Dios me libre de ser bienintencionada.
Esta, la española, es la tercera crisis económica que vivo de cerca, que me traga. El famoso efecto 2000, la hecatombe, se hizo realidad en Ecuador en 1999. Entramos al nuevo milenio arrasados: sin moneda nacional -el sucre, que en paz descanse, fue reemplazado por el US dollar-, con los ahorros devaluados o directamente perdidos, con el país echándose las manos a la cabeza, con suicidios e infartos y con miles de emigrantes forzosos haciendo maletas a toda prisa para escapar del hundimiento. Crisis uno.
El año 2002 me pilló en Argentina. Una cosa horrorosa -inexplicablemente en coqueto diminutivo- llamada corralito se tragó, otra vez, los ahorros de todo un país. Vi cosas en las calles de Buenos Aires que nunca creí que vería en un país como ese: familias enteras –buenos abrigos, paño de tiempos mejores- rebuscando en las basuras de los barrios nobles, hombres mayores llorando como criaturas, niños sorprendidos por el hambre, silencio de mandíbulas apretadas en todos los cafés y, otra vez, miles de emigrantes forzosos haciendo maletas a toda prisa. Crisis dos.
En 2008 llevaba ya tres años viviendo en España y no necesito decir qué viene a continuación. Crisis tres.
Así que, dios me libre de ser confiada frente a esto.
Leí, como todos supongo, una nota sobre la decadencia de Madrid que publicó El País el domingo. El tremendismo y el tono desolador –«arruinada y sucia. Con sus políticos cuestionados. Su noche y su cultura languidecen. El turismo cae en picado»- de ese artículo se ha criticado en muchas partes y con mucho ingenio (me gustaron especialmente este: Madrid me mata y este: El Gentrificador), así que yo, menos inteligente que los blogueros citados, lo único que voy a añadir es que esta ciudad, mi ciudad desde hace ocho años en la práctica y al menos veinte en la fantasía, hoy me gusta más que nunca.
Madrid hoy me gusta más que nunca.
Dios me libre de ser ingenua.
Madrid tiene más mugre, quién lo niega. Duele e indigna ver la basura acumulada en las esquinas, las calles pegajosas de dios sabe qué, la peste agresiva y esto es lo peor: que la suciedad sea cada vez más ubicua, frecuente y eficiente que, por ejemplo, el transporte público. Yo soy la primera en avergonzarme ante los amigos turistas del lamentable espectáculo de nuestros desechos mal recogidos.
Pero esta ciudad, lo que hace inmensa a esta ciudad -resulta hasta estúpido recalcarlo- no es su limpieza.
En los años que llevo aquí nunca he visto tal cantidad de iniciativas –pequeñas, autónomas, independientes, comunitarias- como ahora, 2013, el año de la supuesta decadencia de Madrid. Arganzuela se llena de pequeños teatros, Lavapiés y el Barrio de las Letras de galerías de arte, tiendas de diseño y anticuarios, El Matadero y La Tabacalera son como gigantescos motores de actividades culturales que no paran, se abren cafés culturales, se hace microteatro en casas o en oficinas, se crean espacios de trabajo compartido, se hacen exposiciones, se lanzan libros…
No hay tiempo de verlo todo, no hay tiempo de vivirlo todo, harían falta varios días en un mismo día para abarcar todo lo que esta ciudad ofrece (todos los días, a toda hora).
No hay dinero, pero hay tiempo, hay ideas, hay gente, hay ganas, hay.
Dios me libre de ser cándida.
Sé que como Comunidad y como Ayuntamiento estamos endeudados como para ocho generaciones y que se siguen haciendo estupideces nada relaxing y carísimas, pero he visto levantarse a dos países después de crisis comparables a terremotos nacionales: o sea, los he visto volver a poner piedra sobre piedra y creo en la gente de Madrid –que es Madrid y no la limpieza o su ausencia y no el presupuesto o su ausencia y no los gobernantes o su ausencia- y en una ciudad que ya tiene varios siglos de experiencia en eso de reinventarse.
Dios me libre de ser cursi.
Pero yo me bajo en Atocha. Yo me quedo en Madrid.