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Mientras tantoY además es imposible

Y además es imposible


 

Suena Rock and Roll, de Lou Reed

(Rock n Roll Animal)

 

Ante la inicial sorpresa, más bien estupor, provocada por la noticia sobre la concesión del Premio Nacional de Cinematografía 2013 al director Juan Antonio Bayona, uno toma inmediatamente consciencia y asume que, al fin y al cabo, tan solo se trata de confirmar que el estado de las cosas es el que es y poco o nada nos hace pensar que algo vaya a cambiar. Cuando uno lee las declaraciones de Susana de la Sierra, la directora general del Instituto Nacional de la Cinematografía, que preside el jurado que ha otorgado el premio en las que razona que el motivo fundamental por el cual se le ha concedido a Bayona es por la realización de Lo imposile (The imposible, 2012)  y que este sea un hecho “decisivo y sobresaliente en un contexto económico difícil” hay que reconocer que no es más que una decisión consecuente con los tiempos que corren. Ya no importa el aspecto artístico, sino que aquello que prevalece es lo empresarial y la capacidad de ofrecer un producto rentable.

 

Cabe preguntarse, entonces, qué importa el cine, si a lo que queda reducido es a un simple producto mercantil. No hay duda de que Lo imposible fue un fenómeno cinematográfico al convertirse en la película más taquillera del cine español -su recaudación en salas superó los 150 millones de dólares-, hecho al que seguramente contribuyó con enorme interés la productora Warner Bros –una empresa estadounidense- para su distribución y exhibición en todo el mundo de una película financiada en su producción con capital español -30 millones de euros-.  La política del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte es la de premiar aquello que resulta rentable, aquello que reporta beneficios de manera inmediata, en una aplicación de esa fórmula en la que el dinero genera más dinero, con la que los ricos pueden ser más ricos, y mediante la cual se sigue esa  tendencia marcada por la línea política general de su gobierno. Ese parece ser el mensaje; mientras, podemos seguir preguntándonos: ¿y el cine qué?

 

 

Poco importa cuando de lo que se trata es de la exaltación del éxito y de la demostración de que solo los que triunfan reciben su recompensa. Es el camino a seguir y al que aspiran muchos otros. Y así nos va con este paupérrimo panorama cinematográfico en el que el referente parece ser no sólo Bayona, cuyo éxito, hay que decir de una vez, sin duda es muy meritorio, sino también todo ese grupo de directores salidos de las aulas del ESCAC, la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya, convertida en una especie de cantera de la industria hollywoodiense. ¿Qué encontramos en directores como Bayona, Jaume Collet-Serra o Rodrigo Cortés que esté relacionado con nuestra identidad cultural, nuestra tradición cinematográfica…? ¿Cuál es su aportación a nuestra idiosincrasia cinematográfica y al cine en general? Sin duda, son directores aplicados, que ocupan su lugar en el mercado y por lo tanto rentables, pero al fin y al cabo no dejan de ser, aparentemente, piezas reemplazables de un engranaje que hace que Hollywood funcione.

 

 

Además, es preferible premiar a un triunfante Bayona porque el consenso popular es mayor y de esta forma se complace al auditorio, se le ratifica en sus gustos, se le permite vivir en el miserable engaño de que lo que ven es lo que hay que ver. O quepa tal vez la posibilidad de que las instituciones –su miopía es tan alarmante que la duda es pura fórmula de cortesía- también hayan sido víctimas de la habilidad de un cineasta tan tramposo como Bayona, quien ya dio muestras sobradas en su primer largometraje, El orfanato (2007), de ser un aplicado ingeniero capaz de elaborar auténticos engañabobos. Así pues, se le concede el Premio Nacional de Cinematografía a un funcionario que con dos películas ha demostrado, eso sí, su eficacia profesional a pesar de que su idea del cine no vaya más allá de la de ser un vulgar imitador, alguien que elabora productos que son simples sucedáneos made in Spielberg –al ver Lo imposible no dejaba de pensar en la cantidad de planos en los que se recupera esa imagen tan habitual y característica del cine del director de Tiburón (Jaws, 1975) y que también analizó Kevin B. Lee en su video ensayo Keyframe: the Spielberg Face.

 

Nos sometemos gustosos al vampirismo de Hollywood y nos olvidamos de nuestra casa. Nos impresiona que un director sea capaz de realizar una película como Lo imposible, al fin y al cabo un eficaz artilugio elaborado para provocar emociones poco hirientes, reconfortantes más que nada, en el espectador, a través de la historia de uno de esos dramas bigger tan life que se diría si no fuera porque se basa en hechos reales, los acontecidos en Indonesia, Tailandia, Malasia y Sri Lanka durante las Navidades de 2004 cuando un tsunami arrasó la costa del Índico, causando la mayor catástrofe natural de nuestra época. ¿A partir de ahí, qué nos queda? Imágenes injustas de una tragedia que solo sirve de pretexto para apropiarse de la historia verídica de María Belon y su familia y pasarla por la coctelera de la ficción. La frivolidad más absoluta. Y una actitud reprobable, des del punto de vista moral,  por parte de un director que adolece una falta de compromiso sobre aquello que filma y los motivos por los cuales lo hace. Un espectáculo para pasárselo bien sufriendo sin correr peligro alguno.

 

 

Así que esas tenemos. Claro que todo queda en un segundo término cuando se alaba el mérito de una superproducción –si en términos económicos hay que hablar, y se la ejemplifica como metodología eficiente- y uno piensa que hay que ser demasiado inteligentes para ser unos cínicos y hablar de la importancia de una película en un “contexto económico difícil.» ¿Dónde quedan entonces los méritos de producciones como Diamond Flash (2011), de Carles Vermunt? ¿Qué ocurre con cineastas cuyas trayectorias cinematográficas se desarrollan en los márgenes, en la periferia de lo que supuestamente se llama industria, como Isaki Lacuesta o Albert Serra, cineastas heterodoxos, experimentales y pertenecientes al siglo XXI? ¿Saben en el Ministerio de “entretenimiento y ocio” quién era Pere Portabella? ¿ O Luis Miñarro? Está claro que quinielas podemos hacer todos. Por cierto, actualmente Bayona está dirigiendo una serie para televisión producida por el canal estadounidense Showtime con el director Sam Mendes a la cabeza.

 

Sin embargo, recuerdo algo que comentaba Enrique Vila-Matas, uno de mis maestros sin él saberlo, en relación a lo que decía George Steiner en su libro La barbarie de la ignorancia, la transcripción del diálogo que había mantenido en el programa de radio A veux nue (France Culture) con Antoine Spire: “en nuestro planeta el 99% de los seres humanos prefieren, y están en su perfecto derecho, la televisión más idiota, el fútbol ladrado, Jackie Collins, el teatro más banal y la última película desnortada estadounidense […] No se puede pedir a la gente que se aficione a lo que para ella es una pesadez y un esfuerzo inútil. El animal humano, dice Steiner, es perezoso mientras que la cultura es exigente, cruel por el trabajo que exige y, además, reclama sudor del alma.” Como diría mi amigo Víctor Galmés, alias El Presi: “esto es lo que hay”; y yo añado: “… y además es imposible».

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