Tras salir por la mañana de Niza, nos detuvimos en un mirador de la moyen corniche y contemplamos en Eze el mar de un color azul deslumbrante. El mismo mar que restauró ─precaria y temporalmente─ a Friedrich Nietzsche cuando lo descubrió en diciembre de 1883. Allí permanecería con base en Niza hasta el mes de abril de 1884. En Ecce Homo, al hablar de la génesis de Asi habló Zaratustra, nos refiere de este modo aquella estadía:
«Al invierno siguiente, bajo el cielo alciónico de Niza, que entonces resplandecía por primera vez en mi vida, encontré el tercer Zaratustra ─y había concluido. Apenas un año, calculando en conjunto. Muchos escondidos rincones y alturas del paisaje de Niza se hallan santificados para mí por instantes inolvidables; aquel pasaje decisivo que lleva el título “de tablas viejas y nuevas” fue compuesto durante la fatigosísima subida desde la estación al maravilloso y morisco nido de águilas que es Eza ─la agilidad muscular era siempre máxima en mí cuando la fuerza creadora fluía de manera más abundante. El cuerpo está entusiasmado: dejémonos fuera “el alma” …a menudo la gente podía verme bailar; sin noción siquiera de cansancio podía yo entonces caminar siete, ocho horas por los montes. Dormía bien, reía mucho─, poseía una robustez y una paciencia perfectas.»
A finales de 1883, Nietzsche no pasaba por su mejor momento. Sus libros no se vendían, sus problemas de salud se habían exacerbado, Lou Andreas-Salomé lo había plantado y Wagner acababa de fallecer. Allí, en aquel caminar por Eze (él utiliza el nombre italiano, Eza) sus problemas empezaron a resolverse como por ensalmo, solvitur ambulando (“se resuelve caminando”) y volvió a experimentar la emoción de la creación, imprescindible para escribir. Aquí, paseo a paseo por lo que ahora se conoce como “Le chemin de Nietzsche” terminó el Zaratustra y se dice que nunca se le vio tan lleno de alegría. Nietzsche regreso cada año a la Costa Azul, hasta la primavera de 1888, cuando se fue a Turín para echarse en brazos de la locura. No es de extrañar que para él aquello días en la Costa Azul fueran el epítome de un mejor tiempo pasado. Un tiempo en que “…a menudo la gente podía verme bailar; sin noción siquiera de cansancio odía yo entonces caminar siete, ocho horas por los montes. Dormía bien, reía mucho, poseía una robustez y una paciencia perfectas”. La gran salud, qué duda cabe. ¿Qué significaba para Friedrich Nietzsche el cielo alciónico de Niza, Eze y la Costa Azul?
Alcíone, hija de Eolo, era la esposa de Ceyx. Cuando este murió en un naufragio, Alcíone, desesperada, se arrojó al mar. Los dioses, compasivos, los transformaron a ambos en una pareja de alciones o martín pescador. Eolo, dios de los vientos, ordenó que todos los años los vientos dejaran de soplar durante los siete días anteriores y los siete posteriores al solsticio de invierno, de modo que el alción o martín pescador pudiera hacer sus nidos sin peligro de que las tempestades y los vientos los desbarataran y se echasen a perder sus huevos. Esos días eran conocidos como días alciónicos ─alkyonídes hemérai─. Incluso en el momento más crudo del invierno, los vientos dejaban de soplar y reinaba la calma. Nietzsche consideraba a aquellos días de calma en la Costa Azul como su momento de paz entre el fragor de dos tormentas, la que había visto cesar y la que sabía que pronto llegaría. En ese intervalo de paz que le concedieron los dioses terminó a martillazos su Zaratustra, caminando por Eze, aquel antiguo enclave sarraceno, con la vista incomparable del mar de la Costa Azul. Aunque aún está por llegar el solsticio de verano, creo que siempre recordaré estos días en la Costa Azul como nuestros días alciónicos, los que nos permiten recobrar fuerzas antes de la tormenta.