Con pasmo, pena, indignación e incomprensión estoy (estamos) viviendo la escabechina planeada para ya mismo contra la plantilla de El País (ERE injustificado de un tercio de sus profesionales); al frente de esa escabechina se encuentra el que se consideró tantos años astro del periodismo, Juan Luis Cebrián, y que hoy, desnortado, deslumbrado (no sabe muy bien ante qué) y millonario, se aplica con diligencia a destruir lo que tanto contribuyó a crear y consolidar. Hoy he decidido contar aquí que, en tiempos en que esto que está pasando era impensable, y en vista del descontento evidente en la redacción, decidió preguntar uno a uno a sus componentes –por orden alfabético–, qué personas eran más respetadas y aceptadas y por tanto merecían dirigirla. La encuesta se interrumpió pronto, pero mi apellido empieza por B, así que… voilá, respondí a su pregunta, un poco asombrada: este hombre tan listo, pensé, o no lo sabe –mal– o se hace el sueco –peor-–, quizás renuente a ceder el testigo a gente que podría resultarnos más cercana, con gran peligro del famoso y para él sacratísimo ‘principio de autoridad…’ (no hablo de la autoridad moral, esa señora tan meritoria y olvidada).
Pero esta columnilla va de lenguaje, y es que después de haber trabajado tantos años por mejorar y presentar dignamente El País a sus lectores, doy un respingo cada vez que me encuentro con una nueva barbaridad en sus páginas, fruto no sólo de los despistes y la prisa con que se trabaja (¡¿por qué será?!), sino del desprecio al trabajo bien hecho, la indiferencia ante la falta de edición, los disparates fruto de la incultura y tantas otras cosas que constantemente nos interpelan y hieren desde las páginas de ése que todavía es mi diario preferido (¿hasta cuándo?).
Aquí y en mi libro las he ido reseñando, con la esperanza tozuda de que alguien recogiera el guante (pueden ver algunas de las más clamorosas en las entradas a mi blog en fronterad). Pero no. El viernes, sin ir más lejos, una entrevista en Babelia (¡Babelia!) a Antonio Gamoneda, el periodista recoge esta frase del poeta: “Para mí, el tiempo tiene ya dos perspectivas: una como tiempo ya pasado y otra a la que me voy acostumbrando y ante la que me revelo cada vez menos: la natural interrupción del extraño accidente que es vivir. La primera en la frente. Pero en un texto tan largo hay que hacer sumarios, esas frases que alivian el texto cortándolo visualmente. Y vuelve la mula al trigo: «Cada vez me revelo menos ante la interrupción del extraño accidente que es vivir. La muerte, que siempre me dio miedo, ya es de la familia”.
Cualquiera puede tener un despiste ortográfico, pero ¿quién revisa, quién edita, a quién le importa? Lo que es seguro es que la bajada acelerada de la calidad de los textos de El País no tiene nada que ver con la revolución digital y sus magníficas perspectivas, sino con la codicia, la irresponsabilidad y el desprecio al buen hacer acumulado de tantos de sus componentes, que antes de diciembre recibirán una paga extra consistente en… una patada en el trasero.