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XV. Esbozo de transcripción

2 de marzo

Recuerdo haber leído en algún sitio que la palabra desaparece cuando la percepción de la realidad es total. Y si no desaparece, se vuelve grito, queja o balbuceo.

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Mi hija me da a entender, en todos los mensajes que me envía, que quiere venirse aquí conmigo hasta el inicio de las clases, a finales de marzo o principios de abril. ¿Cómo decirle que no? Pero su venida enreda mis planes y quién sabe si hasta mi idilio con la bibliotecaria. Seré un iluso o un fatuo, pero creo que MS me mira con buenos ojos de un tiempo a esta parte.

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Julia me anuncia que se va a Puerto Rico con una amiga la segunda semana de marzo. Lo suyo sería que viniera a visitarme, pero no me importa. Mejor así.

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Le mandé un e-mail a la bibliotecaria preguntándole sobre la grabación y me ha contestado de manera demasiado cortante. Quizá me he hecho una idea que no se corresponde con la realidad. Estoy demasiado solo.

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Me paso a ver a Luke esta mañana y a quien me encuentro es a su hija, que está sola en la casa. Me dice que se han ido todos a almorzar al pueblo. Es grande y rubicunda como una aldeana de pintura flamenca, aunque sin la lozanía. Se le nota cierto desaseo personal. Lleva una camisa a cuadros muy vieja y vaqueros gastadísimos que acentúan los varios kilos que le sobran. Mis intentos por entablar conversación con ella no obtienen sino monosílabos y la consabida información de que su padre volverá al mediodía. Se le cae una llave y, al ir a agacharse, veo asomar una mariposa tatuada por el pecoso y abultado saliente del pecho. Me despido. Su última mirada es triste, ajada, ojerosa.

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Viene Luke a última hora de la tarde y me invita a cenar. Le digo muy amablemente que no, que ya lo he hecho, y aprovecho para preguntarle por las fotos. Se ríe de mi obsesión. La joven es, without a scintilla of doubt, Esther. Me dice luego que en casa tiene varias fotos de ella, ya mayor, en un cumpleaños o en un thanksgiving, y que cuando las vea, saldré de dudas. Le pregunto si había mucha diferencia de edad entre ellos. Por lo menos quince años, me dice.

 

3 de marzo

Mónica, cuando me ve entrar por la sala, me recibe con la misma sonrisa de siempre y me entrega de inmediato la transcripción. Me dice que no la ha podido completar y que en muchos tramos hay lagunas, incoherencias y contradicciones. Me siento en una de las mesas y leo el texto transcrito de un tirón. La bibliotecaria ha hecho un trabajo magnífico, y así se lo hago notar. Asiente con cara de satisfacción. En un arranque de emotividad me acerco a ella y la invito a almorzar. Ante mi sorpresa mira el reloj y me dice que dentro de una hora, a las doce y media. Entretanto, para matar el tiempo, copio y traduzco todo aquello que me resulta de mayor interés en la transcripción.

 

Fecha: 27 de febrero

Superviviente: Lía Zimmerman

Entrevistadores: Miguel Arda Solís y Mónica Schwegler.

Lugar: Saugerties, Nueva York (USA)

 

Arda Solís: Entonces ¿Uds. no llegaron juntas (a Auschwitz)?

Lía Zimmerman- No. Mi hermana Esther había sido deportada varios meses antes, a finales de abril o principios de mayo.

AS: ¿Desde Budapest?

LZ: No. Mi hermana se vino para el pueblo a los pocos días de la invasión alemana. Si se hubiera quedado allí, en Budapest, quizá no habría sufrido tantas penalidades.

AS: ¿Y por qué hizo una cosa así?

LZ: No lo sé. Pensaría que no corría peligro. Nada más llegar al pueblo le advirtieron que se escondiera, pero ella debió sentir que tenía que estar junto a mis padres. Todas las familias judías habían sido llevadas a una granja (?) cerca de K (nombre ininteligible). Allí estuvieron retenidas una o dos semanas, hasta que las deportaron.

MS: ¿A Auschwitz?

AS: Sí, a Auschwitz. Casi todos los judíos de nuestra comarca terminamos en Auschwitz.

(…)

Mónica Schwegler: La condición de los trenes debía ser horrible…

L Z: Horrible es poco. Algo totalmente inhumano… Tres días de pesadilla… Familias enteras apretujadas en vagones para ganado, sin agua, sin aire casi, respirando a duras penas el poco aire que entraba por las rendijas… No había cuarto de baño… Teníamos solamente un cubo para hacer nuestras necesidades… A las pocas horas uno quería morir, sin más, entre el olor fétido y las protestas de la gente, entre los empujones de los más fuertes y el llanto inconsolable de los bebés… Un infierno, el principio del infierno… Mi pobre madre enfermó en el tren y llegó, según me decía mi hermana, ya casi muerta…

(…)

A S: A la llegada a Auschwitz se formaban dos filas, ¿no?

L Z- Sí, dos filas, pero muy pocos sabían lo que significaba escoger uno u otro lado. Mi hermana pensó que mis padres estarían mucho mejor en la fila de los enfermos, de la gente mayor y de los niños y, de manera inconsciente, los animó a…

A S: ¿No había oficiales de la SS y médicos haciendo la selección?

L Z: Sí, pero era todo muy caótico. Mi hermana fue quien se los llevó directamente a una ambulancia. Creía que estaba ayudándolos…

(…)

A S: ¿Iba en el mismo tren la madre de Laszlo?

L Z: ¿Quién? ¿Sarah? Sí, creo que sí…

A S: ¿Sarah era el nombre de la madre?

L Z: Sí, Sarah.

A S: ¿Era muy amiga de Esther?

L Z: Se conocían, todos nos conocíamos, pero era más amiga de mi madre.

A S: ¿No habían sido compañeras de colegio?

L Z: ¿Quiénes? ¿Sarah y Esther? No. Se sacaban por lo menos siete u ocho años de diferencia. Debieron tratarse algo más cuando se fue Esther a trabajar a Budapest.

A S: ¿Vivía la familia de Laszlo en Budapest?

L Z: Sí, Tommy tenía el taller de coches allí. Hacía de vez en cuando negocios con mi padre. Le compraba material.

A S: ¿ Tommy es el padre de Laszlo?

L Z: Sí. A S: ¿Era Tommy amigo de la familia?

L Z: No diría tanto. Mi padre y él tenían una relación estrictamente profesional.

A S: ¿Y Sarah?

L Z: A ella la conocíamos mucho más. De soltera había trabajado con mi madre en el mismo taller de costura. Eran buenas amigas.

A S: ¿Estuvieron juntas Esther y ella en Auschwitz?

L Z: La pobre Sarah murió (gaseada) el mismo día que llegó allí. Con mis padres… Hacía años que sufría de neurastenia…

A S: ¿Neurastenia?

LZ: Así llamábamos a la depresión entonces…

 

[Según lo recuerdo, Lía Zimmerman no atinaba a decir dos frases seguidas sin verse invadida por la emoción. Lloraba constantemente. Hubo varias pausas. Una de las veces MS se olvidó de pulsar el botón de la grabadora y se perdieron aproximadamente cinco minutos]

**

Solís se había decidido por el mismo restaurante italiano donde un mes antes había estado con su amigo. Era un sitio recoleto, vacío a esas horas, con una decoración a tono con la comida que se servía: mesitas cubiertas con un mantel a cuadros rojos y blancos, servilleteros verdes y, en el centro, una estilizada aceitera de latón. Los dos habían terminado el antipasto y se disponían a empezar a comer unos espaguetis con almejas cuando Solís se preguntó en voz alta, de manera algo extemporánea, si Esther y Tommy podían haber sido amantes en vida de la madre. Mónica Schwegler enrolló algunas hebras con su tenedor y se lo llevó a la boca sin decir nada.

 

– Entre tanto horror se puede entrever un love story, ¿no te parece?

 

Mónica se limpió los labios con una servilleta.

 

-Quizá, pero ¿importa?

 

-A mí sí me importa. Si fueron amantes, toda su relación posterior tuvo que estar marcada por el remordimiento y la culpabilidad.

 

Mónica volvió a enrollar otras cuantas hebras y luego pinchó con el tenedor dos almejas.

 

-No lo sé. Dicen que el superviviente se siente muchas veces culpable por el simple hecho de haber sobrevivido.

 

Solís asintió, no muy convencido. Quiso luego decir algo más, pero al ver que Mónica comía con la mirada puesta en el plato pensó que a lo mejor no era el mejor momento de añadir nada. La pareja terminó los espaguetis en silencio. Pidieron luego un helado de tiramisú, que compartieron amigablemente, y un café expreso. Solís hubiera querido tener una conversación algo más personal, pero el tiempo de la sobremesa discurrió haciendo planes sobre el proyecto. ¿Visitarían otra vez a la viejecita? Mónica le contestó que toda esa semana estaría muy ocupada y que la próxima volaba a San Diego, pero que se encargaría de buscar toda la información disponible sobre las hermanas Zimmerman y Tommy Martell, si así lo deseaba.

 

A la una y media se despidieron en una esquina. Solís, según la veía marchar por la avenida principal, pensó que el almuerzo no había sido precisamente un éxito.

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