Después del éxito de la obra El padre, con el que August Strindberg decide fundar el teatro experimental de Copenhague, La señorita Julia llega a la imprenta en noviembre de 1888, superando las inquietudes de los editores por las temáticas ahí trazadas. Y si el estreno estaba previsto para el 9 de marzo de 1889, la obra tuvo que esperar unos meses más hasta el verano para obtener finalmente el beneplácito del censor.
Ya en el primer prólogo el dramaturgo advertía: “lo que escandalizará a la mente sencilla es que la motivación que doy a las acciones no es simple, ni único el punto de vista. En la vida real, un acontecimiento –¡esto es, relativamente, un descubrimiento!– es, generalmente, el resultado de una serie de motivos más o menos profundos, pero el espectador elige, en la mayoría de los casos, aquel que su mente entiende con mayor facilidad o el que más enaltece su propia capacidad de discernimiento”.
Durante la noche de san Juan, entre acalorados bailes y jarras de cerveza, las clases sociales se invierten: los siervos devienen dueños y los patrones bestias amaestradas. La señorita Julia sueña con librarse de sus cadenas patriarcales para devenir la esposa-muñeca del joven criado. “Como mis personajes son caracteres modernos”, nos explica el mismo Strindberg en el prólogo, “que viven en una época de transición más vertiginosamente histérica que, al menos, la precedente, los he dibujado vacilantes, desgarrados, con una mezcla de lo nuevo y lo viejo”. Ahí está la clave, todo lo que debemos saber de los protagonistas para entenderlos.
Y a pesar de las intenciones más o menos ingenuas de “modernizar” una obra ya moderna, nos olvidamos concretamente del aspecto que quizá la convierte en una de las dramaturgias más irreverentes hasta el día de hoy: el tema de la menstruación. La primera vez que me enamoré de La señorita Julia fue en las páginas del imprescindible manual de Storia del teatro e dello spettacolo, de Roberto Alonge y Francesco Perrelli. En el capítulo dedicado al teatro naturalista los dos autores y críticos evidenciaban algo indispensable a la hora de acercarse a la obra del sueco: “La gran dramaturgia del siglo XIX es verdaderamente intrépida capacidad de escrutar en el abismo, de sondear a los monstruos del inconsciente. Si Ibsen no retrocede ante las pulsiones más secretas, Strindberg no duda en declarar que el lenguaje del eros es también el lenguaje de la violencia y no solo de la ternura” (pág. 232).
Pero hay algo más que los italianos no descuidan: “Strindberg nos da una información a primera vista gratuita, provocativa, sobre el hecho de que Julia está menstruando. Es una manera de subrayar la carga pasional, instintiva, de la sexualidad de la mujer, que no retrocede ante nada” (pág. 291). En tiempos de autocracia de lo políticamente correcto, supongo que está prohibido hacer referencia al sangrado menstrual en las tablas de un teatro, mucho más simple es escenificar falsos coitos. Una verdadera pena, porque lo que hace de Strindberg uno de los autores más representativos del teatro moderno europeo es justamente su indiferencia hacia las normas sociales para ir más allá de las apariencias y adentrarse ahí donde los gritos del inconsciente resuenan.
Dónde: OFF Latina, Madrid
Cuándo: Hasta el 27 de mayo