Mucho antes de conocerla, Juan Ramón Jiménez se enamoró de su risa. La de Zenobia era como ella: una risa distinta. La había escuchado a través de la pared que separaba su habitación de la de sus vecinos, un matrimonio de intelectuales, que celebraban reuniones que, por demasiado ruidosas, le producían dolor de cabeza. Ya se había quejado otras veces golpeando el bastón contra la pared, pero aquella le pareció una risa tan encantadora que,lejos de lamentarse, durante unos días no hizo otra cosa que pensar quién sería aquella mujer que desde la ventana veía salir cada noche del edificio.
Lo averiguó unas semanas después, al coincidir con ella en la Residencia de Estudiantes en una conferencia de Manuel Bartolomé. El encuentro había sido organizado por sus vecinos, convencidos de que alguien como ella, alegre y culta, tan distinta de las jóvenes españolas, podría ser el contrapunto perfecto del poeta. No habían pasado ni dos horas de haber sido presentados y Juan Ramón ya tenía la impresión de conocer, según sus palabras, a “la americanita”, como cariñosamente sus amigos la llamaban.
Lo que para él fue un flechazo para ella mucho más realista. Aquel interés del poeta agasajándola con mil atenciones no le pareció más que el capricho de un hombre sombrío y triste. Independiente y comprometida, el noviazgo no entraba por entonces en los planes de Zenobia, mucho menos el matrimonio. Ya había dado largas a otros pretendientes, como Henry Shattuck, un abogado amigo de la familia, con el que en un intercambio de cartas le había dejado claro que su intención no era la de casarse. Su deseo es otro, quiere seguir siendo una mujer independiente, involucrada con los temas sociales, no quiere que sus inquietudes culturales se vean comprometidas por el fulgor de una relación sentimental.
Recién llegada de La Rábida procedente de Nueva York, apenas lleva unos meses en Madrid y la vida de Zenobia empieza a acomodarse a su nueva situación. Todavía se acuerda de los amigos que dejó. Instalada con su madre en un piso de la Castellana, echa en falta la escuela infantil que montó en La Rábida para enseñar a los hijos de los trabajadores a leer y a escribir. Cosmopolita, de familia acomodada, Zenobia es la hija de Raymundo Camprubí, un ingeniero catalán, y de Isabel Aymar, procedente de una rica familia puertorriqueña. Su infancia transcurre entre España y América. Con su abuela materna habla en inglés. Profesores de francés y de italiano van a su casa. Aprende mecanografía y continúa con sus clases de historia y de gramática. Desde pequeña asume responsabilidades que por edad no le hubieran correspondido. Su madre es un verdadero desastre en los asuntos domésticos. Es ella quien se encarga de dar instrucciones y supervisar a los criados. Estas obligaciones, lejos de asustarla, le divierten; cuidar de sus hermanos y prestar atención de cuanto sucede a su alrededor se convierte en el reto de una niña que aprende a ser mayor.
Las desavenencias de sus padres sirven de excusa para su primer viaje a Nueva York con su madre y su hermano Jo. La intención es buscar universidad para él, pero hay otro motivo que origina esta separación y es que, con el desplome de la Bolsa de París, su padre pierde una importante suma de dinero que le obliga a hipotecar su casa de la Sexta Avenida en Nueva York, lo que, junto a la amenaza de secuestro de su hermano, sumen a su madre en una crisis nerviosa de la que solo encuentra salida abandonando el hogar familiar.
Esta personalidad neurótica de su madre, proclive a la negatividad, le obliga a madurar más aun tratando de buscar otras sensaciones con las que contrarrestar esa tendencia al desequilibrio. En ocasiones es ella quien, olvidándose de que es hija, asume el papel de madre, intentando que no caiga en alguna de sus crisis, convirtiéndose así en su principal apoyo emocional. Por eso cuando conoce a Juan Ramón tiene la sensación de estar viviendo una situación que no le es nueva. Le tacha de egoísta, le sugiere que se olvide de esa propensión suya a la melancolía y llene de alegría su vida. “Yo le voy a curar a Ud. de raíz, pero de raíz”, le dice. En su afán por ayudarle asisten a conferencias, se reúnen con amigos… También él la visita a su casa, ante la desaprobación de su madre que, con su mentalidad tradicional, no ve en Juan Ramón al hombre adecuado para su hija. Tampoco cree que sus nuevas amistades sean una buena influencia para una joven como ella. Pero Juan Ramón no se rinde, la espera sentado en un banco frente a su casa todas las tardes. Se conforma con verla, aunque sea de lejos. Le escribe notas, le regala su último libro de poemas en un intento desesperado de enamorarla, pero sus poemas son de un erotismo tal que, lejos de seducirla, suscitan su desconcierto, confesándole pudorosa que de no haber sido suyos los hubiera tirado por la ventana por demasiado atrevidos.
Acostumbrada a tenerlo todo bajo control, desde niña lleva registrando en su diario cuanto considera importante en su vida. Fue su madre quien le sugirió que lo hiciera. Algo sin pretensiones al principio, una enumeración de pequeños aspectos de su vida cotidiana: citas con el dentista, sus lecturas, encuentros con sus amigos a los que apenas menciona con sus iniciales. Será pasado el tiempo cuando estas anotaciones vayan cobrando más importancia, convirtiéndose su diario en el confidente al que contar sus vivencias. Su curiosidad la lleva también a escribir relatos. Su primer artículo, con catorce años, es publicado en inglés: se trata de un textoinspirado en su tío militar, Félix Camprubí, al que le suceden otros muchos en el mismo idioma. Son sus experiencias por el mundo las que le sirven de base para sus historias. Tampoco se olvida de sus amigos en la distancia, a los que escribe en una suerte de correspondencia que le ayuda a no perder la cercanía, y que constituirían después una fuente de información indispensable para conocer su verdadera personalidad.
Pero no es lo único en lo que ocupa su tiempo. Ha empezado también a traducir del inglés algunos fragmentos de la obra de RabindranahTagore, Premio Nobel de Literatura en 1913, del que se confiesa admiradora. Se siente tan entusiasmada que muestra a Juan Ramón su trabajo, quien no solo la anima a seguir sino que se ofrece a publicárselo. Cualquier pretextoes bueno si consigue tenerla cerca al menos dos días a la semana y ganarse su afecto. Ella traduce del inglés y él se encarga de ponerle ritmo, mejorando con su personal estilo, esa sintaxis demasiado americana que, según sus palabras, no le parece muy ortodoxa. La empresa no resulta fácil. Los caracteres de ambos chocan, ella no está dispuesta a que su alegría se vea enturbiada por los cambios continuos de humor del poeta. Tampoco quiere que su nombre aparezca en las traducciones: no se trata solo de modestia, teme que su madre no entienda esta colaboración.
Su relación avanza a trompicones a medida que el trabajo conjunto también lo hace, un idilio que, aunque ella se niegue a reconocer, se está ya fraguando. A pesar del carácter reservado de Zenobia pide consejo a sus hermanos, siente miedo de que una vez que el tiempo pase su interés se disipe, y aunque Juan Ramón la tranquiliza (“pienso que tu alma no se me acabará nunca”), ella no puede evitar tener dudas. Pero no solo su familia, también sus amigos se permiten consejos: “los poetas son amigos que enriquecen e iluminan la vida, y maridos espantosos”, le dicen. Pero ella, vehemente en sus decisiones, desatiende los consejos de su familia y se hacen novios en secreto. La situación laboral de Juan Ramón ha mejorado, y La luna nueva,la traducción del libro de Tagore, es su libro más vendido. Se encuentra ya en disposición de ofrecerle a Zenobia un futuro y conseguir la aprobación de su madre. La boda se celebraría en Nueva York en marzo de 1916.
Unos días después viajan a Boston. Zenobia quiere mostrarle los lugares que han sido importantes para ella, retomando su vida social, y encontrándose con sus viejos amigos. Juan Ramón no siempre se suma a sus paseos. Cuando no es su salud, es su necesidad de escribir, más fuerte que cualquier otra cosa. Muchas veces tiene que sacarle de su ensimismamiento y obligarle a que le acompañe. Casi a la fuerza acuden a conciertos, museos, y a librerías como la Steckert’s& Co, visitan editoriales y disfrutan de Central Park. Aunque no siempre entienda el comportamiento de su marido, confiesa ser muy feliz. Aunque de vez en cuando “estalle la tormenta, luego nos desahogamos, nos entendemos y nos queremos mucho”, reconoce.
En junio vuelven a España. Es ahora cuando de verdad empieza su vida de casados. Instalados en Madrid, Zenobia se convierte en su secretaria y en el mayor apoyo de su marido. Conocedora de sus manías, sabe que cuando éste se encuentra inmerso en la creación de su obra debe procurarle la tranquilidad que necesita. No permite que nadie interrumpa su trabajo con visitas imprevistas, y si alguien irrumpe en la casa inventa mil excusas con las que disculparse. Pero sabe que cuando su trabajo de escritor termina debe mostrarse encantadora y efusiva con la personalidad arrolladora que la caracteriza. Cuida que, con mil detalles, la casa sea acogedora, que no falten las flores que a él le gustan. Se preocupa de su alimentación. Juan Ramón también es exigente con la comida; un yogurt por la tarde, jamón cocido, huevos, leche y dátiles constituyen su dieta. Zenobia asiste a clases de cocina e intercambia recetas en su afán de ser la esposa perfecta.
A pesar de que el trabajo doméstico es agotador, no deja de lado las traducciones de la obra de Tagore, tampoco sus implicaciones sociales, fundando una asociación llamada La Enfermera a Domicilio, de la que ella es la secretaria. Se interesa también en el negocio de alquiler de pisos amueblados en Madrid. “Yo no estoy bien si no estoy trabajando”, escribe en su diario, justificando esa necesidad suya de estar siempre ocupada. Siguiendo esta premisa, en 1926 abre junto con su amiga Inés Muñoz una tienda dedicada al arte popular español, en la que venden bordados, muebles, cerámica. Sin embargo, pese a tantos esfuerzos, la economía se resiente. Juan Ramón se desentiende de los temas materiales, todo cuanto no sea la literatura le parece secundario.
Sin reproches por su parte, Zenobia asume el timón de la economía de la casa. Pide ayuda a su madre, quien no duda en hacerles llegar dinero con el que afrontar las deudas. Se mudan varias veces de casa, en la calle Lista tienen un ático con una terraza llena de plantas; les gusta que su hogar sea el punto de encuentro no solo de la familia, también de sus amigos, entre los que se encuentran María de Maeztu y Victoria Kent. Con ellas fundará el Lyceum, un club feminista que promueve el desarrollo educativo y cultural de las mujeres, proporcionándoles un lugar donde encontrarse.
Durante estos años, Zenobia empieza a sentir molestias ginecológicas que son tratadas con rayos X. No es su único padecimiento.Sus neuralgias la obligan a guardar cama. Aprovecha los días que se siente mejor para entregarse a sus ocupaciones, intentando por todos los medios que sus negocios remonten, si bien la situación es tan desesperante que tiene que pedir nuevamente ayuda económica.
Con el estallido de la Guerra Civil en 1936 el ambiente en Madrid está cada vez más agitado. Una editorial de Puerto Rico le propone a Juan Ramón una antología de su obra. Empiezan a hacerse mayores y preferirían quedarse en España, pero consideran su presencia allí más conveniente si quieren estar cerca en cuanto a la edición y revisión de los textos. Parten sin apenas equipaje, con la esperanza de volver pronto. Al cuidado de su casa dejan a Luisa Andrés, y con gran tristeza se despiden de sus cosas, incluidos los manuscritos de Juan Ramón.
Puerto Rico, Cuba, Miami… ese será su periplo. El clima caluroso de Cuba la obliga a permanecer más inactiva de lo que quisiera. Tiene la sensación de no estar prestando atención a sus múltiples intereses, y aun así no puede quedarse quieta. Se apasiona en las actividades que la ciudad le brinda, mil ideas bullen en su cabeza, aunque no todas prosperen, como la de organizar un comedor para los refugiados en Francia, o continuar con su labor de acogida de niños. Por las mañanas, en un perfecto tándem con Juan Ramon, mecanografía su trabajo. La proximidad de ambos le hace bien al poeta, se olvida durante un rato la incertidumbre que se está viviendo en España y parece estar más animado. A veces no puede evitar sentirse molesta por la necesidad absorbente que él tiene de ella, pero está tan enamorada que repite sin cesar: “A J.R. no se le puede dejar solo en absoluto. ¡Él es queridísimo, aunque me vuelve loca!”. Las pocas veces que no están juntos se añoran, hablan por teléfono, y los reencuentros son siempre tan efusivos que compensan las separaciones.
En 1939 dejan Cuba con destino a Miami. Su nueva casa dispone de una cocina y muchos adelantos que le facilitan la vida, pero sobre todo de espacio suficiente para que Juan Ramón pueda mantenerse aislado y concentrado en su trabajo. Buena parte del tiempo lo pasa dedicada a las labores del hogar, y a sus lecturas. Se matricula en la universidad, quiere obtener el título Master of Arts para dedicarse a la enseñanza, y aunque lo asume con optimismo no puede evitar sentirse algo asustada. Sus profesores destacan sus trabajos y sus notas son excelentes. A pesar de las alabanzas, ya no escribe, no como lo hacía de joven. Ella misma lo aclara en sus diarios: “Como no me casé hasta los veintisiete años tuve tiempo suficiente para averiguar que los frutos de mis veleidades literarias no garantizaban ninguna vocación seria. El importante de verdad, el verdadero escritor es él, yo me debo a su trabajo”.
Tantas atenciones por su parte no consiguen que Juan Ramón mejore en su estado de ánimo. Se siente aislado, irritable. No entiende la lengua, su dependencia de Zenobia es tal que a veces tiene la impresión de ahogarse. Intelectualmente necesitan relacionarse con personas que compartan sus inquietudes culturales, acudir a museos, bibliotecas. Washington se ofrece como la mejor alternativa en la que iniciar una nueva etapa, además les permitirá pasar temporadas en casa de sus tíos y retomar amistades que por la distancia se habían marchitado. Asisten al teatro, su casa se ve frecuentada por intelectuales, pero tanto ajetreo no hace sino desorientar más aún a Juan Ramón, que se lamenta de no poder concentrarse en su trabajo. Zenobia, sin embargo, está más activa que nunca. Además de cursos de español en el Senado de Washington prepara charlas para la Universidad de Maryland, incluso acepta un puesto como profesora en el College Park de la universidad.
Pendiente de la salud de su marido debe interrumpir sus estudios y su trabajo con motivo del ingreso de Juan Ramón en el hospital por culpa de sus depresiones. También su salud se resiente. El tratamiento de radioterapia al que fue sometida hace unos años la obligan a constantes revisiones, y aunque los doctores le aseguran que “está completamente curada”, su agotamiento persiste, debiendo de permanecer cada vez más en cama. Es en estos momentos cuando él se olvida de sus problemas y se consagra con toda su energía en cuidarla. Una actitud que dura el tiempo en que una nueva de sus crisis hace aparición. Sus manías van en aumento, se niega a comer, además se ha vuelto obsesivo con los olores, no recibe a nadie en su casa, solo en la universidad, y después abre las ventanas. Obsesionado con la muerte, no se siente tranquilo si no hay un médico o un hospital cerca.
Son numerosas las ocasiones que Zenobia se sorprende intentando conciliar su propia vida con las peculiaridades de un marido que no puede estar solo y necesita atención permanente. Por recomendación del doctor de la sección de psiquiatría del Hospital de la Universidad George Washington deciden volver a Puerto Rico. Nos encontramos en 1951y las fuerzas de Zenobia ya no son las de antes:su trabajo, atender a su marido, el correo, la sumen en un cansancio del que le cuesta reponerse. En su última revisión le es detectado un tumor en el útero del que será intervenida en Boston y nuevamente tratada con Rayos X.Pero no se rinde. Cuando su salud se lo permite continúa atendiendo la correspondencia y mecanografiando los manuscritos del poeta.
A la enfermedad de Juan Ramón se le añade no solo la suya. También lasinquietudes financierasson cada vez más acuciantes.Por primera vez empieza a pensar en qué será de Juan Ramón cuando ella falte. Una de sus obsesiones es poner orden a los libros y manuscritos del poeta. Durante los meses que ha estado enfermo el rector ha respetado su contrato y él, agradecido con la Universidad, le ha regaladosu biblioteca. Han acondicionado una sala a la que van trasladando las cajas con todos los volúmenes. Colocan los retratos que Joaquín Sorolla les dedicó, sillones…Quisieran que esta sala se convirtiera en el despacho del poeta y un lugar de encuentro dedicado a su figura.
Mientras tanto en España han sido muchas las propuestas para que el Estado adquiera la casa natal del poeta. Será la Diputación Provincial de Huelva quien finalmente lo haga, en colaboración con el ayuntamiento de Moguer,con el fin de dedicarla a la memoria del poeta. Animados por la mejoría en el estado de ánimo que Juan Ramón experimenta al enterarse de la noticia Zenobia considera que el retorno a España podría hacerle bien, no solo por el reencuentro con su familia, y con la lengua, también para su depresión. Pero Juan Ramón es un tíovivo de emociones, y cuando todo parece dispuesto su carácter voluble le lleva a cambiar de idea haciendo imposible convencerlede otra cosa que no sean sus propios deseos.
Coincidiendo con la traducción al sueco de Platero y yo,Juan Ramón ha sido propuesto al Premio Nobel, una noticia que es recibida cuando la salud de Zenobia sufre un nuevo empeoramiento. Debe de ser operada, pero las sesiones de radioterapia a las que fue sometida en el tratamiento de su enfermedadla han abrasadopor completo el vientre, siendo imposible ninguna intervención. Es ella quien con un enorme coraje y presintiendo cercano su final organiza lo que serán los últimos años de Juan Ramón. Desde su camarevisa la Tercera antolojía,pero también escribe cartas en las que da instrucciones precisas de cómo debe ser atendido su marido cuando ella no esté. No quiere que nada quede ajeno a su control. Son días de despedida, en los que Juan Ramón no se separa de ella.
La concesión del Premio Nobel le será comunicada en el hospital. Una noticia solo compartida con Zenobia, y de la que deberá guardar el secreto hasta el anuncio oficial. Reconocimiento que, lejos de ser recibido con alegría, le deja sumido más aún en la amargura. “Ella es quien se lo merece”, es cuanto acierta a decir. Unas palabras que repetiría en boca de Jaime Benítez, rector de la Universidad de Puerto Rico, con un breve discurso en la Academia sueca: “Mi esposa Zenobia es la verdadera ganadora de este premio. Su compañía, su ayuda, su inspiración hicieron, durante cuarenta años, mi trabajo posible. Hoy, sin ella, estoy desolado e indefenso”.
Bibliografía:
Zenobia Camprubí. La llama viva, de Emilia Cortés. Alianza Editorial.
¡Pobre Zenobia!, vivir con Juan Ramón, de Arantxa Gil Muñoz. Dialnet.