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XX. A Neuffer. Lo que más ocupa ahora mi pensamiento y mi mente es lo vivo en la poesía

Fragmento (invertido) del retrato que Franz Carl Hiemer hizo a Hölderlin en 1792

 

[Homburg vor der Höhe, 12 de noviembre de 1798]

¡Queridísimo Neuffer!

He cambiado de situación desde la última vez que te escribí y tengo la intención de vivir durante algún tiempo para mí mismo, aquí en Homburg. Hace ya algo más de un mes que estoy aquí y he vivido tranquilamente dedicado a mi tragedia, disfrutando del trato de Sinclair y de los hermosos días otoñales. Estaba tan desgarrado por diversas penas, que verdaderamente bien le puedo agradecer a los bondadosos dioses la dicha de esta paz.

Me siento ansioso por tener noticias tuyas y de tu almanaque, pero probablemente todavía me tocará esperar, a no ser que me decida a ir a recogerlo yo mismo a tu propia casa, no porque te considere negligente, sino porque tus cartas solo volverán a encontrarme aquí dentro de cuatro semanas.

En efecto, mi amigo Sinclair se va de viaje a Rastatt por asuntos de su corte y me hace la oferta de acompañarlo en condiciones muy ventajosas. Gracias a la generosidad de Sinclair puedo ponerlo en obra casi sin dañar mi exigua economía y sin interrumpir demasiado mis ocupaciones y, por ello, habría resultado singular que no hubiera dado mi acuerdo.

Saldremos hoy mismo o mañana.

Tal vez me acerque hasta la región de Wirtemberg desde Rastatt. Si no fuera posible, te rogaría en una carta desde Rastatt que, si no te lo impiden las circunstancias, te acerques un día fijado de antemano a Neuenburg a donde yo también iría, para tenerte de nuevo cara a cara. Me agradaría infinito volver a hablar contigo sobre todas las cosas que nos interesan a los dos. – Lo que más ocupa ahora mi pensamiento y mi mente es lo vivo en la poesía. Noto muy hondamente lo lejos que estoy todavía de encontrarlo y, sin embargo, toda mi alma aspira a ello y muchas veces me emociono y tengo que llorar como un niño cuando siento repetidamente que a mis descripciones les falta una u otra cosa; pero con todo no puedo encontrar los medios para salir del errar poético por el que voy vagando. ¡Ah!, el mundo ahuyentó mi espíritu retrayéndolo a su interior desde la más temprana juventud y todavía padezco ese mal. Existe desde luego un hospital al que puede retirarse con honor cualquier poeta malogrado como yo: la filosofía. Pero no puedo abandonar a mi primer amor, a las esperanzas de mi juventud, y prefiero caer sin mérito alguno antes que separarme de la dulce patria de las musas de la que solo el azar me ha apartado. Si tienes algún buen consejo que pueda conducirme tan rápido como sea posible hacia lo verdadero, dámelo. No es tanto de fuerza de lo que yo carezco como de ligereza, no tanto de ideas como de matices, no tanto de un tono maestro como de variedad de tonos ordenados, no tanto de luz como de sombras, y todo por un solo motivo: me acobarda demasiado la parte común y vulgar de la vida real. Soy un auténtico pedante, si quieres. ¡Y sin embargo, si no me equivoco, los pedantes suelen ser tan fríos y desprovistos de amor, mientras que mi corazón se precipita con anhelo hacia el hermanamiento con los hombres y las cosas bajo la luna! Casi creo que soy pedante de puro amor, no soy cobarde porque tema que la realidad vaya a venir a perturbarme en mi egoísmo, sino que lo soy porque temo ser perturbado por la realidad en la íntima solidaridad con la que me uno con tanto agrado a otra cosa. ¡Tengo tanto miedo de enfriar la cálida vida que hay en mí al contacto con la helada historia cotidiana! Y este temor viene de que me tomé con más susceptibilidad que otros todo cuanto de destructivo me alcanzó desde la juventud y esa hipersensibilidad parece tener su fundamento en que yo no estaba organizado de un modo lo suficientemente firme e indestructible en comparación con las experiencias por las que tuve que pasar. Me doy cuenta de ello. ¿Puede ayudarme el darme cuenta? Creo que algo. Puesto que soy más frágil que otros, tanto más debo intentar extraer alguna ventaja de las cosas que actúan destructivamente sobre mí, tengo que tomarlas no en sí, sino en la medida en que puedan serle útiles a mi vida más auténtica. Tengo que tomarlas, ya por adelantado y allí donde me las encuentre, como imprescindible materia sin la cual mi más íntimo ser nunca podría presentarse de modo completo. Tengo que acogerlas en mí para ocasionalmente (como artista, si es que alguna vez debo y quiero ser artista) disponerlas a modo de sombras que sirvan de contraste a mi luz, para reproducirlas a modo de tonos subordinados bajo los cuales surja de modo aún más vivo el tono de mi alma. Lo puro solo puede presentarse en lo impuro y si intentas ofrecer lo noble sin la contrapartida de lo vulgar, aparecerá como lo más antinatural e inapropiado y, eso, porque hasta lo noble lleva en sí marcado, cuando emerge al exterior, el color del destino bajo el que surgió, porque lo bello, tal y como se presenta en la realidad,  adopta necesariamente una forma acuñada por las circunstancias bajo las que nació, que no le es natural y que solo se convierte en forma natural cuando se le añaden precisamente las circunstancias que le dieron necesariamente tal forma. Así, por ejemplo, el carácter de Bruto es un carácter altamente antinatural y contradictorio si no lo vemos en medio de las circunstancias que le dieron necesariamente esa dura forma a su dulce espíritu. Por lo tanto, lo noble no puede ser presentado sin lo vulgar y, por ello, siempre que me afecte algo vulgar en el mundo, me diré: lo necesitas de modo tan necesario como los alfareros el barro, y por lo tanto acéptalo siempre, no lo rechaces nunca y no le tengas miedo. Ése sería el resultado.

Por querer pedirte un consejo y por tener que pintarte para ello con tanta precisión mis defectos, que naturalmente ya conoces hasta cierto punto, para hacerme también yo de paso consciente de ellos, he ido a parar más lejos de lo que pensaba; y para que comprendas perfectamente cómo son mis cavilaciones, te tengo que confesar que desde hace algunos días mi trabajo se ha quedado paralizado, ocasión en la que siempre caigo en la manía de razonar y darle vueltas a todo. Tal vez mis fugaces pensamientos te den pie a seguir meditando sobre los artistas y el arte y, sobre todo, también sobre mi principal deficiencia poética y en cómo sería posible remediarla, y seas tan amable de comunicármelo cuando haya ocasión.-

¡Adiós, querido Neuffer! Te volveré a escribir, enseguida desde Rastatt.

Tu

Hölderlin

 

Este texto pertenece a las Cartas filosóficas de Hölderlin que, en edición de Helena Cortés y Arturo Leyte, acaba de publicar la editorial La Oficina.

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