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¿Y si?


 

 

¿Y si cuando la figura alcance el final de la subida no hay nada? ¿Y si cae? ¿Y si la ascensión continúa, pero ya desvanecida sobre el muro que creyó haber hollado alguna vez? ¿Y si sólo fuéramos sombras de ladrillo cocido procedentes de una oscura cueva y de lo otro no sabemos nada y nos lo hemos inventado todo? ¿Y si desde lo alto del último escalón se pudiera gritar y que te oigan tus amigos de Oviedo, de Madrid, de Andorra, de Londres, de cualquier parte en la que el viento nos comparta y nos susurre cuánto nos echamos de menos? ¿Y si el pasamanos estuviera cosido de concertina, también lo amarraríamos con la palma abierta aunque nos contaran que fuera delito? ¿Y si el delito fuera lo contrario? ¿Y si todo transcurriera más lento, se congelara cinco o seis meses, tampoco más, lo prometo, y repensáramos y nos dijéramos a calzón quitado que por aquí no, que mejor cojamos esta otra ruta? ¿Y si después de una entrevista desconcertante no hay mejor propuesta que un paseo por el río Sarela?

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