueño.
Te quedas así, con el sudor recorriéndote la frente, los labios temblando, las manos afligidas sobre el pecho - los ojos dilatados de escrutar en la oscuridad la mirada felina de algún visitante aéreo.
A veces, no conseguimos vivir con quien amamos - y por él perderíamos todo, inlcuida la razón.
Se vive solo, medio despierto,en una especie de sopor. Y en el interior de los párpados hacemos aparecer el rostro amado.
Desearíamos que estuviese aquí, al alcance de las palabras que reinventamos para susurrarle, al alcance de la mano y de la boca, al alcance de los sentidos y del deseo inmediato.
Un ardor extraño sobre la piel y los ojos me impide seguir vivo. Muero sin prisa. Decido cegarme para conservar tu sonrisa - no quiero verla alejarse para siempre en la vejez o en un gesto.

 

     Se cerró la ventana por donde entró la esencia salada del visitante. No te moverás del lugar que escogió para ti. Después, incendiado el aire, cierras los párpados de fiebre.
Al poco rato, cuando los abras en otro lugar, el mundo habrá cambiado. Si tu muerte aplazada se mantiene inmutable - y en la última casa de niebla el corazón se ilumina. Resplandece un segundo el nombre con que digo te amo.
Los dedos sujetan el ovillo de nubes con que te dejo un fúnebre collar. Ánforas de astros, herrumbre de la noche, oro de la mirada. Rostro contra la imagen del rostro.
En vela, siento el calor de tu cuerpo envolverme. Enrollo el collar en los cabellos. El perfume acre de la tierra mojada se infiltra en las palabras susurradas al oído. Y de tu pecho llega una nostalgia que me envenena. Crece un hilo de cobre en la línea húmeda de los labios. Nos abrazamos.
Tu sexo se yergue contra mi paladar. El rumor prolongado del mar nos protege.
Precario resplandor de los cuerpos saciados. Precario semen. Dejamos lentamente que venga el sueño a través del silencio.
Ningún recuerdo nos va a separar antes de la mañana.

El visitante deambula por el epicentro de la noche. Te miras al espejo. Fumas un cigarro. Su hálito se estanca en la curva de la nuca. La punta del cigarro centellea en algún lugar, muy lejos, en el fondo de tu reflejo. Enciendes la lámpara de las horas, pero no consigues reconocerte en las remotas imágenes adolescentes.
Al fin, oirás una voz en el pasillo - pero las palabras no consiguen sosegarte. Te hundes en la palabra mar. Te levantas y te entretienes en la palabra casa. Desfalleces en la palabra sueño. Te inquietas en la palabra pernoctar.
Es vasta la ausencia del cuerpo amado - como vasto el insomnio que avanza, cruel, a golpe de somnífero, a tragos de agua. Agujas que, poco a poco, se esparcen por las arterias.
Y me digo a mí mismo:
—Sé que un día volverás del polvo fosforescente del tiempo sin  lugar. Y partiremos de nuevo a la casa abandonada, y a la comida podrida de los muertos. Sé que la parte de mí que te olvida estallará dentro de la que no te olvida jamás.
Las aguas se agrietan en una lengua de fuego bajo tu rostro. Te levantas y caminas de un lado a otro. Fuera del amor la vida tiene menos tiempo, decías.
Sujetas con la mano un hilo de respiración, y una especie de llovizna gotea del sexo hinchado.

 

     La tempestad, la del alma que se apaga, y la que precipita el relámpago entre las nubes de plomo, surge de la pared. Visión del cuervo fulminado, visión de Samarcanda ardiendo. Queda, última, en el interior de tu propio cuerpo.
¿Qué vemos desde la cima del espiral interrumpida?
¿Qué paisaje suspendido al precipitarse desde un lugar sin fin?
Una fuente corre, incesante, hacia el laberinto de la memoria. Hay en ti un silencio donde alguien dejó caer un sol, una resonancia de pasos que se alejan, una espera... porque la permanencia de la muerte, y la vida entera, están adormecidas en el exiguo espacio del cuerpo.
Y en este abandono tatué un rostro, un rostro de ceniza que busca el cántico del corazón, e injerté un tronco de luz. Sustituí tu cabeza y tus manos por una corriente de aire. Después te dejé flotar en una órbita alrededor de mi pensamiento.
Te abrí los ojos con la punta de un cuchillo, y en el fondo de ellos, quemé la lengua.
Coloqué una rosa seca en el lugar de la pasión.
Pero si navegaras por la ruta de los grandes sueños, no encontrarías nada. Sólo arena - donde tus antiguos pasos marcaron a sangre la desolación de los días, las inútiles travesías de las ciudades y de los continentes.

     Y ante el espejo ves el rostro transformarse en bruma de pétalos macilentos. Luminosidades azules apagándose en los ojos. Brillo que bebe la saliva de tu boca.
Levanta entonces un dedo y apunta, clávalo en tu propia carne, clava la uña en la mente todavía hambrienta de la luz. Verás escurrirse un semen cristalino hasta la boca sedienta de aquel que amas.
Tiempo suspendido en la saliva de la noche. El secreto permanece en la última palabra que se seca, abandonada, en el borrador.
Estuviste en un lugar en el fondo de mí. Lugar oscuro,sin aire - donde ya no se consigue nombrar el mundo.
Pero llegado el momento, el cuerpo se te hinchó por el ansia de regresar y el alma con la voluntad inamovible de sustituir el mar por tu sonrisa. Regresaste para suicidarte en mi rostro.
Me encojo para recibirte, como el gusano de seda se encoge en su capullo.
Intento protegerme de lo que me rodea. Lo ignoro todo en un intento inútil de comenzar nuevamente a vivir.
Tierra, tierra fecundada por el silencio. Tierra luminosa que recibe a quien perdió su rostro y el visitante convirtió en polvo.

 

     Por último, aquí tienes la espina de la rosa de todos los poemas. Deja que tu lengua se lastime en ella - para que no haya escasez de palabras en la travesía de los grandes inviernos.
Aquí te dejo, como herencia, el sello luminoso. El fin y el inicio. La carta que no tiene respuesta. La carta donde el silencio oscureció lo que en ella
está escrito.
Abre el sobre con cuidado, no sumerjas los ojos en el ácido de las sílabas. O no lo abras. Sal a la calle, prende fuego a los jardines - pero no abras la carta y recuerda.
Baja a corriendo los cuatro pisos. Verás vacía la oficina de correos y que la muerte sigue asolándote - a plazos.

Fuente: Textos incluidos en "Dispersos", Al Berto. Assírio & Alvim

 

* * *

Do ardor da paixão
à morte no poema

 

 

O corvo voa como uma navalha arremessada à boca daquele que escreve. Vem pousar no ombro luminoso da fala. Segreda àquele que escrebe palavras negras, tao negras quanto as suas asas o podem ser:
- Não houve um só dia em que nao tenha apaixonado por ti. Em que não tenha pensado, em pleno voo, desmembrar-te à bicada. Apenas te quero dizer, Alexandre, que cheguei a entender a linguagem límpida dos pássaros,a ler o nosso futuro nas entranhas das vítimas, a vencer o medo, as serpentes por meio de encantamentos, a evocar as sombras, a escavar a cidade até aos seus abismos profundos, a fazer do dia noite  e da noite fazer dia...
Mas, se olhares o firmamento, descobrirás uma estrada de astros. Verás que uma estrela começa a cair. Deves, então, observar atentamente o seu percurso, e o lugar onde por fim se extingue.
Nesse ponto da noite insone encontrarás Samarcanda.

      Ali se morre no escoar lodoso do tempo - como as
aves migratórias que se extraviam do percurso antigo habitual, e caem no mar...afogando-se na tua mente com um estertor de sangue.
E as noites, as cintilantes noites de Samarcando, estão povoadas de pequenos espectros de éter que se erguem dos poros da terra e cantam. Amarinham pelas paredes esquálidas do sono.
Ficas assim, o suor escorrendo-te da fronte, os lábios estremecendo, as maos aflitas sobre o peito - os olhos esbulgalhados a perscrutarem no escuro os olhos felinos dalgum aéreo visitante.
Por vezes, não conseguimos viver com aquele que amamos - e por ele perderíamos tudo, incluindo a razão.
Vive-se sozinho, meio acordado, numa espécie de torpor. E no interior das pálpebras fazemos aparecer o rosto amado.
Gostaríamos que estivesse aqui, ao alcance das palavras que reinventamos para lhe sussurrar, ao alcance da mão e da boca, ao alcance dos sentidos e do desejo imediato.
Un ardor estranho sobre a pele e nos olhos impedeme de continuar vivo. Morro sem pressa. Começo por cegar para conservar o teu sorriso-não o quero ver afastarse para sempre, na velhice ou num esgar.

 

   A janela por onde entrou a essência salgada do visitante fechou-se. Não te moverás do lugar que ele escolheu para ti. Depois, o ar incendeia-se, fechas as pálpebras de febre.
Daqui a pouco, quando as abrires noutro lugar, o mundo terá mudado. Se a tua morte, a prazo, se mantém imutável-e na última casa de nevoeiro o coração faz-se luz. Resplandece, um segundo, o nome com que digo amo-te.
Os dedos prenderam o novelo de nuvens com que teço o fúnebre colar.
Ânforas de astros, ferrugem da noite, ouro do olhar. Rosto contra a imagem do rosto.
Em vigília, sinto o calor do teu corpo envolver o meu. Enrolo o colar nos cabelos. O perfume acre da terra aberta á chuva infiltra-se nas palavras sibilidas ao ouvido.E do teu peito vem a nostalgia que me envenena. Cresce um fio de cobre na linha húmida doa lábios. Abraçamo-nos.
O teu sexo ergue-se contra o céu da boca. O rumor longínquo do mar protege-nos.
Precário resplendor dos corpos saciados. Precário sémen. Lentamente deixamos o sono vir por dentro do silêncio.
Nenhuma memória antes da manhã que nos há-de separar.

 

   O visitante deambula no epicentro da noite.
Obsevas-te ao espelho. Fumas um cigarro. O seu hálito estagna na curva da nuca. A ponta do cigarro cintila algures, muito longe, no fundo da tua imagem. Acendes a lâmpada das horas, mas não consegues reconhecer-te nas remotas imagens adolescentes.
Por fim,ouvirás uma voz no corredor-mas as palavras não conseguem sossegar-te. Afundas-te na palavra mar. Levantas-te e demoras-te na palavra casa. Desfaleces na palavra sonho. Inquietas-te com a palavra pernoitar.
A ausência do corpo que amas é vasta-como vasta é a insónia que avança,cruel, a golpes de sonífero, a golos de água. Agunhas que, a puco e pouco, se espalham pelas artérias.
E digo para mim mesmo:
—Sei que um dia virás da poeira fosforosa do tempo sem lugar. E partilharemos de novo a casa abandonada, e a comida podre dos mortos. Sei que a parte de mim que esquece estilhaça dentro da que jamais te esquecer.
As águas fissuram-se e uma língua de fogo sobe do teu rosto. Levantas-te e caminhas de um lado para o outro. Fora do amor a vida tem menos tempo, dizias.
Na mão seguras o fio da respiração, e uma espécie de orvalho escorre-te do sexo intumescido.

 

   A tempestade, a da alma que se apaga, e a que faz despenhar o relâmpago por entre nuvens de chumbo, surge na parede. Visão do corvo fulminado, visão de Samarcanda a arder. Queda,  última, para dentro do teu própio corpo.
Que vemos do cimo da espiral interrrompida? Que paisagem suspensa se avista enquanto te despenhas daquele lugar sem fim?
Uma fonte corre, incessante, para o labirinto da memória. Em ti há um silêncio onde alguém deixou cair um sol, uma ressonância de passos que se afastam, uma espera...porque a perenidade da morte, e a vida inteira, estão adormecidas no exíguo espaço do corpo.
E neste abandono tatuei um rosto, um rosto de cinza que busca o cântico do coração, e enxertei um tronco de luz no teu braço. Subtituí-te a cabeça e as mãos por uma corrente de ar. Despois, deixei-te flutuar numa órbita em redor de meu pensamento.
Abri-te os olhos com a ponta de uma faca, e no fundo deles queimei a língua. Coloquei uma rosa seca no lugar da paixão.
Mas, se navegares na rota do grande sono, nada encontrarás. Somente areia-onde os teus antigos passos maracaram a sangue a desalação dos dias, as inúteis travessias das cidades e dos continentes.

 

     E, frente ao espelho, vês o rosto transformar-se em bruma de pétalas macilentas. Luminosidades azuis apagando-se nos olhos. Brilho que te bebe a seiva da boca.
Levanta, então, um dedo e aponta, crava-o na tua
própria carne, cravaa unha na mente ainda faminta de luz. Verás escorrer um sémen cristalino para a boca sedenta daquele que amas.    
Tempo suspenso na saliva da noite. O segredo permanece na última palavra que seca, abandonada, no mata-borrão.
Estiveste num lugar do fundo de mim. Lugar escuro, sem ar-onde se pode abandonar a alma e deixar o corpo secar. Lugar onde já não se consegue nomear o mundo.
Mas, a dado momento, encheu-se-te o corpo com a ânsia do regresso, e a alma com a vontade inabalável de substituir o mar pelo teu sorriso. Regressaste para te suicidares nomeu rosto.
Encolho-me, para te receber, como o bicho-da-seda se encolhe no casulo.
Tento preteger-me do que me rodeia. Ignoro tudo numa tentativa inútil de recomeçar novamente a viver.
Terra, terra fecunda pelo silêncio. Terra luminosa, recebe aquele que perdeu o rosto e o visitante transmudou em pó.

 

    Por último, aqui tens o espinho da rosa de todos os poemas. Deixa que a tua língua se fira nele-para que não haja escassez de palavras na travessia dos grandes invernos.
Aqui te deixo, como herança, o selo luminoso. O fim e o início. A carta que não tem   resposta. Carta onde o silêncio enegreceu o que nela vai escrito.
Abre o envelope com cuidado, não deixes os olhos mergulharem no ácido das sílabas. Ou não a abras e acorda.
Desce os quatro andares a correr. Vais ver que a caixa do correio está vazia,e a morte continua a assolar-te-a prazo.

 

* * *

Al Berto (Coímbra, 1948 - Lisboa, 1997)
Poeta y editor portugués. Obra poética: À Procura do Vento num Jardim d'Agosto (1977), Meu Fruto de Morder, Todas as Horas (1980), Trabalhos do Olhar (1982), O Último Habitante (1983), Salsugem (1984), A Seguir o Deserto (1984), Três Cartas da Memória das Índias (1985), Uma Existência de Papel (1985), O Livro dos Regressos (1989), A Secreta Vida das Imagens (1991), Canto do Amigo Morto (1991), Luminoso Afogado (1995), Horto de Incêndio (1997), O Medo (1998), Degredo no Sul (2007). Obra en prosa: Lunário (1998), O Anjo Mudo (1993), Apresentação da Noite (2006).

 

Fernando Menéndez (Oviedo, 1966)
Fue miembro fundador del consejo editorial de la colección de poesía “Nómadas” y también formó parte del consejo de redacción de la revista “Solaria”. Es autor, entre otros, de los siguientes libros: Historias somalíes (KRK ediciones, 1998), Las formas del mundo (Nómadas, 2001), El habitante de las fotografías (KRK ediciones, 2003), Porque no poseemos (Escuela Superior de Arte de Mérida, 2008), Un hombre por venir (Icaria, 2008), Penúltimo danzante (Ediciones La Baragaña, 2013). Ha publicado textos en publicaciones como El signo del gorrión, Los Infolios, Paralelo sur, Zurgai, Letras libres y es colaborador habitual del diario La Nueva España y de El Cuaderno Cultural de La Voz. También ha participado en revistas digitales como literaturas.com, 7de7.net y Las razones del aviador.