¿…por qué coño se cree la gente que he venido aquí?, ¿por sus museos vacíos de imponentes ruinas arqueológicas?, ¿por esa fastuosa arquitectura que mezcla restos de edificios bombardeos con felpudos diseñados por Versace en pisos de 600 m cuadrados?, ¿por esos hoteles legendarios en los que al avezado barman se le caen los cacahuetes dentro del vodka de garrafón?, ¿por ese inenarrable experimento sociológico que supone pisar por primera vez cacas de perro en los barrios musulmanes…?
No, no, y mil veces no…
Por algo llevo casi dos años y medio atravesando Beirut al anochecer, en taxis que atajan a través de los descampados y fábricas cementeras más lúgubres, solicitando de los salafistas de Trípoli artesanía similar a la que hacen en Tel Aviv, comiéndome las vacas sacrificadas en Brasil hace 15 años, chapoteando entre productos químicos prohibidos en la UE… Vivo sumida en un no parar de bajar a Tiro los fines de semana, con la esperanza de que el coreano del checkpoint disecado en el tanque de la ONU haga algo, resucite, escupa, apriete una tecla sin querer; me aburre ese puto café de posos de cualquier glorieta de Dahie que bebo y bebo aguardando a que un día Nasrallah, disfrazado de repartidor de shawarmas, me atropelle con su vespino; no me electrocuto ni a la de tres por mucho que meta los dedos por entre la valla electrificada que nos separa de Israel; intercalo en medio de cualquier email palabras clave como isótopo o Jamenei solo para que el Mossad me diga que está harto de leer mis correos de pega; saludo a los aviones que violan el espacio aéreo libanés…
Mis mejores paseos han recorrido, en vano.., los campos minados que bordean el Monte Hermón; he pedaleado exhausta por el valle de la Bekaa, imaginando a mis espaldas el repentino derrape de una furgoneta sin matrícula y con los cristales tintados, que se detiene entre gritos de “San Maroun es grande”, y acto seguido soy secuestrada y retenida en el patriarcado maronita hasta que España paga mi rescate y Pérez Reverte escribe un artículo llamándome gilipollas por ir por la vida como una vulgar cooperante.
Pero ha llegado la hora de admitir mi cruel derrota. Morder el polvo. 30 años jugando al Rizk, situando a ciegas en un mapa el Somme en lugar de recortar mariquitas, leyendo cuanto libro se publicaba sobre Stalingrado, creando mi propio archivo de cadáveres mutilados por los rusos en Chechenia, pateando hasta el último bunker de Berlín, tragándome los infumables videos de caza del mariscal Goering, inflamándome con los 15 años de guerra civil libanesa…¿para qué???
Para que ahora uno llegue aquí y le pregunten en el super si acumula puntos para comprarse una sartén, para que te miren mal si no vistes como si fuera la última actuación de tu vida antes de jubilarte como furcia, para que cualquier islamista de postín declare en la prensa que le mola alternar por Gemmaizeh, la zona pija de Beirut, para enterarse de que en las matanzas libanesas se sobreentienden las pausas del fin de semana para ir a la playa y a la disco, para que todos esos que supuestamente son el enemigo te ofrezcan kilos de pasteles antes de lanzarse a morir, para que bauticen como polvorín de oriente al único país en el que nadie quiere salir a la calle si no es a hincharse a comer, para que el máximo peligro sean esas novias libanesas cortando la tarta nupcial con una cimitarra mientras el novio gay mira alrededor aterrado buscando la salida….