Defiende Robert S. Boynton que los ‘nuevos nuevos periodistas’ forman parte de un “movimiento que expandió el alcance retórico y literario del periodismo, al colocar al autor en el centro de la historia, canalizar las ideas de un personaje, utilizar una puntuación no convencional y desacreditar las formas narrativas tradicionales”.
Entiende el director del Programa de Reportaje Literario de la Universidad de Nueva York que esta generación de periodistas fue más allá del ‘nuevo periodismo’ que delimitó Tom Wolfe: “Sus innovaciones más significativas implicaron experimentos con el reporteo, más que con el lenguaje o las formas que utilizaban para contar sus historias”.
‘Nuevos nuevos periodistas’ son Susan Orlean, Jon Krakauer o Gay Talese. Ellos, según Boynton, llegaron a ser parte de las vidas de sus personajes. Ellos son quienes siguieron los presupuestos de Tom Wolfe, que sólo logró entrar “en la mente de sus personajes”.
El ‘nuevo periodismo’ que Wolfe comenzó a pergeñar en 1962 leyendo precisamente a Talese (‘Joe Louis: The King as a Middle-aged Man’) persigue, en definitiva, ser leído como una historia. Lo hace según estos principios: diálogos completos, sucesión de escenas, diversos puntos de vista y atención especial a los detalles del estatus social.
Wolfe, para prestigiar su planteamiento, no dijo que el ‘nuevo periodismo’ fuera una nueva etapa en el periodismo estadounidense; el ‘nuevo periodismo’ entraba en la categoría de la literatura: era “un renacimiento del realismo literario europeo”, explica Boynton. Con los ‘nuevos nuevos periodistas’ desaparecería la “separación entre lo público y lo privado”. ¿Cómo? “Mi madre les preguntaba a sus amigas: ‘¿En qué estabas pensando cuando hiciste tal y tal cosa?’, y yo les hacía la misma pregunta a los sujetos de mis artículos”, explicará Talese, un ‘nuevo periodista’ para Wolfe y un ‘nuevo nuevo periodista’ para Boynton. Para el primero la exactitud era la principal meta; el segundo tendía a la exageración.
En ese contexto destacó Ryszard Kapuscinski, maestro de toda una generación de reporteros. El “gran testigo del siglo XX”. El periodista polaco creció bajo la sombra de la Segunda Guerra Mundial, estuvo presente en el fin de los imperios coloniales en África, reportó guerras y pasó por Europa y América.
Libros de Kapuscinski como ‘El Emperador’ o ‘El Sha’ forman (formaban) parte de la historia del mejor periodismo. Hasta que su discípulo Artur Domoslawski investigó la vida de su gran referente. Y descubrió que ciertas cosas que contaba el maestro Kapuscinski no eran verdad. “No fue mentiroso ni arrogante, a veces utilizaba técnicas literarias pero hacía un trabajo periodístico”, justificaba Domoslawski en una mesa en la que yo también estaba sentado. Pero este había decidido mover ‘El Emperador’ y ‘El Sha’ a la estantería de literatura.
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A mediados de marzo Ira Glass tomaba la palabra en ‘This American Life’, el programa semanal de radio que conduce: “Soy Ira Glass. Y vengo hoy a decir algo que nunca tendría que haber dicho en nuestro programa. Hace dos meses emitimos una historia que hemos descubierto que no es verdad”.
Fue, reconocía Glass, el capítulo más descargado de todos los producidos en el programa. Un fenómeno habitual en todas las informaciones que rodean a Apple. Si se denuncian prácticas abusivas, el éxito está garantizado.
El actor Mike Daisey recitó un monólogo de 39 minutos que relataba las presuntas condiciones infrahumanas en las que trabajan los operarios de las fábricas chinas que elaboran los productos de la compañía fundada por Steve Jobs. Pero Daisey visitó menos fábricas y habló con menos trabajadores de los que dijo. Tampoco comprobó que se envenenara nadie por los productos químicos industriales ni pudo demostrar que había cámaras en las habitaciones de los empleados.
Como explicó en el programa de rectificación Ira Glass, Mike Daisey no trabajaba para ‘This American Life’. El programa no envió al actor a China; fue él quien desde 2010 contó de teatro en teatro a más de 50.000 personas ‘The Agony and the Ecstasy’, una historia que sedujo a Glass.
El equipo de ‘This American Life’ revisó el texto y no apreció irregularidades. Sí Rob Schmitz, un periodista que ha informado sobre la forma de trabajar en fábricas chinas. Algunos datos le parecieron sospechosos y lo resolvió todo con una llamada. Buscó en Google el nombre del traductor de Daisey y lo telefoneó. Efectivamente, muchas de las cosas narradas por Daisey eran mentira.
Pero él no es un periodista, se defendió Daisey. Ya informaron de forma correcta ‘The New York Times’, CNN y NPR. Lo suyo es otra cosa:
“Cuando las luces se apaguen aquí, me esconderé entre bastidores. Cuando regrese las luces estarán dadas y estaré contando una historia. Y esa es la expresión más antigua del teatro. Cuando la luz ilumina el escenario, asumo el papel desde el que estoy hablando… usamos aquellas herramientas que los griegos inventaron hace mucho tiempo, para tratar de comunicar… todo es un intento de sacar algo a la luz a llegar a la la verdad. La verdad tiene una importancia relativa”.
Que la realidad no te estropee una buena historia, debe de pensar Daisey, ni mucho menos arrepentido por lo que hizo. Tampoco cambió de opinión John D’Agata cuando un ‘fact-checker’ corrigió varios aspectos de un reportaje presentado a la revista ‘The Believer’.
D’Agata, un ensayista, que no periodista, entendía que le habían pedido un trabajo artístico. Por eso justificaba escribir que había 34 clubs de striptease en Las Vegas: tenía más ritmo que si decía 31, como ocurría en realidad. En nombre del arte el ‘Boston Saloon’ se convirtió en el ‘Bucket of Blood’. O el ‘Tweety Nails’ en el ‘Famous Nails’. El texto pretendía contar la historia de un chico que se suicidó en Las Vegas.
Como Daisey, D’Agata sostuvo que cuando un artista trabaja por la verdad, la fidelidad a los hechos es irrelevante. “La ‘no ficción’ -explicó D’Agata- significa esencialmente ‘no arte’, ya que la palabra ficción es proviene de la latina ‘fictio’, que, a su vez, significa ‘dar forma a, organizar’, una actividad fundamental en el arte. Así que llamar a algo ‘no ficción’ supone colocar al género en una categoría que se reconoce incapaz de hacer lo que, fundamentalmente, el arte debe hacer”.
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AVISO: en este post hay una afirmación que no es cierta. ¿Es entonces esto periodismo o un ejercicio de ficción? ¿O simplemente mal periodismo?