Estuvo encarcelado por primera vez durante el reinado de Hosni Mubarak. Era mayo de 2006, tenía 24 años entonces y pasó 45 días en prisión por participar en una protesta en apoyo de la judicatura. Llegó la revolución y poco después pasó lo inesperado: en noviembre de 2011 la junta militar que tomó el poder tras la caída del dictador se empeñó también en cortar las alas a ese chico que inspiró a tantos otros en la calle y en la red y lo encerró durante casi dos mesos entre rejas.También el gobierno de Mohamed Mursi intentó procesarlo, pero no ha sido hasta la toma de poder del hasta entonces líder del ejército Abdelfatah al Sisi que la justicia ha osado condenarle: nada menos que a 15 años de prisión.
Y una vez más #freealaa.
La historia de Alaa abd el Fattah y la de su mujer, Manal Hassan, sería digna de una buena película si no fuera porque hoy es muy amarga y está pasando en la vida real. Contiene muchas secuencias a destacar: esas primeras manifestaciones de cuatro gatos en 2004 y 2005 cuando el movimiento Kifaya (Basta) salió a la calle para gritar su hartazgo de Mubarak; los posts que escribió desde prisión y que Manal colgó en su blog, Manalaa, escrito por la pareja a cuatro manos; su regreso al Cairo desde Sudáfrica en 2011 para unirse a la revolución de Tahrir; el nacimiento mientras estaba encerrado de su hijo, Jaled, llamado así en memoria del joven Jaled Said, el Mohamed Bouazizi de la revolución egipcia. Hijos ambos de familias activistas de izquierda, se iniciaron de muy jóvenes en la lucha por las libertades e introdujeron una nueva narrativa de disidencia y organización, la que facilita la tecnología en la que se formaron y trabajan, que parece irritar más que ninguna otra. Alaa es conocido como el pionero de la blogosfera árabe, y lo es, uno de ellos y ellas, pero su notoriedad es también mérito de los poderes sucesivos, que se han empecinado en convertirlo en un ejemplo y en acallarle.
Para ello, han tenido que inventar cargos chapuceros y montar escenas que tendrían más sentido en un show televisivo. Alaa ha sido condenado a 15 años de prisión -casi la mitad de lo que lleva viviendo- por organizar una protesta no autorizada que ni siquiera organizó y bajo una nueva ley, aprovada dos días antes, que restringe y penaliza el derecho de protesta. No importa que su hermana, Mona Seif, y otros activistas del colectivo No a los tribunales militares para civiles, fueran a entregarse reclamando que había sido el grupo quien convocó a denunciar en noviembre de 2013 ante el consejo de la Shura (cámara alta) que el borrador de la Constitución que se estaba debatiendo legitimara el juicio de civiles en cortes castrenses, una práctica que Mubarak utilizó contra los Hermanos Musulmanes y que, tras la revolución, el ejército aplicó a diestro y siniestro, tanto que sus víctimas se cuentan por miles.
Tampoco importa que la protesta en cuestión dejara de ser pacífica solo cuando la policía intervino a golpes, chorros de agua y gases lacrimógenos para dispersar a un par de centenares de personas y que Alaa no se contara entre la cincuentena de detenidos ni fuera detenido después cuando pasó ocho horas en comisaría para prestarles apoyo. Ni tampoco que dos día después, cuando ya se había hecho pública su orden de arresto y él había anunciado que iba a entregarse, las puerzas de seguridad irrumpieran en manada de noche en su casa y se lo llevaran esposado y a golpes, tras golpear también a Manal. Su testimonio de lo que sucedió esa noche está relatado aquí. Alaa estuvo cuatro meses en prisión preventiva, hasta que lo dejaron en libertad bajo fianza en marzo pasado.
Todo tiene tan poco sentido en estos tiempos en Egipto que hasta la vista de la sentencia ha sido una broma de mal gusto: Alaa y otros dos acusados fueron condenados en ausencia (o sea, en rebeldía) estando presentes: esperaban poder entrar en el tribunal, pero se lo impidieron. Su familia exige que el juicio vuelva a celebrarse. La pena corresponde, presumiblemente, a una suma de delitos, ya que los cargos de los que se le acusó incluyen también atacar y quitar la radio a un policía, ayudar a otros manifestantes a huir o interrumpir el tráfico.
Alaa mamó de pequeño a la fuerza el círculo infernal de la disidencia y la represión: su padre, el conocido abogado de derechos humanos Ahmed Seif, pasó un lustro en prisión cuando él tenía entre 2 y 7 años. Pero nadie hubiera esperado hace tres años en Tahrir, cuando la plaza estaba abarrotada de gente celebrando la caída del tirano, que unos pocos conculcarían de un plumazo la lucha de tantos durante tanto tiempo. La suya es la última condena judicial de un cúmulo de despropósitos, más dignos de la serie Juego de tronos, que Alaa lamentó hace dos días en un tuit no poder acabar de ver, que de un país teóricamente en transición hacia no se sabe qué democracia. Una muestra microscópica de ello es que todavía tiene pendientes dos procesos más.
La condena ya ha hecho correr tinta en las redes y ha sido denunciada por varias organizaciones de derechos humanos internacionales. Probablemente, como ya pasó en otras ocasiones, a Alaa le incomode ser el centro de atención, cuando no es el único ni mucho menos en ser víctima de la represión en Egipto. Otras 24 personas más han sido sentenciadas a la misma pena de encierro por la protesta ante la Shura; otros tres conocidos activistas, Ahmed Maher, Mohamed Adel y Ahmed Douma, lo fueron en diciembre a tres años de prisión por cargos similares, y en mayo fue confirmada la condena a dos años de la alejandrina Mahienour al Masry. En abril, centenares de simpatizantes o supuestos simpatizantes de los Hermanos Musulmanes fueron condenados a muerte en masa. El reportero de Al Jazira Abdullah el Shamy lleva más de 300 días aislado en una celda esperando juicio. Y la lista continúa.
Las cárceles, advirtió Alaa en marzo en una carta escrita desde prisión, están llenas de disidentes y todo el mundo lo sabe.