Había una vez una nación inspirada por un héroe: Túpac Amaru II.
La revolución y la tierra, un documental escrito y dirigido por Grecia Barbieri y Gonzalo Benavente, es una deconstrucción y reordenamiento de significantes relacionados con la dictadura del General Juan Velasco Alvarado en el Perú (1968-1975) y la Reforma Agraria promulgada durante su gobierno. También es un tributo al conjunto de cineastas que reimaginaron el país desde sus aspiraciones artísticas y sus compromisos sociales: Armando Robles Godoy, Nora de Izcue, Federico García, Luis Figueroa, entre otros.
Túpac Amaru fue el logotipo oficial de un intento de modernización que resolvió la condición semifeudal del país, entregándole la tierra y grandes complejos agoindustriales y ganaderos a los campesinos, empoderando a los trabajadores que, bajo los auspicios del gobierno militar, se organizaron en cooperativas.
Fue la reforma agraria más pacífica y económica de América Latina. Fue una revolución sin sangre. Fue una reforma necesaria que previno una victoria en el futuro de Sendero Luminoso. Fue una decisión alimentada por la cobardía de muchos gobiernos supeditados al poder de los hacendados. Fue un desastre. Fue una ley mal implementada. Fue inspirada por el plan progresista de John F. Kennedy. Fue una decisión tomada después de constatar que las guerrillas de los años 60 tenían la razón y no los hacendados. Fue el fin de la esclavitud en el campo. Fue la oportunidad del cooperativismo. Fue desaprovechada por la izquierda que se radicalizó y enfrentó a Velasco. Hay muchas lecturas de ese momento y ese ha sido parte del problema.
«Campesino: el patrón ya no comerá más tu pobreza» dijo Velasco. Túpac Amaru II fue reinterpretado para los efectos de la Revolución: José Gabriel Condorcanqui, pequeño hacendado cusqueño del siglo 18, era el único incorruptible, el héroe descendiente de Incas, un hombre musculoso desmembrado por cuatro caballos como escarmiento para que los indios sigueran agachando la cabeza ante el poder español. «Querrán matarlo y no podrán matarlo»: el poema de Alejandro Romualdo, resonaba en esta apropiación del mito.
El documental contextualiza la decisión de Velasco. Nos obliga a mirar más allá de la venganza infligida por quienes, heridos, han intentado reconstituir su legado con significados negativos: ineficacia, prepotencia, ilegitimidad. Una empresaria, parada frente a sus cultivos, le dice a la cámara que al entierro de Juan Velasco no fueron sino sus pocos amigos y allegados. La revolución y la tierra nos muestra imágenes de una multitud, testimonios vivos de que Velasco fue llorado por quienes vieron en él la posibilidad de una nación más justa.
La revolución y la tierra convoca el testimonio verbal y el audiovisual. En él habla la intelectualidad peruana (Joseph Zárate, Marco Avilés, Gelín Espinoza, Eduardo Adrianzén, Ricardo Bedoya, María Isabel Remy, entre otros), protagonistas políticos (los guerrilleros Héctor Béjar y Hugo Blanco (ex congresista), el sindicalista Zósimo Torres, el general Morales Bermúdez) intercalados con las imágenes del cine peruano que contextualizan el período y permiten valorar mejor ese discurso en que Velasco decidió que la Revolución se hacía porque así tenía que ser. Porque nadie se había atrevido a hacerla.
No fue un cobarde. Tal vez un abusivo, un prepotente. Y a pesar de todo, comparado con la tibieza de la clase política, la ineptitud de la prensa, y la violencia de una oligarquía que pretendió seguir tratando a los campesinos peruanos como esclavos hasta que las montañas explotaran, Juan Velasco fue un valiente.
La revolución y la tierra puede ser visto y bajado desde la plataforma Vimeo hasta el 23 de octubre. 20% de los fondos recaudados serán para beneficio de dos comunidades amazónicas afectadas por la epidemia del COVID19.