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Y tiritan, azules

 

Lago Argentino - Perito Moreno, Patagonia argentina (tmg)

 

La mezcolanza de vías lácteas y auroras boreales con cantidades industriales de aceitunas de mi pueblo; multitud de Yosis Asquerosies, catedrales de Zamora y Morgan Libraries; todos los conservatorios del mundo y miles de institutos provincianos. Azahar. Las menorquinas y cientos de pañuelos fucsias. Mi abuela, multiplicada por el número pi cinco millones de veces. No mamen: México. La Gran Casino y el fogaril de mi tía. Morente. De campeonatos de pelotari, tintos de verano y piña. Rombos de Giraldas reflejadas en el Guadalquivir. Murmullos de todos los libros que leí y de las películas que aguardan. Ronroneos de Chet en Sol menor. Las hermanas que monopolizan vocales y se obsequian la piel. De todas las generaciones anteriores, en sus respectivos universos paralelos, con satélites saltimbanquis y constelaciones minuciosas. Me regodeo en la fusión de vidas entrelazadas; de esas historias ajenas que ahora me pertenecen. O de aquellas que viví pero que se fueron. 

Cada píxel gotea en milésimas puntas azuladas que tiritan a la intemperie del Lago Argentino hasta precipitarse en él a sesenta metros de altura. Un bramido estremecedor que procede del mismísimo centro de la tierra.

La mezcolanza de vías lácteas y auroras boreales con cantidades industriales de aceitunas de mi pueblo; multitud de Yosis Asquerosis, catedrales de Zamora y Morgan Libraries; todos los conservatorios del mundo y miles de institutos provincianos. Azahar. Las menorquinas y cientos de pañuelos fucsias. Mi abuela, multiplicada por el número pi cinco millones de veces. No mamen: México. La Gran Casino y el fogaril de mi tía. Morente. De campeonatos de pelotari, tintos de verano y piña. Rombos de Giraldas reflejadas en el Guadalquivir. Murmullos de todos los libros que leí y de las películas que aguardan. Ronroneos de Cooks en Sol menor. Las hermanas que monopolizan vocales y se obsequian la piel. De todas las generaciones anteriores, en sus respectivos universos paralelos, con satélites saltimbanquis y constelaciones minuciosas. Me regodeo en la fusión de vidas entrelazadas; de esas historias ajenas que ahora me pertenecen. O de aquellas que viví pero que se fueron. 

Cada píxel gotea en milésimas puntas azuladas que tiritan a la intemperie del Lago Argentino hasta precipitarse en él a sesenta metros de altura. Un bramido estremecedor que procede del mismísimo centro de la tierra.

La mezcolanza de vías lácteas y auroras boreales con cantidades industriales de aceitunas de mi pueblo; multitud de Yosis Asquerosis, catedrales de Zamora y Morgan Libraries; todos los conservatorios del mundo y miles de institutos provincianos. Azahar. Las menorquinas y cientos de pañuelos fucsias. Mi abuela, multiplicada por el número pi cinco millones de veces. No mamen: México. La Gran Casino y el fogaril de mi tía. Morente. De campeonatos de pelotari, tintos de verano y piña. Rombos de Giraldas reflejadas en el Guadalquivir. Murmullos de todos los libros que leí y de las películas que aguardan. Ronroneos de Cooks en Sol menor. Las hermanas que monopolizan vocales y se obsequian la piel. De todas las generaciones anteriores, en sus respectivos universos paralelos, con satélites saltimbanquis y constelaciones minuciosas. Me regodeo en la fusión de vidas entrelazadas; de esas historias ajenas que ahora me pertenecen. O de aquellas que viví pero que se fueron. 

Cada píxel gotea en milésimas puntas azuladas que tiritan a la intemperie del Lago Argentino hasta precipitarse en él a sesenta metros de altura. Un bramido estremecedor que procede del mismísimo centro de la tierra.

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