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Y todo esto para qué

 

 

Llegas cansada después de veinte horas de vuelos, escalas en aeropuertos en los que hace frío y en los que las tiendas de dutty free te susurran Hola, ¿compras? Ojeras. Entras en una tienda y te encaprichas de un iluminador facial que crees que va a ser la solución definitiva a tus problemas. Señorita, ¿desearía que se lo probáramos? Da mucha luz a la cara. Después de tantas horas ya no sabes si necesitarías un iluminador o una bombilla, pero al final resistes la tentación: Laura, anda, tómate un café. En el último avión que coges, estás tan cansada que te olvidas del iluminador.

 

Llegas a una ciudad que no conoces bien pero en la que has estado ya: Guadalajara. Te han dicho que no camines sola por la calle, pero sabes que lo vas a hacer, como sabes que vas a beber tequila aunque no te guste. Llegas a la feria y crees que alguien debería haber escrito un libro que se llamara Cómo sobrevivir a una feria de literatura y no morir en el intento. Citas, citas, y más citas. Sonríes, preguntas, te molestan los zapatos. Un sándwich rápido, jet lag y más café. Ay, el iluminador lo bien que me vendría, te dices. Más citas y cuando acabas, aún más cansada, te vas, efectivamente, a tomar un tequila y un amigo te pregunta si no estás cansada de todo esto, de malvivir con la literatura. ¿Por qué no haces un máster?, te pregunta. Y crees que tiene razón: se vive mal de esto. Tú sabes que quieres ser editora, escritora y todo a la vez, pero de repente estás cansada y bebiendo un tequila y te dices: y todo esto para qué. Le respondes a tu amigo que es como cuando estás enamorado de alguien: no puedes evitarlo, ¿no? Por mucho que alguien te diga que esa persona no es para ti, que te conviene otra, en realidad, nada te va a convencer. Hay muchos peces en el mar, claro. Pero a ti siempre te gusta el pez que se te escurre de las manos. Así somos.

 

Al día siguiente arrastrando el jet lag, el cansancio y la pena por no haber comprado el iluminador facial, vuelves a tus citas, a hablar con tanta gente que, como tú, piensa que sin los libros todo esto sería mucho peor. Pero sin embargo, resuena aún esa pregunta, que es, a a la vez el título de una novela de Lionel Shriver: Y todo esto para qué. En realidad, no lo sabes. Al final del día te vas a la presentación de Días de Nevada, el nuevo libro de Bernardo Atxaga. Por los pasillos ves a Luis García Montero y tienes ganas de decirle que se haga una foto contigo –fenómeno fan– porque te sabes de memoria muchos poemas suyos Luis, recita el de Llamadas telefónicas, ¡va!. Pero no se lo dices, claro. Luego escuchas cómo Atxaga cuenta que la literatura es estar dentro y fuera. Es estar fuera de casa pero dentro a la vez; las palabras conectan realidades alejadas y la prosa es la poesía que no puede ser la poesía, dice. Tú anotas todo eso. Piensas y te emocionas. La verdad es que no cambiarías esos momentos por nada en el mundo.

 

Después te vas de la feria con dos amigas y tomas tequilas de nuevo. Ya te gustan un poco más. Les enseñas un libro que te has comprado: Poesía para los que leen prosa, de Miguel Munárriz. Una auténtica maravilla. Lees una frase al azar: “En el amor no existe/ lo verdadero sin lo irreparable”. Es un fragmento de un poema de Félix Grande. Miras a tus amigas y te dices que aunque a veces te preguntes “¿y todo esto para qué?”, sabes que no serías capaz de vivir de otra manera. Tambien sabes que hay ciertas frases, como esa que acabas de leer, que te recuerdan que aunque haya muchos peces en el mar, ese es el que a ti te gusta. A pesar de que sea difícil, a pesar de las ojeras, el cansancio y de que no tengas el dichoso iluminador facial. Existe algo de irreparable en todos los amores de verdad. Hay amores que matan pero, ¿no son esos los mejores?

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