En las últimas semanas se ha levantado una polémica entorno al fútbol italiano, una más, a partir de lo que parecía ser un inconsecuente amistoso entre el AC Milan y el Pro Patria de Busto Arizio, esa metrópolis boyante y cosmopolita en los alrededores de Varese, en el norte de Italia. Lo cierto es que un encuentro que discurría con el ritmo soporífero propio de cualquier enfrentamiento de pretemporada invernal se calentó por motivos extra futbolísticos y plenamente deleznables hacia el minuto 25 de la primera parte, cuando Kevin Prince Boateng frenó en seco su regate por la banda izquierda, se giró hacia la grada lateral del estadio Carlo Speroni y pateó el balón sin mayor tino en dirección de unos fanáticos del equipo local que coreaban alguna idiotez con connotaciones raciales—posiblemente una onomatopeya de los gritos de un mono, o algo por el estilo.
A partir de ese momento reinó la confusión: Boateng se fue retirando lentamente del terreno de juego, caminando sin mayor prisa los 90 metros que lo separaba de los camerino; jugadores del Pro Patria lo increpaban a regresar; otros lidiaban con el arbitro. En tanto, sus companyeros del Milan se miraban las caras, a ver qué hacía el de al lado. Boateng se quitó la camiseta; el comentarista italiano cayó en cuenta que el jugador ghanés no seguiría jugando; sus compañeros comprendieron lo propio y se unieron a él más allá del medio campo; la grada, dividida entre silbatos y aplausos, rompió en una ovación más o menos uniforme; algunos jugadores del Pro Patria, indignados, buscaban detener, físicamente, la huida del Milan; el árbitro, ya sin potestad, decidía lo que los jugadores rossoneri ya habían decidido por él, que se suspendía el encuentro; Boateng, antes de salir del estadio, aplaudía a las gradas que lo aplaudían a él. Por detener el espectáculos que todos habían venido a protagonizar. Cosas de la vida, que a veces es así, irónica, impredecible.
Pero, ¿quién es, al fin y al cabo, este tal Aurora Pro Patria? Un equipo de provincia, nacido en 1919, justo después de la Gran Guerra, en aquel lejano período durante el cual el fútbol continental vivió un auge sin precedentes, enraizándose en la cultura danubiana, italiana, eslava y demás. En la década de los 30, ya en la era profesional del fútbol italiano, el equipo de Busto Arizio compitió en la Serie A por cuatro o cinco temporadas. Para entonces ya había pasado por sus filas el que hasta hoy sigue siendo el mayor baluarte de su historia, el defensa central Mario Verglien, quien por años vestiría la camiseta de aquel Juventus de leyenda que ganó cinco escudetos seguidos entre 1930 y 1935. Pero los años dorados del Pro Patria—relativamente pocos y carente de cualquier tipo de gloria—vendrían tras la Segunda Guerra Mundial, a finales de los 40, cuando de la mano de Giuseppe Meazza como entrenador el equipo pasó su más larga estadía en la Serie A.
Es aquí donde la fortuna, el destino y la perversión del siglo XX se unen, pues uno de los más grandes jugadores de la década de los 50 se encontraba por aquella época en una desesperada búsqueda por escapar de las penurias del servicio militar y, sobre todo, de las garras del comunismo. Hablamos de Laszly Kubala, futuro ídolo del Barcelona, quien había pasado los años entre 1947 y 1949 entre Bratislava y Budapest, evitando la mili. La llegada del comunismo llevó a Kubala a buscar refugio en Italia tras cruzar de Hungría a Austria una noche disfrazado, irónicamente, de soldado. Residenciado en Busto Arizio, Kubala jugó algunos amistosos con el Pro Patria, pues la Federación de Hungría lo había denunciado y la FIFA le había impuesto una sanción de un año durante el cual no podría participar en ningún partido oficial. En el ’50 Kubala organizaría una gira por España que lo llevaría a las filas del Barça y privaría al Pro Patria del mayor sueño que ha tenido en su historia—cultivar a un ídolo.
Es decir, históricamente el Augusta Pro Patria no es nadie. ¿Por qué, entonces, el Milan, que es parte de la más exqusita aristocracia del fútbol europeo, el Milan, con sus siete Copas de Europa, por qué pierde el gran Milan su tiempo con un equipo de esta estampa?
Sencillamente porque el fútbol no es solo aristocracia: el fútbol es un campo de 5000 personas en un pueblo sin nombre en medio del frío invierno lombardo.
Decía Michel Platini en medio de la polémica que provocó un programa televisivo inglés justo antes de la Eurocopa 2012 enfocado en los problemas raciales entre la fanaticada futbolística en Polonia y en Ucrania que el racismo es un problema que va más allá del fútbol: es un problema social que afecta a todos los países, no solamente de Europa, sino probablemente del mundo. Cuesta darle la razón en cualquier cosa a Platini, pero si existe un reflejo fiel y despiadado de la sociedad en general, ese se encuentra en las gradas de los estadios. Porque la realidad es que, si el fútbol es también un partido de cuarta división en el Carlo Speroni, nosotros como colectivo somos, también, los cinco, cinco mil, o 50 mil que pueden corear “Robinho muérete” una fría noche de invierno manchego, o lanzar plátanos a medio yantar en dirección de cualquier jugador de color. Puede ser desagradable, e inclusive difícil de aceptar, pero éso también somos nosotros, en colectivo.
Haciendo las salvedades, reconociendo las similitudes entre nuestras sociedades y asumiendo la responsabilidad que nos corresponde, hay que aceptar que, al fin y al cabo, el Pro Patria somos todos.