Listo, las autoridades venezolanas, con la ayuda inestimable de Evo Morales, ya han preparado el ambiente para lo que ya se sabía desde hace tiempo: que Hugo Chávez se va a morir. No parece un misterio que se muera alguien que está vivo. Menos aún que lo haga quien ha sido sometido a cuatro operaciones en menos de un año por un cáncer tan corrosivo como algunos miembros de la oposición venezolana.
Después de haber viajado en octubre por el entramado revolucionario venezolano –que sí existe- me atrevo a decir que el chavismo no se muere con Chávez. Es cierto que muchas de las bases más radicales del proceso revolucionario le apostaban a que el carismático líder suramericano aguantara los seis años que ganó en las urnas el pasado 7 de octubre y que deberían empezar a contar a partir del 10 de enero. Le apostaban a eso porque necesitan tiempo para consolidar los procesos y contagiar a comunidades y colectivos de un discurso y una práctica difíciles de ‘vender’ en un país con tal renta petrolera: ese maná pegajoso que ha viciado todas las relaciones políticas, económicas y sociales de Venezuela desde el primer tercio del siglo XX.
El chavismo real –que lo hay y es vigoroso- no va a permitir que el proceso quede truncado, a pesar de sus triada errática: burocracia, corrupción e inseguridad. La oposición, más caníbal que el mismísimo PSUV, no parece capacitada para convencer a los sectores populares de que no regresaría al poder para volver a fagocitar las plusvalías de la renta petrolera.
Si se muere… tratemos de no caer en los análisis de tertuliano ni en el viejo tópico republicano liberal de civilización (capitalismo) o barbarie (revolución). Son tiempos nuevos, complejos. Y así debería ser nuestra mirada: nueva, compleja…