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Mientras tantoZweig, el descodificador de Europa

Zweig, el descodificador de Europa


 

“Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos, las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.

 

Llegué imperdonablemente tarde a la obra del austriaco Stefan Zweig (1881-1942), pero visto que la editorial Acantilado la sigue recuperando, pienso devorarla entera. Tanto sus novelas cortas como sus biografías o sus libros de viajes concentran un bagaje intelectual y un virtuosismo narrativo pocas veces vistos. Sus palabras son un constante alimento para la mente y descifran la esencia de este laberinto cultural al que llamamos Europa.

 

Estamos ante una de las mentes más lúcidas de comienzos del siglo XX. Y pensemos que sólo en el ámbito alemán-austriaco, y más concretamente en el judío askenazí, convivían personajes tan determinantes como Mahler, Freud, Einstein y Kafka. El genio de Zweig (también askenazí) fue comparable a los más grandes. Fue muy leído y venerado en vida, pero tras su muerte se le olvidó paulatinamente. El austriaco quiso convertirse en un Erasmo del siglo XX, un descodificador de su tiempo a través de los libros: maestro de la biografía (la del citado Erasmo, María Estuardo o María Antonieta se leen como novelas), también cultivó el ensayo, las miniaturas (Momentos estelares de la humanidad), la novela, la poesía, el teatro, los libros de viajes y la autobiografía literaria (El mundo de ayer). Este último libro, subtitulado ‘Memorias de un europeo’ quizás sea su obra más emotiva y universal, la más útil para entender el siglo XX europeo, la verdadera precursora de este género tan en boga que mezcla el testimonio con la historia y que tan buenos resultados ha dado a Amos Oz, Emmanuel Carrère, Patrick Deville y Martin Amis entre otros.

 

Si nos interesa Europa, si queremos entender mejor los orígenes de este crisol maravilloso y terrible no hay un autor más recomendable que Zweig. Yo, que me dedico a viajar por este continente cambiante e indescifrable no encuentro mejor refugio que sus libros. Son ventanas que se abren para discurrir sobre los pormenores del renacimiento, el protestantismo y la ilustración; para descifrar mejor a Lutero, a Kant, a Voltaire, a Nietzsche, a Tolstoi y, por supuesto a su amigo, el gran Sigmund Freud.

 

Mientras el mundo vivía la mayor hecatombe histórica, Zweig decidió poner fin a sus días. Se suicidó el 22 de febrero de 1942 en Brasil, poco después de cumplir 60 años. Su cuerpo, pulcramente vestido y acorbatado, apareció abrazado al de su joven esposa, Lotte. En su testamento aseguraba que estaba cansado de peregrinar sin patria: «Por eso me parece mejor concluir a tiempo y con ánimo sereno una vida para la que el trabajo espiritual siempre fue la alegría más pura y la libertad personal el mayor bien sobre la tierra».

 

Sólo dos años después, el artífice de la guerra y el holocausto judío se suicidó de la forma similar junto a su amante Eva Braun. Podríamos preguntarnos: ¿por qué un tipo tan prolífico e interesado en la historia como Zweig no tuvo la paciencia de esperar al fin de la guerra? Él nunca lo confesó, pero hoy sabemos que un diagnóstico médico señaló que el asma de Lotte conduciría a una irremediable e inminente muerte por asfixia. ¿Decidió Zweig terminar sus días junto a su esposa moribunda? No lo sabemos. En todo caso, y de cara a la posteridad, a Zweig lo mató el dolor de una Europa reducida a las cenizas. Una Europa que llegó al máximo florencimiento en el París del siglo XIX y en su Viena, corazón del admirable y multicultural imperio Austro-húngaro.

 

La película recientemente estrenada sobre sus últimos días (El adiós a Europa, de Maria Schrader) es fría y desapasionada, pero merece la pena verla para imaginarle en acción, para presenciar su elocuencia políglota, para acompañarle en sus dos últimos exilios; el gélido de New York y el paradisiaco de Brasil. Para intentar entender su trágico final.

 

«Saludo a todos mis amigos», escribió Zweig en su carta de despedida. «Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí».

 

Para todos los que me piden un libro o un autor que les explique Europa no tengo un consejo mejor: lean a Zweig. Lean a Zweig. Lean a Stefan Zweig.

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