La historia vital de Yayoi Kusama es inseparable de su obra. De joven fue víctima de varias dolencias psiquiátricas, en concreto, alucinaciones visuales y, más tarde, una fuerte ansiedad en torno a la vida erótica. Estos problemas se intensificaron por una conflictiva vida familiar, lo que llevó a la joven artista a mudarse a Estados Unidos en 1957 (regresó a Japón en 1973, donde vive en un hospital psiquiátrico). En Estados Unidos se hizo famosa por sus espacios ambientales decorados con lunares; sus objetos, como sofás y bolsos cubiertos con formas de tela, fálicas y mullidas; y sus cuadros de redes infinitas, donde unas pinceladas muy rizadas que cubren toda la superficie de la obra. Cabría decir que el arte de Kusama consiste menos en una serie de innovaciones que en una colección de artificios derivados de sus problemas personales, pero poco importaba eso en la década de 1960, cuando el espíritu de la época permitía casi cualquier cosa. Kusama es una artista cuya notoriedad obedece a su difícil historia, además de a sus esculturas, a menudo descaradamente eróticas, en las que abunda su emblemático falo, por lo general decoradas con los lunares que tanta fama le dieron. La artista, que trabajaba en una época en que el amor libre era un mantra –una de sus performances más conocidas consistió en llevar a varias personas desnudas, pintadas con lunares, al jardín del Museo de Arte Moderno en 1969–, tenía un don para cautivar la imaginación de su público.
Entre sus esculturas (o espacios ambientales) de Kusama, están sus Habitaciones infinitas, que eran lo bastante grandes para que una persona pudiera meditar con comodidad en su interior, y cuyo espacio –paredes, techos y suelos– estaba totalmente cubierto de espejos. De ese modo, se crea una sensación de espacio infinito, a pesar de las limitadas dimensiones del cubo. En cuanto compañera de viaje del arte pop y los movimientos minimalistas –era amiga de Claes Oldenburg, Andy Warhol y Donald Judd–, Kusama pudo identificar las obras innovadoras de la época y utilizar eso para sus propios fines, que tendían hacia el arte marginal o naíf. El renombre de su inestabilidad, de su belleza y su orientación hacia las imágenes sexualizadas y de su idiosincrásico y memorable arte evidenció que Kusama no solo era un ser dotado de una considerable fuerza imaginativa que quebrantaba libremente las normas, sino que también era percibida como un personaje público representativo del Zeitgeist estadounidense, a pesar de ser una artista de origen extranjero. Hoy es una nonagenaria, por lo que la exposición en el Jardín Botánico de Nueva York da muestra de su larga trayectoria pública, donde la artista ha enfocado la presentación de su arte de formas que fusionan, a propósito, su vida personal con su trabajo, cuyas energías cósmicas complementan una difícil vida personal y acogen la percepción mítica.
Tal vez la pregunta más importante respecto a la obra de Kusama tenga que ver con su contextualización. ¿Estamos ante una sofisticada artista pop, o ante las creaciones de una artista marginal? Es difícil responder. La mayoría de los artistas inestables no gestionan sus trayectorias profesionales tan bien como Kusama; de hecho, ha sido criticada por su excesiva autopromoción. Después, sus obras tienen un carácter rudimentario que, hasta cierto punto, sugiere que no es una auténtica profesional, sino alguien con muchas dificultades personales que se estaba afirmando a sí misma y que supo proyectar la imagen convincente de una persona con muchos problemas, pero muy creativa. Quizá Kusama le recuerde a su público a la artista contemporánea francesa Niki Saint Phalle, que nunca estudió arte, pero disfrutó de una importante carrera profesional, consolidada sobre todo por sus Nanas, como llamó a sus esculturas femeninas de grandes pechos coloridos. De Saint Phalle produjo un conjunto de obras comparable al de Kusama por su colorista franqueza y su accesibilidad para las personas de toda condición social. Sin embargo, Kusama siempre ha padecido la enfermedad mental, algo que no experimentó De Saint Phalle. No obstante, aunque no podamos separar las dificultades personales de Kusama de la inclinación visionaria de su trabajo, debemos considerar su arte por sí solo, para juzgar si es genuinamente contemporáneo, en un sentido profesional, o si lo debilitan su simplicidad y su ensimismamiento.
La decisión de exhibir el arte de Kusama en los maravillosos terrenos del Jardín Botánico de Nueva York permitió a los visitantes contemplar sus grandes esculturas entre flores, helechos y árboles y en el invernadero acristalado de estilo victoriano que alberga una atípica flora. Hoy en día, la contemplación del arte está muy controlada: te dicen incluso por qué camino debes ir y, a veces, pasas por debajo de las exuberantes piezas de Kusama. A pesar de este ambiente ligeramente autoritario –intensificado por los problemas causados por el virus de la COVID-19–, los espectadores aún pudieron disfrutar sin trabas de las enormes calabazas de colores colocadas junto a los estanques, en los edificios del Jardín, o la estructura al aire libre donde los visitantes podían aplicar calcomanías de flores a las superficies cubiertas de ellas. El Jardín Botánico de Nueva York, ubicado en el Bronx, está a solo veinte minutos en tren desde Manhattan, por lo que es una excursión fácil para quienes no vivan al lado. El acento se pone en la accesibilidad. Debemos recordar que vivimos en una época en que el populismo se ha apoderado de la cultura; las obras de Kusama se dirigen a los muchos, más que a los pocos, y su trabajo encaja perfectamente con este punto de vista. Sus monumentales flores no exigen demasiada indagación intelectual, sino que fueron concebidas únicamente para ser experimentadas tal como son: como productos y regalos de la naturaleza, con un énfasis en el amor de Kusama por ella (recordemos que el negocio de su familia era un vivero, lo cual influyó mucho a la artista en su niñez). Su popularidad, por tanto, es el signo de los tiempos: el empeño de Kusama en la accesibilidad y la interacción física de su público con su arte –cuando es posible– evidencia su acuerdo con un concepto democrático de la experiencia artística. Es difícil pensar en alguien que pueda estar en contra de una flor, por lo que su popularidad ha crecido a pasos agigantados.
A juzgar por el alegre carácter del arte de Kusama, este apela al sentimiento, más que al intelecto. Su gran escultura de aluminio titulada I Want to Fly to the Universe (Quiero volar al universo, 2021) resume la ambición cósmica de esta encantadora e idiosincrásica artista. Al mirar de frente la obra, el espectador ve una gran cara amarilla en el centro, rodeada de varios brazos enloquecidos, efusivos: llamas rojas con lunares blancos que se extienden para abrazar el cielo. La parte exterior de la escultura, que se eleva justo por encima del estanque donde está ubicada, es de color púrpura, de nuevo con lunares blancos, pero sin la cara del sol. ¿Se trata de una obra naíf? ¿O es una indicación muy sofisticada –aunque también simplificada y estilizada a propósito– del deseo de Kusama de identificarse con el universo en el más alto nivel posible? Tanto los niños pequeños como las personas mayores pueden deleitarse con estas obras. El telón de fondo –el Jardín Botánico– no hace sino intensificar la sensación de que las esculturas, entre las flores, el césped, los arbustos y los árboles, deben ser contempladas en un entorno natural. I Want to Fly to the Universe, con su alegre exuberancia, fue concebida para que recordemos nuestra necesidad de abrazar los límites infinitos de la naturaleza, que nos sirve de sostén y apoyo en nuestro deseo de mostrar afecto por el cosmos.
La tela roja con lunares blancos que cubre una media docena de árboles, cerca de una de las entradas al jardín, se eleva alrededor de 4,5 metros –a una altura de medio metro desde la base de los árboles–, y rodea algunas de las gruesas ramas que se extienden desde los troncos. Como sucede con la mayoría de las obras de Kusama, en su construcción hay un elemento decorativo. La absurda diferencia entre el árbol, tal como es, y la forma que le confiere la cubierta de tela produce un efecto visual ligeramente cómico, un atributo que debemos recordar al considerar el significado general de la obra de Kusama. Los lunares fueron una de las primeras alucinaciones de la artista, pero, como muchas de las imágenes que ella creyó ver, existe un elemento benigno que las libera de una intención maliciosa. La determinación de Kusama de abrazar el cielo quizá sea naíf, pero también representa un deseo que muchos hemos sentido, y que une de manera cálida y amistosa a las personas. Para Narcissus Garden (Jardín de narcisos, 1996/2001), se han colocado 1.400 esferas de acero inoxidable en uno de los numerosos estanques del Jardín Botánico. Por supuesto, el narciso es una flor, como indica el título de la obra, pero podría relacionarse también con nuestro reflejo, que vemos caricaturizado en la superficie plateada de las esferas: un esbozo del narcisismo ilustrado por el mito griego. Aun así, no se percibe un sentido de juicio o severidad: solo la visión un tanto extraña de las bolas de acero que flotan en un estanque artificial.
Life (Vida, 2015) consiste en un grupo de espirales arremolinadas, compuestas de fibra de vidrio reforzada de color plateado y dorado; las figuras con forma de hidra están adornadas con un patrón regular de grandes lunares rojos, verdes, azules y amarillos. Estas formas verticales, que semejan vagamente las de una foca, se elevan como si encarnaran la esencia misma de la vida. Es difícil atribuir una orientación intelectual a las obras de Kusama, las cuales han sido concebidas para ser disfrutadas, en vez de estudiadas. Sin embargo, su simple aura de placer se ve reforzada por el énfasis de la artista en la emoción. Se debe disfrutar la obra como la mayoría disfrutamos de la naturaleza, no importa que sea un jardín artificial o una tierra salvaje que se extiende más allá de nuestras expectativas; en la obra de Kusama hay más amor por la forma orgánica que por la geométrica. Su énfasis en lo orgánico está justificado: podemos aducir que se trata de algo fundamental para nuestra comprensión del proceso de la vida. La alegría que se pretende que experimentemos al contemplar estas esculturas nos recuerda que el propósito de las bellas artes es deleitar tanto como instruir. Y el arte de Kusama lo consigue con creces, aunque quizá a veces querríamos una interpretación más compleja de la realidad que quiere abordar.
Dancing Pumpkin (Calabazas danzarinas, 2020) es una divertida escultura de gran tamaño, colocada en el invernadero acristalado, que consta de once pedúnculos colgantes, largos y estrechos, de color amarillo con lunares negros, de los cuales tres llegan al suelo y sostienen la pieza. Los componentes interiores –lo bastante espaciados para que una persona pueda entrar en la obra– están pintados completamente de negro. Dentro, uno se siente como en una especie de gruta, pero el espectador se acuerda de que las calabazas también fueron una experiencia visual muy temprana, al ser parte del vivero de la familia de la artista. El control de la afluencia de los visitantes era muy estricto, dirigido incluso por letreros en el suelo de cemento con instrucciones para transitar por el interior de la calabaza. Quizá esto parezca un control excesivo, pero, dada la gran cantidad de visitantes en la exposición, era necesario insistir en todas las instrucciones.
My Soul Blooms Forever (Mi alma florece eternamente, 2019) consta de cinco flores de acero inoxidable colocadas en un estanque artificial, no muy profundo, dentro del invernadero. Las flores, que alcanzan una altura aproximada de 1,5 metros, son de colores claros, infantiles, y están rodeadas de palmeras y sus hojas; son casi animistas, por su presentación de una vida que trasciende el arte para entrar en contacto con la naturaleza misma. Sin duda, son unas obras concebidas para destacarse de la naturaleza real, pero creo que también se espera que recordemos la reverencia de la cultura japonesa por la naturaleza, que perdura todavía, en una época de urbanismo expansivo y superpoblación. El arte de Kusama permite a su público descansar la vista con una belleza coloquial, con una existencia experimentada al margen de los cultivos artificiales, y que se nos pide que contemplemos sin interrogantes filosóficos. En este sentido, las obras de Kusama son para todos.
No todas las obras estaban al aire libre; en el principal edificio administrativo había otra galería con algunas obras tempranas, entre ellas un ejemplo de nihonga (pintura tradicional japonesa). En el arte de Kusama, el temprano y el tardío, la naturaleza florece desde el principio. Una pared de la galería está cubierta por una obra titulada Cosmic Nature (Naturaleza cósmica, 2021), que consiste en una serie de paneles abstractos con patrones y diseños de diversas tonalidades que parecen derivados de lo que vemos en el mundo exterior. En el invernadero, curiosa y bellamente, los jardineros instalaron un jardín de retazos, cuyos colores se basaban en los utilizados en la pintura de Kusama. Es imposible imaginar una muestra más sutil y lograda de una naturaleza que responde al arte, y no al revés. El enfoque orgánico de Kusama sobre la vida aspira a la exuberancia y, en gran parte, funciona. Alone, Buried in a Flower Garden (Solo, enterrado en un jardín de flores, 2014) es un mosaico de colores luminosos, pintados en acrílico sobre lienzo, separados entre sí por contornos negros, al modo de una vidriera. Cada uno de los componentes está decorado por varios patrones: líneas, puntos, formas que semejan semillas, etcétera. El público de Kusama se ve inevitablemente atraído por este tipo de amalgamas, al ver en el mosaico un universo infinito de pequeños y grandes diseños. Uno piensa que la pintura podría ser una excelente plantilla para una tela, por su exuberancia y su colorido.
Probablemente lo mejor sea terminar esta reseña con unas palabras sobre Infinity Mirrored Room – Illusion Inside the Heart (Habitación infinita espejada: ilusión dentro del corazón, 2020), un cubo de espejos, ubicado afuera, de los muchos y más famosos creados por la artista. El exterior de la estructura se compone de vidrio y acero espejados que, al ubicarse al aire libre, reflejan, a su vez, la vegetación a su alrededor. En su interior, el color del vidrio cambia con la luz natural, en función de los distintos momentos del día y las estaciones del año. Dentro, uno se asombra de su simpleza: utilizando solo vidrio y espejos, Kusama ha logrado construir un espacio ambiental que, debido a sus reflejos, es literalmente infinito. Kusama es una artista de los espacios infinitos, acompañados de una perspectiva ingenua que se expande sobre lo ilimitado. Para el espíritu de nuestro tiempo, acierta de lleno, al ser una escultora internacional cuyas consideraciones puede entender cualquier persona de cualquier cultura. Quienes quisiéramos ver un arte manifiestamente japonés no lo vamos a encontrar aquí. La popularidad de Kusama se basa en la inmediatez de su impulso creativo, en su voluntad de llegar al mayor público posible. Sin embargo, esto se hace a expensas de la especifidad cultural. De hecho, cabe señalar que una de las cosas más tristes de las bellas artes contemporáneas es su implacable internacionalismo, hasta el punto de que se suprimen las diferencias nacionales en aras de una estética capaz de atraer a todo tipo de personas de toda clase de culturas. El arte de Kusama se adapta perfectamente a estas circunstancias. Sus esculturas, sobre todo las de flores, transmiten de inmediato su tema, sin crear obstáculos conceptuales a los que su público deba enfrentarse.
Esto es algo muy positivo: en estos tiempos populistas, necesitamos tantos espectadores de tantos orígenes como sea posible. Sin embargo, también cabe lamentar la pérdida de la particularidad cultural que antes era, sin discusión, una de las grandes señas de identidad de la creación artística. Si ahora la producción cultural aspira a comunicarse de acuerdo con todos los criterios –de clase, raciales, étnicos, religiosos–, entonces nos dirigimos hacia una implacable igualdad, rayana en la monotonía. Por supuesto, el mundo es lo bastante grande y variado para que las diferencias artísticas pervivan, hasta cierto punto, aunque internet y las redes sociales estén creando una cultura autosemejante en todo el mundo. Sin embargo, si adoptamos un enfoque más amplio de la historia del arte, la pérdida parece ser parte de ella. En esta exposición no hay nada –salvo un par de cuadros muy tempranos, de inspiración nihonga– que nos lleve a identificar un espíritu japonés en la producción de Kusama. Quizá esto resulte decepcionante, pero debemos responder de forma objetiva al Zeitgeist contemporáneo, que es ferozmente antidemocrático y, a menudo, antiintelectual. No obstante, parte del interés del arte radica en su capacidad para lograr una nueva creatividad, un lugar cuya innovación es a menudo el resultado de una idea original. Si perdemos el contacto con las ideas, podemos perder nuestra sensibilidad respecto a los avances de la forma. En Estados Unidos, el arte identitario es muy popular, pero este ensalza a la persona y sus características personales y les atribuye más importancia que al propio arte. Así, el creador se convierte en el interés principal, a expensas de la obra de arte. Si bien es necesario reconocer los orígenes del artista, hacerlo puede provocar la pérdida visual. Kusama nos ofrece un arte concebido para que lo disfrutemos sin pensar en sus intenciones. Sus obras se basan principalmente en los sentimientos, lo cual es comprensible, dadas sus dificultades emocionales; pero, al mismo tiempo, los que tenemos inclinaciones históricas quizá lamentemos que las obras no reflejen la historia del arte del lugar de origen de la artista. Se podría responder que este enfoque mira al pasado, y no al futuro. Además, las ideas pueden complicar, sin ninguna necesidad, nuestra reacción al arte, aunque a menudo la responsable del cambio visual ha sido la percepción intelectual. Hoy se nos pide que sonriamos ante el abierto goce de Kusama del arte y la naturaleza, sin preocuparnos por si este es un punto de vista demasiado simple. El logro de Kusama es ambivalente, en el sentido de que nos seduce con una belleza primordial, pero se niega a avanzar hacia una consciencia conceptual de su significado. De este modo, su arte es accesible para todos, sin complicaciones. Es una decisión acorde con los tiempos.
Traducción: Verónica Puertollano
Original text in English