A los terciarios del Patriarca San Francisco
el último y más inútil de sus hermanos
PREDICANDO A LOS PÁJAROS
Va el apóstol del amor
por una selva de Italia;
el amor que por Jesús siente
ya no le cabe en el alma.
A los ríos y a las flores de él les habla
y a los pinos y a los robles abraza.
Es serafín desterrado
que del cielo siente añoranza.
Cantando alegremente
los pajarillos le acompañan;
los que trajinan por el bosque
vuelan de rama en rama;
los que aletean por el cielo
atentos detienen su vuelo.
Francisco quiere predicarles,
y bajo un roble se para.
Unos se posan sobre la hierba,
otros sobre las matas,
los más queridos de todos
en sus hombros y rodillas;
hay uno en cada brizna,
una nube en cada árbol.
— Avecillas hermanas — les dice —
¡cuánto os ama el Creador!
Sin hacer siembra ni siega
tenéis siempre en vuestra mesa
de la humilde hierba el grano,
de la fuente gotas de agua,
si en el cáliz de una flor
no queréis beber rocío.
Como no sabéis coser ni hilar,
Dios os viste y Dios os calza;
vuestro calzado y vestido
valen más que oro y plata.
Os da un brote como lecho,
una hoja por tejado,
gentiles boscajes por nido,
cielo y tierra como jaula.
Avecillas, mis hermanas,
¡cuánto os ama el Creador!
Amadlo vosotras bien,
que con amor, amor se paga;
cantadle al anochecer,
cantadle en la alborada
del amor el dulce canto
que los hombres olvidaron! —
Predicando así a las aves
San Francisco se extasiaba.
Y ellas, en reverencia,
sus lindas cabecitas abaten;
la golondrina estira el cuello,
la perdiz extiende el ala,
alzando hacia el sol los ojos
abre el pico la calandria,
el pardillo galantea,
brinca la cogujada,
levantando y agachando
su casulla franciscana.
Cuando el santo los bendice,
suspiros de amor exhalan
y un divino ruiseñor
lo preludia con su arpa.
Del sagrado signo que dibuja
las aves toman la forma,
vuelan al cielo cantando
como una cruz que se ensancha
de levante hacia poniente,
del norte hacia el mediodía.
Así la cruz de Jesús,
que el mártir del amor abraza,
llevarán por todo el mundo
los hijos de la Orden Seráfica,
que, pobres como los pájaros,
ya entonan por montes y llanos
del amor el dulce canto
que los hombres olvidaron.
LAS TÓRTOLAS
Saliendo de Roma un día
el patriarca de Asís
ve venir un muchachito
que unas tórtolas llevaba,
ataditas con un hilo
por las alas y las patas.
Cuando así las ve amarradas
en su alma se acongoja:
— Hermanitas de mi corazón,
cómo sois tan hermosas!
de torcaz tenéis aliento,
pies de paloma —
— Muchacho, bello muchacho,
¿dónde las llevas? —
— A un pajarero romano
que me las compra —
— ¿Para qué las quiere el pajarero,
tan pequeñitas?
— Las tendrá en un alcahaz,
si no las despluma.
— Muchacho, bello muchacho,
hazme caridad:
yo les daré la libertad
que tan dulce les resulta.
El zagal es compasivo,
y le da el nido,
y a las tórtolas tomando,
él las arrulla,
mientras las va poniendo
en su manga y en su pecho.
— Hermanitas, — va diciendo
tórtolas hermanas,
¿cómo habéis sido tan simples
de dejaros atrapar?
Mas, venid a mi convento,
allí seréis hospedadas:
cuando cante cada día
los maitines y las horas,
con mis salmos mezclaréis
místicas trovas,
y a la par loanza haremos
al Dios de los pobres.—
Cuando llegan al convento
la noche ya se acerca;
clava su bastón en tierra
junto a la puerta.
El bastón, que era una vara
de un tocón arrancada,
por milagro en una noche
se transforma en una encina:
hasta el centro de la tierra
profunda su raigambre,
mientras alza hacia los cielos
la sombra de su ramaje,
del alegre monasterio
real corona.
Al salir el santo al nuevo día,
antes del alba,
a las tórtolas un nido
les ofrece la encina.
San Francisco ora debajo
los maitines y las horas,
San Francisco a sus pies reza,
y las tórtolas encima,
y se mezcla con los trinos
suave salmodia,
como a voces de violín,
voces de viola.
Asomando al mirador
de la alta Gloria,
entre el seráfico enjambre,
Dios los escucha.
PREDICANT ALS AUCELLS
Va l'Apòstol de l'amor
per una selva d’Itàlia;
l'amor que sent per Jesús
ja no cap dins la seva ànima.
Ne parla als rius i a les flors,
i pins i roures abraça.
És desterrat Serafí
que del cel sent enyorança.
D'alegría tot cantant
los aucellels l'acompanyen;
los que trastegen pel bosc
voleien de branca en branca;
los que volen per lo cel
paren atents la volada.
Francesc los vol predicar,
sota un roure s’aturava.
Sobre l'herba es posen uns,
los altres sobre les mates,
los més estimats de tots
damunt sos genolls i espatlla;
cada bri d'herba en porta un,
cada arbre una nuvolada.
— Germanets aucellets, — los diu, —
lo Criador quant vos ama!
Sense sembrar ni segar
teniu sempre en vostra taula
la llavor d'herbeta humil,
de la font la gota d'aigua,
si en lo calze d'una flor
no voleu beure rosada.
Com no fileu ni cosiu,
Déu vos vesteix i vos calça:
vostre vestit i calçat
valen més que d'or i plata.
Vos dóna per llit un brot.
una fulla per teulada,
gentils boscúries per niu,
Io cel i terra per gàbia.
Aucellets, los meus germans.
lo Criador quant vos ama!
Ameu-lo, vosaltres, bé,
que amor ab amor se paga:
canten-li a entrada de fosc.
canten-li a l'hora de l’alba
d'amor la dolça cançó
que els homes han oblidada! —
Tot predicant als aucells
Sant Francesc s'extasiava.
Ells, per fer-li reverència,
sos jolius capets abaixen:
l’aureneta catira el coll,
la perdiu estira l’ala.
alçant los ulls cap al sol
obre son bec la calàndria,
fa l'aleta el passerell,
saltirons la cogullada,
fent pujar i fent baixar
sa cogulla franciscana.
Quan Francesc los beneeix.
un sospir d'amor exhalen
i algun divi rossinyol
preludia ab la seva arpa.
Del signe sagrat que fa
pren la forma l'aucellada.
que cantant se'n vola al cel
com una creu que s'hi eixampla
de llevant cap a ponent,
de migdia a tramuntana.
Així la creu de Jesús,
que el Màrtir d’amor abraça.
serà duita a tot lo món
pels fils de l'Ordre Seràfica.
Que, pobres com los aucells.
ja entonen per monts i planes
d'amor la dolça cançó
que els homes han oblidada.
LES TÓRTORES
La patriarca d'Assís,
sortint de Roma,
veu venir un infantó
que hi duia tórtores,
lligadetes ab un fil
d’ales i potes.
Llígadetes quan les veu,
tot s’acongoixa:
— Germanetes del meu cor,
que en son d’hcrmoses!
de tudó l'alè teniu,
peus de coloma.
lnfantó, bell infantó,
doncs on les portes?
— A un aucellaire romà
que me les compra.
— ¿L'aucellaire què en vol fer,
tan petitones?
— Les tindrà en un gabial
si no les ploma.
— Infantó, bell infantó,
fes-me'n almoina:
jo els daré la llibertat
que els és tan dolça. —
Lo noiet és compassiu,
lo niu li dóna,
i les tórtores copsant
ell les amoixa,
en sa mànega i son pit
mentre les posa.
-Germanets, — va dient, —
germanes tórtores.
de deixar-vos agafar
com sou tan totxes?
Mes, veniu al meu convent,
sereu mes hostes:
quan jo cante cada jorn
matines i hores,
a mos psalms barrejareu
místiques trobes.
i llorarem tots plegats
al Déu dels pobres. —
Quan arriben al convent
la nit s'acosta;
clava en terra son bastó
prop de la porta.
Lo bastó, que era un vergàs
pres a una soca,
per miracle en una nit
alzina es torna:
de la terra fins al cor
arrels enfonsa,
mentre puja cap al cel
brancada ombrosa,
de l'alegre monestir
real corona.
L'endemà, al sortir lo sant
ans que l'aurora.
A les tórtores per niu
l'alzina dóna.
Sant Francesc resa davall
matines i hores,
Sant Francesc les resa al peu.
damunt les tórtores,
i es barreja als refilets
suau psalmòdia,
com a veus de violí,
veus de viola.
Mig sortint al mirador
de l’alta Glòria.
entre eixams de Serafins
Déu los escolta.
Presentación
Por Jacint Verdaguer
La cui mirabil vita
meglio in gloria del Ciel se cantarebbe.
(Dante, C.II)
Yo no sé si la ciudad de Vic, recostada en los Pirineos, tiene alguna semejanza con Asís, mal asentada a los pies del Monte Subasio, y más alejada de Roma que Vic de la capital de Cataluña. Mas es bien seguro que al venir aquí San Francisco, aquel retiro era más atisbador. Quizá le cautivaron el clima y la vegetación, que no son los de alta montaña ni los de la marina; quizá la sencillez, el aire del terruño y sobre todo la profunda y bien arraigada fe de sus campesinos. Lo cierto es que la tradición, que es la memoria de los parajes, nos lo pinta predicando de día en la ciudad y al atardecer buscando la soledad entre los árboles junto al camino de Roda y languideciendo de amor a su sombra. La autora de San Francisco - que es la que más y mejor ha escrito sobre el Santo de todos los escritores españoles de nuestros días - coloca esa tradición al comienzo de su libro, por su hermosura y aroma sagrado, entre las muchas que nos quedan como adorables huellas de su itinerario por España. Su frescura y su exquisita belleza me inspiraron un idilio, luego premiado en los Juegos Florales, que fue uno de mis primeros ensayos para abrir los ojos al mundo de la inspiración y a la rama de la poesía que más place a mi alma.
La fuente de San Francisco mana abundantemente y sin secarse nunca, y lo afirmo con gozo, en el término de mi pueblo natal y no muy lejos del camino que yo hacía, siendo estudiante, desde casa de mis padres al Seminario; y ya de pequeño me salía de éste para ir a beber de su agua, que me parecía más fresca y dulce que la de las otras fuentes, como si tuviera algo más. Allí, sentado en el margen herboso, al pie del chorro del agua, bajo los robles que le dan sombra, giraba los ojos hacia la capilla humilde de Sant Francesc s’hi moria, y creía ver aparecer allí aquella divina figura que, agradable y amorosa, conversaba con las bestezuelas de la tierra y con las aves del cielo. Me atraía irresistiblemente su fisonomía toda celestial, que siete centurias no se cansaron de mirar; su aire vivo y despierto, su estatura delicada y bien favorecida, su cara fina y sonriente, su frente espaciosa y sus ojos medio ciegos de llorar la Pasión de Jesucristo. Me lo figuraba tambaleándose ebrio de amor de Dios, con pies y manos sellados por maravillosos estigmas, y cómo manaba de su corazón, abierto como la lanza de Longino, una fuente de sangre roja y calor divino, que inundaba como una lluvia de primavera mi querida tierra. Yo me acercaba a aquella divina aparición y a cada paso me sentía más enamorado y cautivado.
Allí me planteé descalzarme detrás suyo y ceñirme la cuerda seráfica; y como entonces no había hermanos Menores en España, resolví ir a buscarlos en los conventos de la América Española, para lo cual, ya con un pie en el estribo, estaba examinado y admitido, y hasta tenía la licencia de mi buena madre, arrancada con lagrimas del corazón; pero no tuve la de Nuestro Señor, pues el confesor no me dejó partir por no haber cumplido aún dieciséis años. No siendo merecedor de contarme entre los hijos de la primera Orden, me hice terciario, y habiéndome llegado a la vez la vocación franciscana y la vocación poética, quise seguir ambas haciéndome su trovador. Allí, entre aquellos campos y robledos, paseando de la fuente a la ermita y de la ermita a la fuente, recogí las primeras flores de este pobre ramillete: el San Francisco predicando a los pájaros, sus Desposorios con la pobreza, la Impresión de las Llagas, poesía que ha sido sustituida por otra, más propia de este paisaje, que es a la vez el Tabor y el Gólgota de su vida, y algunos otros romances inéditos hasta hoy, con la idea de hacer un pequeño romancero. Como un sueño hace olvidar a otro, y mi entendimiento no es de los que producen más de una cosecha al año, nuevos proyectos literarios me lo sacaron de la cabeza y esperó para rebrotar al momento de su sazón y días más halagüeños.
Pues para mí no lo eran demasiado los primeros días de aquel año, sino que como días invernales, eran nublados y borrascosos, y negro preludio de la tormenta que se me acercaba; pero me acordé de estas notas olvidadas, no tanto por distraerme del frío que hacía y aprovechar el tiempo, como por tratar de ver de más cerca y tomar el consejo del Apóstol del amor y del Evangelista de la pobreza y del menosprecio de sí mismo, que en los principios de lo que él llamó su conversión, fue desheredado por su padre, traicionado por su mismo hermano, reprendido y escupido por sus amigos, y perseguido a pedradas y a puñados de barro por los muchachos de la calle, como un hombre insensato; y, por último, combatiendo la falsa sabiduría del mundo con la locura de la Cruz, la copió tan bien en su alma, que mereció llevar su imagen en su cuerpo. Como refrigerio y bálsamo curativo para mis heridas, el Santo no tardó en enviarme alguna gotita de inspiración.
Los romances comenzados en la primavera de mi vida se acabaron y hallaron el final de sus últimos versos; algunas notas que tenía en el aire encontraron su forma en poesía rimada o sin rimar: la obra se fue ensanchando y redondeando y, eso sí, lo que había nacido como un romancero, se tornó modesto poema o como se quiera llamar a esta sarta de poemas franciscanos. ¡Dichoso de mí y bien nacido si estos sencillos cuadros en verso tuvieran alguna lejana retirada a los de la valiosa galería que por los claustros del grande y malogrado convento del Dormitorio de San Francisco pintó nuestro Viladomat a principios del siglo pasado!
Volviendo a la capilla de Sant Francesc s’hi moria, la idea de que lo más dulce y poético de los santos, que es a la vez lo más dulce y santo de los poetas, se rehiciera y retornara de su amoroso desmayo con el agua de una fuente de nuestra tierra, me ha hecho fantasear lleno de gozo muchas veces, y preguntarme a mí mismo: ¿Quién sabe si de esta fuente, bendecida por el Extático de Asís, bebió algo más que un trago de agua el extático vicense Sant Miquel dels Sants, quien imitándole cuatro siglos después, se revolcó medio desnudo sobre unos espinos, allá a la vista, a este lado de Vic, bajo el llamado Monte de los Judíos? ¿Quién sabe si allí, con tan inestimables recuerdos, bebió la inspiración de aquellas octavas castellanas que tan alto sitúa nuestro critico Menéndez y Pelayo, cerca de los dictados de Ramón Llull y de Santa Teresa? ¿Quién sabe si de este Pozo, en alguna medida, brota la poesía mística que en este Llano y en toda Cataluña ha tenido un florecimiento sin igual en nuestros días? ¿Quién sabe si en este Pozo de vida bebe algún chorro de la fuente del espíritu este paraje montaraz, que, cerrando sus puertas a los vientos de la duda y la incredulidad que soplan de todos lados, sigue siendo creyente y cristiano y digno guardador de tan divinas semillas?
Esta fuente cuyas aguas manan en el corazón del Llano de Vic, este Pozo de vida en el que espejea el cielo de nuestra patria, es para mi otro símbolo hermosísimo del alma de San Francisco, abierta a todos los hombres, donde la sociedad actual, que muere decaída y marchita, encontraría, si viniera a beber, las dulces y verdaderas aguas de la vida y la medicina para sus males, ya que, rezumando de sus Cinco Llagas, está colmada de Jesucristo, y Jesucristo es, como lo fue y será siempre, el único remedio, el camino, la verdad y la vida de la humanidad enferma.
1895.
Jacint Verdaguer (Folgueroles, 1845 - Barcelona, 1902)
sacerdote y poeta español en lengua catalana. Cursó estudios en el seminario de Vic y se ordenó en 1870. El éxito en los Jocs Florals de 1865 lo convirtió en una figura popular. Muy importante es su composición épica L’Atlàntida, premiada en los Jocs Florals de 1877. Siguieron más tarde los Idil·lis i cants místics (1879), y en 1883 compuso con acierto Victorhuguesco la Oda a Barcelona. Dos años después concluyó el poema Canigó, nueva tentativa épica con amalgama de lo lírico y a lo descriptivo. Víctima de intrigas no esclarecidas entre 1893 y 1895, fue más tarde restablecido en su anterior posición personal y a su muerte se le tributó un gran homenaje. De los libros de sus últimos años cabe destacar Flors del Calvari (1896).
Es figura representativa de la época de la Restauración y uno de los mayores poetas que haya producido la literatura catalana.
Christian T. Arjona (Barcelona, 1977)
es poeta y traductor, licenciado en filosofía y doctor en Literatura Hispánica. Ha sido premiado en numerosos certámenes de poesía y es autor de los siguientes libros: El Atrapasueños. Poemas de la mañana 1998 – 2006 (2017), Lienzos (2016), El libro de los alfabetos (2014), Bajo la piel del roble (2011) y Cuando no aún el poema (2001). Sus poemas y ensayos han aparecido en distintas revistas literarias como «Turia», «La Nube habitada», «Nayagua. Revista de Poesía» o «El Perro Blanco» y en antologías como Poesía Pasión: Doce jóvenes poetas españoles (2004), La luz escondida (2011) o Alquimia del fuego (Amargord, 2014). Como artista plástico, ha trabajado en proyectos que combinan escritura y pintura/fotografía. Desde 2016, es fundador de la editorial Libros de Aldarán, dedicada especialmente a la poesía y al libro ilustrado: www.librosdealdaran.com Escribe regularmente en el blog: www.lagargantadelsimbionte.blogspot.com