Selección traducción y notas de Adolfo Gómez Tomé
Así, la poesía no era palabras en una página, sino pájaros en el aire, en el crepúsculo, contra el viento en el aire alto y azul; era árboles, era piedras y manantiales, una faz mudable de cosas que comunicaban un conocimiento que las palabras sólo pueden representar o evocar remotamente.
Kathleen Raine
INVOCACIÓN
Hay un poema en camino,
hay un poema que me envuelve,
el poema está cercano,
el poema en lo alto del aire
más allá de la atmósfera brumosa
se cierne, espíritu
que en mi se encarne.
Deja que transpire mi cuerpo
que atormenten mi pecho las serpientes
mis ojos sean ciegos, sordos los oídos, las manos perturbadas
la boca abrasada, el útero extirpado,
rajado el vientre, la espalda azotada,
trinchada la lengua en tiras de cuero
piedras de lluvia[2] insertas en mis pechos,
la cabeza cercenada,
y que sólo los labios hablen,
y que sólo el dios aparezca.
EL CIERVO PLATEADO
Mi ciervo plateado ha caído. En la hierba
bajo los abedules yace, mi rey de los bosques,
aquel al que seguí por el monte, allende los arroyos presurosos,
se ha ido bajo las hojas, sepultado en el pasado.
En el horizonte de la aurora se detuvo,
blanco de mis ojos ávidos; fulgor
ay, del sol, o de mi corazón encendido:
perfilado en el cielo, en el infinito encarnado.
¿Cuál, tan anhelante, era mi querencia hacia él,
qué deseada unión de sangre o conciencia
nos sostenía en pasión unísona, cazador y presa?
Desapareció, y yo por los frondosos bosques persiguiéndolo.
Mío es ahora, mi deseo, mi acecho, mi amado,
en calma yace, mientras toco el contorno de su testa imponente,
mío este horror, esta carroña del bosque
que ya se desvanece bajo tierra, hacia el aire, más allá del mundo.
Oh, quietud, la paz me rodea
al tiempo que el jardín vive, las plantas florecen,
titila la hierba grácil, arden los insectos,
y el arroyo, el arroyo plateado, fluye.
Por última vez tumbado sobre la hierba verde
en postrer gesto de amor propio, dulcemente se inclinó
para posar el delicado pie que está en mi mano,
vacía como la crisálida desechada de una polilla.
Mi brillante y aun así ciego deseo, tu final fue esta
muerte, y mi alado corazón asesino
es del mundo el corazón roto, enterrado en el suyo,
en cuya cornamenta comienza el crucifijo.
INVOCATION
There is a poem on the way,
There is a poem all round me,
The poem is in the near future,
The poem is in the upper air
Above the foggy atmosphere
It hovers, a spirit
That I would make incarnate.
Let my body sweat
Let snakes torment my breast
My eyes be blind, ears deaf, hands distraught
Mouth parched, uterus cut out,
Belly slashed, back lashed,
Tongue slivered into thongs of leather
Rain stones inserted in my breasts,
Head severed,
If only the lips may speak,
If only the god will come.
(De Stone and Flower (1943), p. 4)[1]
THE SILVER STAG
My silver stag is fallen – on the grass
Under the birch-trees he lies, my king of the woods,
That I followed on the mountain, over the swift streams,
He is gone under the leaves, under the past.
On the horizon of the dawn he stood,
The target of my eager sight; that shone
Oh from the sun, or from my kindled heart –
Outlined in sky, shaped on the infinite.
What, so desiring, was my will with him,
What wished-for union of blood or thought
In single passion held us, hunter and victim?
Already gone, when into the branched woods I pursued him.
Mine he is now, my desired, my awaited, my beloved,
Quiet he lies, as I touch the contours of his proud head,
Mine, this horror, this carrion of the wood,
Already melting underground, into the air, out of the world.
Oh, the stillness, the peace about me
As the garden lives on, the flowers bloom,
The fine grass shimmers, the flies burn,
And the stream, the silver stream, runs by.
Lying for the last time down on the green ground
In farewell gesture of self-love, softly he curved
To rest the delicate foot that is in my hand,
Empty as a moth’s discarded chrysalis.
My bright yet blind desire, your end was this
Death, and my winged heart murderous
Is the world’s broken heart, buried in his,
Between whose antlers starts the crucifix.
(De Stone and Flower (1943), p. 20)
EL INSTANTE
Para poner por escrito todo lo que contengo en este instante
vaciaría el desierto a través de un reloj de arena,
el mar a través de una clepsidra,
gota a gota y grano a grano
a los impenetrables, inmensurables mares y arenas mutables liberados.
Porque los días y las noches de la tierra se desmoronan sobre mí
las mareas y las arenas me atraviesan,
y yo sólo tengo dos manos y un corazón para retener al desierto
y al mar.
Si se escapa y me esquiva, ¿qué puedo contener?
Las mareas me arrastran
el desierto se desliza bajo mis pies.
PALABRA HECHA CARNE
Palabra cuyo aliento es la atmósfera que gira alrededor del mundo,
palabra que nombra el mundo que mueve el viento,
palabra que da vida al pájaro que surca el aire,
palabra que inflama la corola del sol,
cuyo silencio es la música del violín de las estrellas,
cuya melodía es la alborada, y la noche la armonía,
palabra trazada en agua de lagos, y luz en el agua,
luz en agua quieta, agua en movimiento, cascada
y colores del agua de nube, de rocío, de lluvia irisada,
palabra tallada en piedra, cordillera sobre hilera de piedra,
palabra que es fuego del sol y fuego
en la disposición de los átomos, cristalina simetría,
gramática de las cinco partes de la rosa y seis de la azucena,
espiral de las hojas en una rama, hélice de las conchas,
rotación de las enredaderas en los ejes de oscuridad y luz,
sabiduría instintiva del pez y el león y el carnero,
ritmo de procreación en el flagelado y el helecho,
destello de la aleta, batir del ala, latido, cadencia de la danza,
jeroglífico en cuya exacta precisión están definidas
la pluma y el ala del insecto, refracción de ojos múltiples,
ojos de las criaturas, oh inagotable visión del mundo,
manifestación del misterio, ¿qué nombre le daremos
a un espíritu revestido de mundo, a un mundo hecho hombre?
EL VIAJE
Para Winifred Nicholson
Al atravesar la colina de fósiles
recogí pequeñas piedras segmentadas,
y el mar arcaico recordaba
donde una vez estos guijarros fueron mis huesos.
Al caminar por la muralla romana
el viento soplaba hacia el sur desde el polo.
Oh yo he sido esa violencia arrojada
contra las fortificaciones del mundo.
Al caer la noche en una iglesia[3] vacía
sentí el miedo de todas mis muertes:
figuras que había visto con ojos de animal
abarrotaron de misterios la oscuridad.
Me detuve al lado de una torrentera
donde los cardos[4] crecían sobre un montículo
que tantos días había sido mi hogar,
donde ahora mi corazón se pudre bajo tierra.
Fui la trucha que la charca frecuenta,
la presencia umbrosa del riachuelo.
De un sin fin de vidas dejo en herencia
el hueso derramado y el ala rota.
Fui el animal agonizante
cuyo ojo frío se cierra en un espinazo quebrantado,
cuyo cadáver no tarda en asfixiarse con el musgo,
cuya calavera se oculta entre el helecho.
Mis huellas se hunden en arena movediza
y han bebido mi sangre campos de cebada,
mi ciencia trazó la espiral de una caracola,
mi trabajo levantó un túmulo sobre una montaña.
De lejos vengo y lejos está mi destino,
muchas son las tumbas donde mi pena yace,
mas siempre de los dedos muertos nacen
flores que yo bendigo con ojos vivos.
THE MOMENT
To write down all I contain at this moment
I would pour the desert through an hour-glass,
The sea through a water-clock,
Grain by grain and drop by drop
Let in the trackless, measureless, mutable seas and sands.
For earth’s days and nights are breaking over me
The tides and sands are running through me,
And I have only two hands and a heart to hold the desert and the sea.
What can I contain of it? It escapes and eludes me
The tides wash me away
The desert shifts under my feet.
(De Living in Time (1946), p.36)
WORD MADE FLESH
Word whose breath is the world-circling atmosphere,
Word that utters the world that turns the wind,
Word that articulates the bird that speeds upon the air,
Word that blazes out the trumpet of the sun,
Whose silence is the violin-music of the stars,
Whose melody is the dawn, and harmony the night,
Word traced in water of lakes, and light on water,
Light on still water, moving water, waterfall
And water colours of cloud, of dew, of spectral rain,
Word inscribed on stone, mountain range upon range of stone,
Word that is fire of the sun and fire within
Order of atoms, crystalline symmetry,
Grammar of five-fold rose and six-fold lily,
Spiral of leaves on a bough, helix of shells,
Rotation of twining plants on axes of darkness and light,
Instinctive wisdom of fish and lion and ram,
Rhythm of generation in flagellate and fern,
Flash of fin, beat of wing, heartbeat, beat of the dance,
Hieroglyph in whose exact precision is defined
Feather and insect-wing, refraction of multiple eyes,
Eyes of the creatures, oh myriadfold vision of the world,
Statement of mystery, how shall we name
A spirit clothed in world, a world made man?
(De The Pythoness (1949), p.45)
THE JOURNEY
For Winifred Nicholson
As I went over fossil hill
I gathered up small jointed stones,
And I remembered the archaic sea
Where once these pebbles were my bones.
As I walked on the Roman wall
The wind blew southward from the pole.
Oh I have been that violence hurled
Against the ramparts of the world.
At nightfall in an empty kirk
I felt the fear of all my deaths:
Shapes I had seen with animal eyes
Crowded the dark with mysteries.
I stood beside a tumbling beck
Where thistles grew upon a mound
That many a day had been my home,
Where now my heart rots in the ground.
I was the trout that haunts the pool,
The shadowy presence of the stream.
Of many many lives I leave
The scattered bone and broken wing.
I was the dying animal
Whose cold eye closes on a jagged thorn,
Whose carcass soon is choked with moss,
Whose skull is hidden by the fern.
My footprints sink in shifting sand
And barley-fields have drunk my blood,
My wisdom traced the spiral of a shell,
My labour raised a cairn upon a fell.
Far I have come and far must go,
In many a grave my sorrow lies,
But always from dead fingers grow
Flowers that I bless with living eyes.
(De The Pythoness (1949), p. 55)
MENSAJE DESDE CASA
¿Recuerdas, cuando fuiste niño,
que nada en el mundo te parecía extraño?
Percibías, por vez primera, formas ya familiares,
y viendo, te percatabas de que siempre habías conocido
el liquen en la roca, las hojas del helecho, la flor del tomillo,
como si los elementos se juntaran nuevamente en tu cuerpo,
atrapados en el torbellino momentáneo de tu vida
que todavía mantenía el conocimiento de un estado primigenio;
en ti recuerdo retenido de nube y océano,
la enramada del árbol, la lengua de fuego.
Ahora, cuando la oscuridad de la naturaleza se te hace extraña,
y vagas, forastero, por las calles de la ciudad,
recuerda que la tierra te acogió en su seno con el aire, con los rayos del sol,
te posó en sus aguas dormidas, a que compartieras el sueño
de la trucha entre las raíces de la milenrama,
de sustancia de estrella y océano te formó,
en el mismo origen que sol y follaje, pez y arroyo
te concibió.
De todas las criaturas uno sólo es el origen,
simple, singular como el amor; recuerda
la célula y la semilla de la vida, la esfera
que es, de niño, blanco pájaro, o breve libélula azul
del helecho verde, o de la dorada tormentila con sus cuatro pétalos
la postrer memoria.
Cada célula latente disemina un futuro,
despliega su inimitable complejidad
como un árbol hace brotar hojas, y urde un destino que teje
peciolo de helecho, plumaje de pájaro, escamas de pez.
El musgo expande su verdosa membrana sobre la turba empapada,
el germen de la libélula cobra ánima y levanta el vuelo
del mismo modo que el nenúfar del barro asciende sobre su tallo viscoso
para abrir un dulce, albo cáliz al cielo.
El hombre, con más largo trecho que recorrer de su simplicidad,
del arcaico musgo, pez y lirio se separa,
y en el exilio hace su largo camino.
Cuando dejes atrás Edén, recuerda tu casa,
porque trayendo a la memoria la esencia de tu ser
no estarás solo; los primeros en saludarte
serán esos niños que juegan a la orilla del arroyo,
las nutrias nadarán hasta ti en el remanso,
el ciervo salvaje correrá a tu lado por el páramo.
Adéntrate más en la espesura, y vendrán las aves,
los peces se alzan para verte en sus enjambres plateados,
y más oscuras, más extrañas, vidas más misteriosas
vendrán a ti en tropel al manantial
donde las raíces más profundas del árbol beben del abismo.
Nada en ese abismo te es extraño.
Duerme sobre la raíz del árbol, donde se urde la noche
para formar la materia del universo, escucha los vientos,
las mareas, las armonías de la noche, y sabe
todo lo que sabías antes de empezar a olvidar,
antes de que te convirtieras en un extraño de ti mismo,
antes de que te hubieras alejado demasiado de esos otros
niños del origen, que han permanecido en casa,
en pradera, isla y bosque, en mar y río.
La Tierra envía amor materno tras su hijo exiliado,
confiando su mensaje a la luz y al aire,
al viento y a las olas que llevan tu barco, a la lluvia que cae,
al pájaro que te convoca, y a todas las miríadas de peces
que nadan en las aguas natales de su océano.
TU DON FUE LA OCIOSIDAD…[5]
Tu don fue la ociosidad,
el modo en que descuidabas tu quehacer diario
para maravillarte con el rebrote de una flor,
el temblor de una hoja, el velo de una araña
sobre la rociada en el despliegue de la mañana.
Estos eran tus pensamientos errantes, extraviados
en la mente veleidosa
del cielo etéreo y la nube viajera,
de la campánula y la colina de brezo,
mundo infinito, donde podías perder
memoria, identidad y nombre
y todo lo que contemplabas, renacía,
ala de insecto y malla de estrellas
o la plata reluciente de la semilla por el viento llevada
eternamente a la deriva inmune al tiempo.
¿Qué tiene que ver la ilimitada vida
con la sepultura del cuerpo y con el vientre,
lapso de vida y espacio escaso?
LA HOJA
“Con qué belleza cae,” dijiste,
al tiempo que una hoja giraba y volteaba
en viento invisible sostenida,
con qué ligereza hasta el suelo
prolonga su vuelo.
Tú, por la caída de una hoja olvidaste
vejez, soledad,
el esqueleto abatido que es el cuerpo,
las tullidas manos, el flaco sentir,
el mundo cruel y su dolor.
¿De qué fue presagio esa hojita
para ti?, compromiso de oro
entre tú y ¿qué oculto
mensajero al corazón
oriundo de una tierra benigna y simple?
NUBE
Nunca solos
mientras que por el cielo interminable
se muevan eternas las nubes.
Al nombrar su belleza
la humanidad se enamora de criaturas de niebla.
Llevadas por el viento descansan,
tenues, sin superficie,
inerte fluir de forma en forma,
esencia con esencia seno hecho agua con ensombrecido seno.
Ay si pudiéramos como ellas
libremente movernos en paz en la conmoción del aire,
no volver nunca a lo que somos.
Se hacen, deshacen, se vuelven a hacer, quietud de lo mudable,
de lo visible a lo invisible pasan
o convocan sobre las colinas desoladas
velos de olvido
o con destellos de esplendor el gris del ocaso
ahíto de oro en llamas y rosa ardiente,
sus formas acuosas santuarios de la gloria del sol.
MESSAGE FROM HOME
Do you remember, when you were first a child,
Nothing in the world seemed strange to you?
You perceived, for the first time, shapes already familiar,
And seeing, you knew that you had always known
The lichen on the rock, fern-leaves, the flowers of thyme,
As if the elements newly met in your body,
Caught up into the momentary vortex of your living
Still kept the knowledge of a former state,
In you retained recollection of cloud and ocean,
The branching tree, the dancing flame.
Now when nature’s darkness seems strange to you,
And you walk, an alien, in the streets of cities,
Remember earth breathed you into her with the air,
with the sun’s rays,
Laid you in her waters asleep, to dream
With the brown trout among the milfoil roots,
From substance of star and ocean fashioned you,
At the same source conceived you
As sun and foliage, fish and stream.
Of all created things the source is one,
Simple, single as love; remember
The cell and the seed of life, the sphere
That is, of child, white bird, and small blue dragon-fly
Green fern, and the gold four-petalled tormentilla
The ultimate memory.
Each latent cell puts out a future,
Unfolds its differing complexity
As a tree puts forth leaves, and spins a fate
Fern-traced, bird-feathered, or fish-scaled.
Moss spreads its green film on the moist peat,
The germ of dragon-fly pulses into animation
and takes wing
As the water-lily from the mud ascends on its ropy stem
To open a sweet white calyx to the sky.
Man, with farther to travel from his simplicity,
From the archaic moss, fish, and lily parts,
And into exile travels his long way.
As you leave Eden behind you, remember your home,
For as you remember back into your own being
You will not be alone; the first to greet you
Will be those children playing by the burn,
The otters will swim up to you in the bay,
The wild deer on the moor will run beside you.
Recollect more deeply, and the birds will come,
Fish rise to meet you in their silver shoals,
And darker, stranger, more mysterious lives
Will throng about you at the source
Where the tree’s deepest roots drink from the abyss.
Nothing in that abyss is alien to you.
Sleep at the tree’s root, where the night is spun
Into the stuff of worlds, listen to the winds,
The tides, and the night’s harmonies, and know
All that you knew before you began to forget,
Before you became estranged from you own being,
Before you had too long parted from those other
More simple children, who have stayed at home
In meadow and island and forest, in sea and river.
Earth sends a mother’s love after her exiled son,
Entrusting her message to the light and the air,
The wind and waves that carry your ship, the rain that falls,
The birds that call to you, and all the shoals
That swim in the natal waters of her ocean.
(De The Year One (1952), p. 99)
YOUR GIFT OF LIFE WAS IDLENESS...
Your gift of life was idleness,
As you would set day’s task aside
To marvel at an opening bud,
Quivering leaf, or spider’s veil
On dewy grass in morning spread.
These were your wandering thoughts, that strayed
Across the ever-changing mind
Of airy sky and travelling cloud,
The harebell and the heather hill,
World without end, where you could lose
Memory, identity and name
And all that you beheld, became,
Insect wing and net of stars
Or silver-glistering wind-borne seed
For ever drifting free from time.
What has unbounded life to do
With body’s grave and body’s womb,
Span of life and little room?
(De The Oval Portrait (1977), p. 224)
THE LEAF
“How beautifully it falls,” you said,
As a leaf turned and twirled
On invisible wind upheld,
How airily to ground
Prolongs its flight.
You for a leaf-fall forgot
Old age, loneliness,
Body’s weary frame,
Crippled hands, failing sense,
Unkind world and its pain.
What did that small leaf sign
To you, troth its gold
Plight ‘twixt you and what unseen
Messenger to the heart
From a fair, simple land?
(De The Oval Portrait (1977), p. 225)
CLOUD
Never alone
While over unending sky
Clouds move for ever.
Calling them beautiful
Humanity is in love with creatures of mist.
Borne on the wind they rest,
Tenuous, without surface,
Passive stream from shape to shape,
Being with being melting breast with cloudy breast.
Ah could we like these
In freedom move in peace on the commotion of the air,
Never to return to what we are.
Made, unmade, remade, at rest in change,
From visible to invisible they pass
Or gather over the desolate hills
Veils of forgetfulness
Or with reflected splendour evening grey
Charged with fiery gold and burning rose,
Their watery shapes shrines of the sun’s glory.
(De The Oval Portrait (1977), p. 236)
HABRÍA ESCRITO…
Habría escrito un poema diferente,
pero, al detenerme un momento en mi jardín sin desbrozar,
sentí, súbitamente, el paraíso descendiendo en el sol de la mañana
filtrado entre las hojas,
iluminando el suelo exiguo de Londres, tocando con verde
transparencia las células de la vida.
El mirlo bajó de un brinco, vinieron el gorrión y el petirrojo,
y el tordo, cuyo nido, a buen seguro, está oculto
en algún sitio, entre edificios invasores
de muros que asedian,
mas para los pájaros de ciudad inagotables aguas vivas
colman una taza de piedra desde un caño de jardín.
Me digo que pronto será hora
de volver a la casa, al quehacer diario,
pero aquí el tiempo ni viene ni se va.
No se apresuran los pájaros, su día
ni comienza ni termina.
¿Qué me impide quedarme? Por qué dejar
este estado, donde siempre se es,
y sólo el tiempo nos desprende
de este sencillo lugar oculto, siempre presente.
AL SOL
1
Sol, gran dador de todo lo que es,
una vez más regreso del sueño a tus tiempos y lugares
como el vuelo de los gansos sobre Londres en esta luz de la aurora
antes de que la ciudad de los humanos invada tu espacio inmaculado.
Sol, don de dones, tus vertiginosos rayos
tejen de nuevo cosas cotidianas, familiares, epifanías
de árboles, hojas, alas, perlas de lluvia, prodigios de luz.
Tu dorada máscara cubre la desconocida
Presencia de aquel que abre todos los ojos
en cuya cegadora oscuridad nadie puede mirar.
Nubes y montes y jardines y mares y bosques,
rascacielos, polvo y basura, objetos rotos y olvidados
reciben por igual del manantial más puro y sacrosanto
ser y significado, mensajes que la mañana trae
a este umbral donde me encuentro.
Anciana, me maravillo de haber sido, de haber visto
tu reino del todo y de la nada, sol que todo lo das.
2
Qué nombre darte, don de dones,
dios, ángel, estas palabras sirvieron en un tiempo, pero nunca más
el carro de Apolo o los caballos de Surya imaginados en piedra
de Konarak [7], gloriosa metáfora del poder creciente
del sol infatigable desde el eterno Oriente. Mi tiempo
tiene otros símbolos, ondas de luz en aceleración, años luz, rayos
girando eternamente en la esfera ilimitada del espacio,
vacío inmenso de lo que es o no es,
equívoca apariencia de la materia etérea:
La ciencia tan sólo otro grandioso mito que soñamos,
ptolemaico o copernicano, o el paradigma de Einstein
menos real que esos espléndidos caballos de piedra
a medida que la luz triunfa sobre la oscuridad todavía un día más.
¡Mas ningún mito se acerca a lo que, ante nuestros ojos, tú eres, o pareces!
En tu numinosa gloria te he visto alzarte
desde más allá de las Islas Farne[8] derramando tu fulgor
sobre los fríos mares del norte, o sobre los mares de Grecia,
he visto tu gran círculo alzarse desde el océano Índico.
Mientras circundas la tierra los pájaros cantan tu llegada cada mañana,
flores nuevas se abren en el yermo, los jardines, las escombreras,
todo lo vivo es tu séquito, como ante todos los ojos convocas,
don de dones, el despliegue de tus cielos
los inmensos y diminutos espacios de nuestra tierra, a cada cual el todo,
y hoy aún vuelvo a recibir de tu tesoro inagotable
de luz, esta habitación, este verde jardín, mi ilimitado universo.
3
Sol ancestral, ¿te acuerdas de nosotros,
hijos de la luz, contemplándote con ojos vivos?
¿Nosotros como tú, tú como nosotros? Parece
que nos miras desde lo alto con vivo rostro:
quién soy yo que veo tu luz sino la luz que veo,
detenida un instante en la forma que me cubre, tu destello.
He estado en la orilla de muchos mares,
de lagos y ríos, y sobre las aguas siempre,
por esas simas abisales del miedo
tu senda dorada ha llegado hasta mí
que no soy sino una entre todos los que se van y vuelven.
Sol cegador, con tu corona de llamas, tus socavones de fuego,
Presencia, imponente teofanía,
¿estoy en ti, estás tú en mí,
centro infinito de tu ilimitado reino
donde la muchedumbre canta Santo, Santo, Santo [9]?
¿Entras en lo oscuro, o soy yo?
4
No es que la luz sea santa, sino que lo santo es la luz:
Solamente viendo, siendo, conocemos,
extasiados, sin aliento, arrobamiento del corazón.
Ni el microscopio ni el telescopio pueden descubrir
lo inmensurable: no en lo visto sino en el que ve
epifanía de lo rutinario.
Un jacinto en un vaso era, sobre mi mesa de trabajo,
ante mis ojos se abrió allende la belleza el flujo vivo, puro de la luz.
“Soy yo,” supe entonces, “yo soy esa flor, esa luz soy yo,
el que ve y lo visto a un tiempo.” [10]
Lejos en el pasado, mas para siempre; pues nadie puede des-conocer
el Paraíso nativo en cada brizna de hierba,
guijarro, y partícula de polvo, inmaculado.
“Así ha sido y será siempre,” supe entonces,
ni la inmundicia, ni la violencia, ni nuestra propia ignorancia
pueden profanar ese manantial sagrado:
¿Por qué iba yo, una entre la muchedumbre innúmera de la luz,
a temer en mi desaparición ser lo que por siempre es?
I HAD MEANT TO WRITE...
I had meant to write a different poem,
But, pausing for a moment in my unweeded garden,
Noticed, all at once, paradise descending in the morning sun
Filtered through leaves,
Enlightening the meagre London ground, touching with green
Transparency the cells of life.
The blackbird hopped down, robin and sparrow came,
And the thrush, whose nest is hidden
Somewhere, it must be, among invading buildings
Whose walls close in,
But for the garden birds inexhaustible living waters
Fill a stone basin from a garden hose.
I think, it will soon be time
To return to the house, to the day’s occupation,
But here, time neither comes nor goes.
The birds do not hurry away, their day
Neither begins nor ends.
Why can I not stay? Why leave
Here, where it is always,
And time leads only away
From this hidden ever-present simple place.
(De The Presence (1987), p. 285)
TO THE SUN
1
Sun, great giver of all that is,
Once more I return from dream to your times and places
As geese wing over London in this morning’s dawn
Before the human city invades your immaculate spaces.
Sun, greatest of givers, your speeding rays
Weave again familiar quotidian things, epiphanies
Of trees, leaves, wings, jewelled rain, shining wonders.
Your golden mask covers the unknown
Presence of the awakener of all eyes
On whose blinding darkness none can gaze.
Clouds and hills and gardens and forests and seas,
High-rise buildings, dust and ordure, derelict and broken things
Receive alike from holiest, purest source
Meaning and being, messages each morning brings
To this threshold where I am.
Old, I marvel that I have been, have seen
Your everything and nothing realm, all-giving sun.
2
How address you, greatest of givers,
God, angel, these words served once, but no longer
Apollo’s chariot or Surya’s horses imaged in stone
Of Konarak, glorious metaphor of the advancing power
Of the unwearied sun from the eternal East. My time
Has other symbols, speeding light waves, light-years, rays
Cycling for ever the boundless sphere of space,
Vast emptiness of what is or is not,
Unsolid matter’s equivocal seeming-
Science only another grandiose myth we have dreamed,
Ptolemaic or Copernican, or Einstein’s paradigm
Less real than those magnificent stone horses
As light triumphs over darkness for yet one more day.
But no myth, as before our eyes you are, or seem!
In your numinous glory I have seen you rise
From beyond the Farne Isles casting your brilliance
Over cold northern seas, or over the seas of Greece,
Have seen your great rim rising from India’s ocean.
As you circle the earth birds sing your approach each morning,
New flowers open in wilderness, gardens, waste-places,
All life your retinue, as before all eyes you summon,
Greatest of givers, your heavens outspread
Our earth’s vast and minute spaces, to each the whole,
And today I receive yet again from your inexhaustible treasury
Of light, this room, this green garden, my boundless universe.
3
Ancestral sun, do you remember us,
Children of light, who behold you with living eyes?
Are we as you, are you as we? It seems
As if you look down on us with living face:
Who am I who see your light but the light I see,
Held for a moment in the form I wear, your beams.
I have stood on shores of many seas,
Of lakes and rivers, and always over the waters,
Across those drowning gulfs of fear
Your golden path has come to me
Who am but one among all who depart and return.
Blinding sun, with your corona of flames, your chasms of fire,
Presence, terrible theophany,
Am I in you, are you in me,
Infinite centre of your unbounded realm
Whose multitudes sing Holy, Holy, Holy?
Do you go into the dark, or I?
4
Not that light is holy, but that the holy is the light-
Only by seeing, by being, we know,
Rapt, breath stilled, bliss of the heart.
No microscope nor telescope can discover
The immeasurable: not in the seen but in the seer
Epiphany of the commonplace.
A hyacinth in a glass it was, on my working-table,
Before my eyes opened beyond beauty light’s pure living flow.
“It is I,” I knew, “I am that flower, that light is I,
“Both seer and sight.”
Long ago, but for ever; for none can un-know
Native Paradise in every blade of grass,
Pebble, and particle of dust, immaculate.
“It has been so and will be always,” I knew,
No foulness, violence, ignorance of ours
Can defile that sacred source:
Why should I, one of light’s innumerable multitude,
Fear in my unbecoming to be what for ever is?
Adolfo Gómez Tomé
I’ve read all the books but one
Only remains sacred, this
Volume of wonders, open
Always before my eyes.
KATHLEEN RAINE
Cuando uno lee la poesía de Kathleen Raine (Londres, 1908-Londres, 2003) no tiene más remedio que reconocer –con asombro no exento de consuelo- que esta poetisa visionaria es una esperanzadora “rara avis” en el panorama poético occidental actual. “Rara” no sólo por la calidad indiscutible de su arte, sino –y sobre todo- por el alejamiento ¿consciente?, ¿inevitable? de los temas y las formas del grueso de la poesía europea moderna. Manteniéndose siempre al margen de las nuevas tendencias literarias que durante todo el siglo XX fueron brotando como setas sobre un bosque, en ocasiones, confuso y perdidizo, Kathleen consigue preservar durante toda su vida una independencia y una voz íntima deudora de una Tradición Poética con mayúsculas, aquella que bebía de las aguas claras de la trascendencia, del misterio ontológico encarnado en la naturaleza, aquella que creía en el “anima mundi” y nos hablaba de todo esto con palabras sencillas y limpias, no corrompidas por el aliento oscuro del materialismo.
Cuando uno lee, luego, los tres tomos de su autobiografía[11] terminada en 1977, se da cuenta –con admiración- de hasta qué punto y con qué inconcebible armonía vida y obra pueden ser una misma cosa, honestidad de honestidades; e, inevitablemente, su palabra, aquella que habíamos escuchado en sus poemas, se preña de una luz que la libera de equívocos o confusiones, mostrándola –estemos o no de acuerdo con ella- transparente, certera.
Cuando, finalmente, el lector, este lector, descubre –con pasmo- que Kathleen Raine es prácticamente desconocida en España, mientras que otros escritores extranjeros de un calado mucho menos profundo abundan en los mostradores de las librerías, el lector, este lector comienza a entender algunas cosas.
Kathleen Jessie Raine murió un asfixiante domingo siete de julio del año 2003, en Londres, la misma ciudad que la vio nacer. En fidelidad a su austera y callada forma de vivir, no se informó de la causa de su muerte, ni se anunciaron detalles del funeral. Cuando en los últimos años, en su apartamento de Paulton’s Square, Chelsea (antiguo barrio de artistas), donde vivía con extremada sencillez, se le preguntaba cómo desearía que la gente la recordara, respondía que, a decir verdad, preferiría no ser recordada; o en todo caso que se hicieran suyas las palabras de Blake: “Que en tiempos turbulentos, mantuve la visión divina”; luego le explicaba al periodista de turno que más valía ser un boquerón en ese “verdadero océano” que un pez gordo en una charca literaria.
A esa “visión divina” Kathleen la llama también (parafraseando el “un no sé qué que quedan balbuciendo” de su admirado Juan de la Cruz) “saber del no saber”, última certeza que uno puede tener al final de sus días, la certeza del Misterio en sí, único al que podemos confiar nuestro misterio. Encontrarnos cara a cara con este Misterio -sigue abundando- es el auténtico drama de nuestra alma, el drama de la vida misma, ese que nos hace (y aquí apela a Platón, a Yeats, a Jung) convocar y unirnos a ese principio más elevado llamado Daimon. Si no somos capaces de realizar este Viaje Interior, la poesía y la vida son corrompidas y devastadas. Y es que Raine, al final, llega al convencimiento (como canta en el poema aquí traducido “Mensaje desde casa” y llevada de la mano de Salomón, Platón, Bacon y tantos otros) de que el conocimiento es innato, de que cada reconocimiento es como un recuerdo de algo que siempre hemos sabido y que siempre ha estado dentro de nosotros, convirtiéndose así el proceso de aprendizaje más en una exclusión, quitar capas, que en una adquisición: la anamnesis platónica.
La senda que hay que seguir en este Viaje de vuelta hacia Edén no es otra que la de la Imaginación de Blake (“Una sola fuerza hace al poeta: la imaginación, la visión divina”), donde sólo lo mental es real. Kathleen luchó todos sus días para dilucidar la sabiduría sacramental de la imaginación, esa sabiduría inherente a la realidad, inmanente en la naturaleza y en el intelecto, que el poeta, cuando es más verdaderamente “original”, sólo deja al descubierto o recuerda. Esta gnosis simbólica, “virginal en forma y belleza”, en la que “la realidad interior y exterior son una sola, el mundo en armonía con la imaginación”, es, así lo cree Raine, el estado natural y original de la humanidad. Es el Paraíso Terrestre o Edén, que cada uno debe recuperar o echar a perder, pero que una vez restaurado se convierte en puro gozo, en ciencia y poesía verdaderas.
Todo esto arraigó de una forma definitiva en su sentir cuando a sus setenta años visitó por primera vez la India, calificándola a su vuelta de única civilización viva verdadera. Poco después fundaría y editaría en Londres Temenos (en griego, área sagrada alrededor de un templo), academia y revista de las artes y lo imaginario, que estudiaba cómo la filosofía y las artes combinan con la religión. Surgió en una década, la de los 80, que representaba (y aún hoy seguimos arrastrándolo dolorosamente) todo lo que Temenos denostaba: la secularización, el materialismo y el uso de la cultura y la prensa con fines demagógicos.
La poesía de Kathleen Raine se había hecho profética y universal, abandonando poco a poco los temas amorosos y personales que aparecían en sus anteriores creaciones. Este cambio vino precipitado, sin duda, por una profunda sensación que Kathleen tenía de haber fallado estrepitosamente en el manejo de su vida personal; reconocía, con cierto sentimiento de culpa, nunca haberse sentido en casa en el ámbito doméstico, “como si estuviera viviendo el sueño de otro”. Luego confesaría en sus Autobiographies:
Dios sabe los momentos de nostalgia que he tenido añorando ese dulce paraíso perdido del amor entre hombre y mujer, los lazos naturales de la familia; pero de esas relaciones, como ha sido suficientemente probado, yo era incapaz.[12]
Primero se casaría sin ninguna fe con el futuro crítico literario Hugo Sykes Davis, del que se divorció al poco tiempo; posteriormente se escaparía con Charles Magde (poeta y sociólogo), con quien tuvo dos hijos, y a quien luego dejó, atrapada un una pasión sensual por otro hombre (“Alastair” lo llama) que nunca mostró interés por ella. Su último y extraño amor con el homosexual Gavin Maxwell, aristócrata escocés y uno de los primeros ecólogos experimentales, fue sin duda el más traumático y el que más golpearía el sentir ya magullado de Kathleen: lo que empezó como un amor platónico e idílico nutrido del paisaje epifánico de la Islas Hébridas, terminó con la muerte de la adorada nutria Mijbil (que Gavin había traído del Éufrates) por un descuido de Kathleen; este hecho nimio (desde nuestra particular percepción de la realidad) sembró su paraíso de remordimientos y desconfianzas que hicieron que la relación se enrareciera y que Maxwell, no pudiendo soportar más la pasión de Kathleen, la abandonara en 1956. Nuestra poeta entró entonces en un círculo de agonía, maldición y culpa del que le costó mucho tiempo salir; se vio a sí misma desposeída de amor y destructora de otras vidas (“Siendo lo que soy / ¿qué puedo hacer sino el mal?”). Su única defensa ante todo lo sucedido, se le ocurrió, fue renunciar a las emociones personales.
Continuamos nuestro camino hacia el origen y nos encontramos, a principios de los años 30, a una Kathleen sumergida en el mundillo cultural y científico de su College de Cambridge. Los primeros años los vivió como una liberación de la asfixiante presión parental que había sufrido durante años. Había decidido estudiar Ciencias Naturales y Psicología; y, paradójicamente, fueron el estudio, la investigación científica, los que despertaron definitivamente en ella el prurito de la creación poética: confiesa en sus memorias que fue más poeta que nunca como una anónima estudiante de ciencias naturales que entre los propios poetas de Cambridge. Allí, en el laboratorio, su experiencia –sin que nadie lo sospechara- era a la vez estética y mágica:
Esos ciclos de la vida y sus transformaciones, la embriología y la morfología, esa condensación de la fuerza hacia la forma que produce la naturaleza sensible, constituía un mundo armonioso de forma cargada de sentido.[13]
En el polo opuesto se encontraba el Cambridge academicista y elitista, que también consiguió hacer mella, en cierto modo, en el espíritu ávido de Kathleen Raine. Al final de sus días admitía sentir vergüenza por haber caído en el nihilismo, el ateísmo y la erudición de los que se jactaba esta Universidad. Y es que Raine nunca encajó dentro del rol académico y casi siempre trabajó por su propia cuenta, o, como ella nos dice, por mor de un bien más elevado; entendiendo el conocimiento escolástico como un medio para un fin, nunca como un fin en sí mismo.
Esta dicotomía entre lo mágico y lo académico, entre el conocimiento Imaginativo y el conocimiento racional, había sido alimentada por la doble influencia que había recibido de sus padres cuando niña (y aquí llegamos al final de nuestro viaje, al Principio de todo, al Edén recuperado): Kathleen Jessie Raine, hija de George, profesor de inglés y predicador metodista, hombre pragmático, de altas exigencias académicas y de rígidas convicciones morales, sociales y religiosas, que prohibió y frustró, por la autoridad que le concedía su calidad de padre, las dos primeras relaciones sentimentales de adolescencia que tuvo Kathleen. Sólo al final de su vida –cuando ya era demasiado tarde- consiguió perdonarlo y comprender la profundidad de su amor. Kathleen Jessie Raine, hija de Jessie, madre escocesa que anotaba los poemas de Kathleen antes de que esta pudiera sostener un lápiz, y a quien debe su felicidad de la infancia. Madre poética, madre liberadora, que convocaba a su hija para desarrollar sus propios sueños, sus dones ocultos, su amordazada capacidad imaginativa.
A los siete años, la pequeña Kathie, ante la brutal amenaza de la Primera Guerra Mundial, fue enviada por sus padres lejos de Londres, a Northumberland, cerca de la frontera con Escocia. Allí vivía con su tía materna Peggy, en una solitaria y modesta residencia eclesiástica llamada Manse, en una casa de piedra rodeada de un jardín al abrigo de las hayas. A este lugar lo llamó Kathleen su centro, y aquí, en estos páramos bordados de lavanda y brezo, de los huesos blanquecinos de los corderos, halló las claves de su, a la postre, larga existencia.
...Pero era en el camino de vuelta a casa a solas cuando estaba más acompañada, cuando estaba más cerca del ser de seres que yo amaba: la naturaleza [...] Sola, el viento soplaba a través de mi pelo y de mi corazón, y cada piedra, cada tarabilla, cada flor de eufrasia o de tomillo, el helecho polipodio, las nubes a lo lejos sobre el páramo, eran parte de mí misma. Estar con otra gente, incluso con mi mejor amiga, significaba ser reducida a la estatura de una niñita con trenzas color pardo y una diadema de terciopelo. Sola, yo era toda la tierra, hasta el horizonte y hasta las profundidades del cielo. Nada me faltaba, no deseaba otra cosa que estar para siempre en ese lugar del mundo entero que era mío; ahí conocí –dudo que lo esté inventando en retrospectiva- la felicidad perfecta. Sabía que estaba donde sólo yo deseaba estar. No fue por voluntad propia que el tiempo pasara, y me arrancara de mis tempranas y humildes raíces.[14]
De todo esto ya sólo queda su palabra, una palabra liberada de la cautividad y el exilio en los que, a menudo, vive hoy en día. Escuchémosla.
1 Todos los poemas originales en inglés traducidos en esta antología están sacados de The Collected Poems of Kathleen Raine, Washington D.C., U.S.A., Golgonooza Press, Counterpoint, 2001. La paginación indicada al final de cada poema corresponde siempre a esta edición.
2 Rain stone (piedra de lluvia): piedra usada en ritos mágicos con el fin de traer la lluvia.
3 La autora utiliza el término escocés kirk en lugar del común inglés church en una clara referencia a Escocia, al paisaje de sus ancestros maternos, a lo que ella llamó en sus Memorias su “tierra legendaria”, su “Edén”.
4 Thistles (cardos): Emblema nacional de Escocia.
5 Tanto en este poema como en el siguiente, “La hoja” (“The Leaf”), el tú (you) al que se dirige Kathleen es, con toda probabilidad, su propia madre (Jessie Wilkie, 1880-1973), a quien está dedicado el poema “The Oval Protrait” que da título al libro.
6 Selección de nuevos poemas posteriores al año 1992 y poemas no recogidos en sus libros.
7 Konarak: Templo del Sol (también llamado Pagoda Negra) situado en el estado de Orissa (India), en el Golfo de Bengala. Aquí está representada en piedra Surya, deidad solar hinduista, con su carroza de siete caballos. Recuerdo, sin duda, del viaje que a los 70 años hizo Kathleen a la India, calificándola a su vuelta de única civilización viva verdadera.
8 Islas cerca de la costa del Northumberland (Inglaterra) de su infancia, lugar al que ella llamó su paraíso, su centro.
9 Alusión directa a A Vision of the Last Judgement (Una Visión del Juicio Final ) de William Blake, su maestro: “When the Sun rises, do you not see a round Disk of fire somewhat like a Guinea?” O no no, I see an Innumerable company of the Heavenly host crying “Holy Holy Holy is the Lord God Almighty.” (The Norton Anthology of English Literature, Fifth Edition, U.S.A., W.W. Norton & Company, 1987, pág. 1367): “Cuando el Sol sale, ¿no ves un Disco redondo de fuego similar a una Guinea?” Oh no, yo veo un cortejo Innumerable de huestes Celestiales exclamando “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios Todopoderoso.” (Traducción propia).
10 Esta experiencia epifánica de la autora ocurrida hacia el año 40 es narrada pormenorizadamente en sus Autobiographies, op. cit., pág. 195: Yo y la planta éramos una, indistinguibles [...] No percibía la flor sino que la vivía [...] Esta totalidad... inspiraba un sentido de inmaculada santidad [...] Nunca antes había experimentado algo parecido, ni lo hice desde entonces con la misma intensidad.
11 Kathleen Raine, Autobiographies, London, Skoob Books Publishing, 1991. El primero de estos tomos ha sido publicado por primera vez en español en la Editorial Renacimiento: Kathleen Raine, Adiós, prados felices, Sevilla, Renacimiento, 2013. Traducción de Natalia Carbajosa y Adolfo Gómez Tomé.
12 Kathleen Raine, Autobiographies, London, Skoob Books Publishing, 1991, pág. 165.
13 Ibíd., pág. 132.
14 Ibíd., págs. 30-31.
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Adolfo Gómez Tomé (Mirabel, Cáceres, 1969)
Licenciado en Filología Hispánica e Inglesa por la Universidad de Salamanca, estudió dos años literatura en la Universidad escocesa de Saint Andrews, posteriormente pasaría un año como lector en la ciudad de York (Inglaterra). Ha sido monitor del “Taller de Poesía y Relato” de Llerena (Badajoz) organizado por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, Aupex y la Asociación de Escritores Extremeños (AEEX), a la cual pertenece. Durante el bienio 2004-06 ha sido co-director del Aula Literaria-Seminario Humanístico de Zafra que organiza la AEEX. En la actualidad vive en Plasencia (Cáceres) y es profesor en el Instituto de Educación Secundaria “Valle del Jerte” (Plasencia).
Ha publicado una decena de relatos en antologías y publicaciones nacionales, algunos de ellos habiendo resultado premiados en certámenes literarios. En el 2001 Ediciones Nostrum editó su primera novela, La Gallina Ciega ( Premio de novela corta “Casino de Lorca” 2000 ). Interesado también por la traducción, en el 2008 aparece, en Ediciones Tres Fronteras, su traducción de la antología poética bilingüe Poesía y Naturaleza de la autora inglesa Kathleen Raine; también ha realizado traducciones de poemas sueltos para revistas literarias como “Clarín”, “A Rama no Aire” y “El coloquio de los perros”. En el 2010 se publica, en la Editora Regional de Extremadura, su libro de relatos Naufragios, ilustrados por el pintor Lluvia Buijs. Finalmente, en junio de 2013 sale a la luz, de la mano de la Editorial Renacimiento, su traducción al español (en colaboración con Natalia Carbajosa) de las Memorias de Kathleen Raine, Adiós, prados felices.