En los primeros conatos del cuadro, la criatura salió salvaje como un centauro. La nube amarilla de azufre que llevaba a sus espaldas le daba un aire diabólico, como de caballero cuadrúpedo gravitando sobre el estallido de una supernova.
Antes de civilizar a su profeta desnudo disparando una cámara fotográfica, decidió realizar una prueba sobre el cartón de una caja de galletas. Sus pasteles blanco, gris y sangre iluminaron poco a poco aquel cuerpo desnudo con el puño en alto. La nueva postura del brazo -como sospechara el pintor- le daba un ritmo a la figura que hasta entonces no había logrado. El codo y el antebrazo alzados sugerían casi una postura de baile.
Todo lo que había tenido hasta entonces de salvaje aquel profeta gravitando sobre un paisaje vulcánico, corría el peligro de desintegrarse. La cámara fotográfica -que en esta nueva versión empuñaba- traía consigo la acción, la gravedad, la necesidad de suelo, y hasta la profundidad de campo. Presentía que su primer impulso pictórico -algo barroco y fantástico- con la incorporación de la perspectiva comenzaba a racionalizarse.
Autorretrato desnudo con cámara
Gabriel Faba. 2007
Pastel sobre cartón de caja de galletas.