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Zapatero y la cumbre iberoamericana

 

 

La XXI Cumbre Iberoamericana ha concluido sin pena ni gloria en Argentina. Hace tiempo que el acontecimiento, salvo cuando hay algo verdaderamente noticioso como el incidente del “¿Por qué no te callas?”, sólo encuentra un amplio eco en el país en el que se celebra. En los demás, otros
acontecimientos le roban titulares y atención. En el nuestro, la huelga de los controladores ha opacado todo.

 

Los inventores de las cumbres, México, y en España el gobierno de Felipe González, dudaron al poco de ponerlas en marcha si deberían mantener una periodicidad anual o celebrarlas cada dos
años. Se mantuvo la anualidad y hay quien dice que la deshilvanada conexión entre los países que la integran de ambos lados del Atlántico no da para esta frecuencia. España y Portugal están demasiado imbricados en la Unión Europea y en la América hispano-lusa hay varias Américas.

 

El propósito, con todo, de encontrar bases de cooperación para defender intereses comunes en la escena internacional sigue siendo válido y por ello nuestro gobierno ha de esforzarse en que el cónclave no se descafeíne más de lo que está. Causa entonces extrañeza la espantada, sin mayores explicaciones, que ha dado precisamente el presidente Zapatero. Ni el Rey ni el presidente del gobierno habían nunca faltado a la cita. Era precisamente un acicate para que otros no hicieran novillos. La ausencia de Zapatero es por lo tanto significativa.

 

Las razones no han emergido claramente. La crisis económica no le impidió desplazarse dos días antes a Libia y la víspera a Zúrich para apoyar infructuosamente la candidatura ibérica para el Mundial. (La mano de Putin fue aquí más alargada que la de Zapatero, que ha dedicado poco tiempo al tema, o que la del inglés Cameron). No se acaba de entender la prioridad dada a Gaddafi o a la votación suiza sobre toda una Cumbre Iberoamericana que España debería potenciar. Pensar que el presidente se quedó en España porque veía venir la catástrofe de los controladores huele a
conjetura arriesgada. En ese caso, podría argumentarse, bien podría haberla abordado antes de que estallara.

 

Los esfuerzos de la anfitriona, la presidenta Cristina Kitchner, para convencer a nuestro presidente no dieron resultado. La presidenta, reponiéndose aún del fallecimiento de su marido y del comentario de la señora Clinton emergido en Wikileaks en el que se cuestionaba su estabilidad mental, debió oír explicaciones de Zapatero que, al parecer, no han sonado convincentes para la diplomacia argentina.

 

Llenándosenos la boca con la importancia de Iberoamerica en nuestra política exterior, queda flotando un poso de frivolidad en nuestro comportamiento. No es la primera vez. Las relaciones internacionales no son la asignatura favorita de nuestro presidente ni aquella de la que le gustaría examinarse.

 

En la cumbre, los representantes de Venezuela y Bolivia han lanzado las diatribas habituales contra Estados Unidos. Esta vez, ¿cómo no?, sobre la cuestión de Wikileaks. Costa Rica, de su lado, ha pedido la ayuda española contra la injerencia de Nicaragua.

 

La cumbre no ha hecho precisamente historia.

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