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Yes, yes


 

 

“Miro los helados que se venden en las esquinas, las flores populares de papel, las vitrinas, en busca de cosas nuevas, de las pequeñas cosas que hacen grande la vida”.

Confieso que he vivido, Pablo Neruda

 

 

Hay dos cosas que no soporto de la lluvia, y esto lo saco con ocasión del otoño porque últimamente brindamos poco, y son las siguientes: el hecho de que llueva (salvo que esté encerrado en una habitación con la chica que me gusta, que entonces supongo que el mundo se puede ir al carajo) y salir corriendo.

 

Alzar los hombros y correr a refugiarme se ha convertido con el tiempo en una de esas cosas que me sobrepasa, que va más allá de lo que cualquiera haría a no ser que se vea cargando una delicada copia impresa de su primera novela, pero de no ser así no queda más remedio que abrir los brazos y mojarse. Porque cada vez que me encuentro corriendo buscando refugio en un portal termino maldiciendo; recordando disgustado que llegados a ese punto será mejor seguir silbando con agua hasta en los bolsillos. Caminar con las cejas levantadas notando las gotas recorriendo con sensacionalismo el pescuezo mientras el cielo se cae a pedazos todo por culpa de una mala gestión de Roberto Brasero, supongo.

 

Desde cuándo celebras el otoño, hijo mío, me preguntará mi madre a medio almuerzo, y tendré que explicarle que es la solución más práctica que le he encontrado a las cosas ahora que he descubierto que el teléfono lo contestan más los muertos. Motivo por el cual me he retirado muy discreto de mi puesto de teleoperador, tras no más de un par de días de trabajo (no me gusta encariñarme demasiado). Tenía que llamar a suscriptores del periódico gallego de mayor tirada para hablarles de una oferta en las tarifas de su suscripción, y resulta que cada tres por dos contestaba el teléfono el hijo o la pareja del suscriptor difunto. Murió hace ya unos años, me decían, mientras yo pensaba que aquello era la metáfora más grande que le ha pasado al periodismo en los últimos cien años. Aun así el periódico, me decían sus familiares tranquilizándome, seguía llegando a sus casas cada mañana, y es que supongo que a todo el mundo le gusta que siga informado el muerto.

 

Por ejemplo esta tarde, bajo la lluvia, he celebrado pasear como un anciano por mi barrio tras negarme a ir al gimnasio, lo que era una decisión complicada, y la he tomado como se toman las decisiones más importantes en la vida: sentándome a esperar sin hacer nada.

 

También, últimamente, celebro que algunas cosas que gustan se repitan dos veces. Con insistencia. Aunque Valle-Inclán adjetivase tres veces, y Martin Amis dijese en Experiencia que si en un párrafo repetíamos una palabra o una frase, la cifra ideal era hacerlo 3 veces; menos es torpe y tímido, más es demasiado. Así que literatura casi a un lado bienvenido sea que se repitan como en la entradilla a un poema de Poeta en Nueva York de García Lorca que dice:

 

Do you like me?

Yes, and you?

Yes, yes.

 

Eso es lo que quiero oír, en un golpe tan suave como pasarte una segunda vez un algodón por las fisuras de tu cara. Y es que hace poco he descubierto ese Yes, yes en forma de susurro entre las mantas de mi cuarto. Nunca pensé que compartir mi cama cinco noches seguidas con todas sus horas sería tarea fácil, y sin embargo una sonrisa me dejó cara de tonto y ahora que vuelvo a dormir solo me veo dando vueltas buscando a qué agarrarme, mirando a la ventana por si aún se le escapase algún reflejo. Y es que así, entre Yes, yes, se le suaviza a uno la llegada del otoño, cuando la lluvia, que siempre fue letal y traicionera, se me antoja ahora tan sólo eso: lluvia. 

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